II.- Antonio

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Todo el pueblo se encontraba en un funeral quíntuple, habían muerto cinco miembros de la familia Madrigal. La mayoría le daba sus condolencias a los más jóvenes, mientras Alma parecía no estar afectada tras haber perdido a sus tres hijos y dos yernos.

—no van a volver, ¿Verdad? —cuestionó el pequeño Antonio, mirando a su hermana, Dolores, sus ojos estaban rojos de tanto llorar.

La mayor se quedó atónita, no sabía que responderle a su hermano de cinco años.

—no Antonio —arrastró las palabras, bajando la mirada —, no van a volver.

El mencionado asintió con la cabeza y miró de soslayo el lugar donde habían sido sepultados sus padres, junto a sus tíos, para continuar con otra ronda de llanto.

La familia Madrigal, o lo que restaba de ella, se encontraba en el comedor, en completo silencio, con la cabeza gacha y muchas lágrimas en sus ojos.

Antonio era abrazado por Mirabel, quien intentaba tranquilizarlo.

Era demasiado el dolor que sentían los nietos de Alma, se habían quedado huérfanos.

Quien más pesar tenía era Toñito, él apenas comenzaba a descubrir el mundo, y a muy corta edad había averiguado lo que era la perdida de un ser querido, pero no solo había sido uno, si no cinco, entre ellos sus padres.

—no podemos permitirnos llorar, niños —habló Alma con autoridad y entusiasmo —, tenemos un pueblo que mantener en pie y no dejaremos que la partida de sus padres y Bruno nos lo impidan.

Los menores la miraron desconcertados, ¿Cómo demonios se le ocurría esa estúpida idea después de tal pérdida?

Todos tenían los ojos hinchados, apenas si se distinguían las emociones que reflejaban sus rostros.

—Luisa, tú....

—no, Abuela —interrumpió Mirabel a la matriarca del lugar, dejó a Antonio de lado, el pequeño se secó un par de lágrimas.

—¿Qué? —la mujer miró a la joven, quien, desde su perspectiva, estaba desafiando su autoridad —¿Qué dijiste?

—no lo haremos, Abuela —repitió la oji-marron.

—¿Estás desafiando mi autoridad? —preguntó con enojo.

—me niego rotundamente a hacer lo que digas —dijo Mirabel, levantándose de su silla —. Somos niños, abuela, somos demasiado jóvenes para mantener en pie a todo un pueblo.

—Mirabel tiene razón, abuela —se unió Isabela, ejecutando la misma acción que su hermana —, ¿No se suponía que ya habías aprendido de tus errores?

—¡No podemos dejar que esta situación nos detenga ahora! —refutó la mayor.

—¡Somos niños! —gritó Camilo, imitó la acción de sus primas.

—¡Y ustedes cómo niños deberían servir de algo poseyendo dones mágicos! —argumentó Alma.

—¡Dijiste que no debías poner demasiada presión sobre nosotros! —reclamó Dolores, hizo lo mismo que Camilo.

—¡Y ahora es algo necesario! —se excusó la mujer.

—¡No es nuestra obligación tener que llevar el peso de un pueblo entero sobre nuestros hombros! —intervino Luisa, también levantándose de su asiento.

El rostro de la matriarca se tornó rojo de la rabia, una rebelión de parte de sus nietos comenzaba a levantarse, era momento de ponerlos en su lugar.

—¡Ya es suficiente! —Alma se levantó de su asiento, azotando su mano contra la mesa, sus nietos, asustados por su comportamiento, callaron al instante y bajaron la cabeza —¡No voy a permitir que el pueblo y el encanto agonicen de nuevo, y voy a hacer lo necesario sin importar el costo!

La familia Madrigal | Encanto AU  [ ✓ ] (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora