El que no existiera un señor oscuro con el cual combatir parecía un sueño, pero los estragos que dejo a su paso eran marcas que les recordaban cuan real había sido y a medida que sanaban las heridas les recordaba que no tenían nada que temer. El mundo siguió su rumbo, pero ellos se quedaron en el mismo punto, aquel en el que se habían estancando ese lejano 31 de octubre. Dos copas de vino reflejaban los destellos de la chimenea, que prodigaba de calor a la habitación, tan silenciosa que hacia que Sirius casi pudiera escuchar las risas estridentes de los presos de Azkaban, esas que quedaron impresas en su memoria y que salían a flote en sus pesadillas.
Su mirada que hasta ese punto se había perdido en el fuego viajo rápidamente a los irises oscuros que le acompañaban.
Silencio, siempre en silencio.
Lo peor era que ya no podía reprocharle, ya no podía decir que Snape era un arrogante que elegía ignorarlo, no, si no le hablaba no era porque no quisiera sino porque no podía hacerlo, no desde que la serpiente le había desgarrado el cuello. Desde el final de la guerra y después de su juicio Snape estaba viviendo con él; aun desconocía la razón por la que ofreció la casa, y tampoco sabía las razones de Snape para aceptar y ahora estaban uno junto al otro, casi un año después de que todo terminara.
—Remus quiere vernos en el cumpleaños de Teddy ¿Crees que esta vez si me dejen darle la escoba?
Como tantas veces el otro solo respondió con un gesto, levantando los hombros mientras su expresión era apacible.
—¿Y que le darás al niño? Me imagino que no quieres que piensen que estamos casados y que la escoba es un regalo conjunto.
Snape bufo y saco una libreta de entre su túnica, Sirus lo vio escribir y esperó a que el otro terminara de escribir. Pronto la hoja estuvo a la vista, pero el animago se vio en la necesidad de levantarse y sentarse cerca del otro.
—Tu letra es condenadamente pequeña—Se quejó, mientras leía lo que el otro anotó.
¿Aún tienes esperanzas con Lupin?
—Que gracioso— Respondió, mirando con los ojos entrecerrados al otro—¿Por qué tanto interés? ¿Acaso ya aceptaste que soy totalmente irresistible? — Vio que el otro escribía de nuevo, y la sonrisa tenue no abandona su pálido rostro y le parecía tan hermoso, verlo sonreír de ese modo, vivir tanta paz con la persona menos esperada pero cuya frecuencia fue constante casi toda su vida.
Totalmente idiota, Sirius.
—¿Sirius, vamos a llamarnos por nuestros nombres? — El otro no escribió más, parecía confundido por su tono de voz y por su mirada, podía parecer repentino, pero él no veía razón para negar la realidad, que ellos eran lo que el otor necesitaba. Paso sus dedos por la venda blanca que cubría la herida en el cuello del otro; Snape siempre la ocultaba ya sea con su ropa o con una venda cuando no vestía esa ropa que apenas dejaba ver sus manos, el otro hombre se removió ante su tacto.
—Confía en mi—Le dijo, mientras acariciaba la zona a través de la tela percibiendo como el otro tragaba mientras asentía.
Lentamente retiro la venda dejando al descubierto la tersa piel, de un blanco tan pulcro como el resto de su piel, se inclinó lentamente y deposito un beso ahí donde se veía la herida que le quito la voz. Sirius sintió un golpe ligero en su cabeza, le tomó algunos segundos descubrir que Severus lo había golpeado con la libreta, la que le fue entregada, aunque Sirius no sabía la razón. Una nueva frase estaba escrita entre las hojas.
Confió en ti
No creyó necesario tener que decir nada más, no eran necesarias las palabras cuando sus miradas decían todo lo que sentían.