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Podría hacerse una paja allí mismo.

Con gotas heladas cayendo por su cuerpo, la nube fría entumeciéndole los muslos, el torso lleno de raspones y hematomas. Viajaban de un lado a otro, recorrían el trazo de su abdomen marcado para colarse entre sus piernas y hacer un desastre.

Chifuyu echó la cabeza hacia atrás, disfrutando de su ducha solitaria, de la ausencia de agua caliente. Las heridas ensimismadas por la gelidez, el cuerpo erizado de cuidado consigo mismo.

Quedarse solo era una gran ventaja, teniendo en cuenta que aquella ducha ni siquiera tenía cortina. Tan sólo una pared de azulejos que le llegaba hasta la cintura, lo único que le ocultaba del resto del baño.

Todo estaba plagado de esas baldosas de un horroroso color rosado, algunas rotas, u otras que directamente habían desaparecido. Parecía que de un momento a otro, el resto de azulejos medio rajados de las paredes fueran a caerse con un sólo roce.

En medio de la calma, escuchó el estruendo de la puerta abriéndose con brusquedad.

—... descuidado... —masculló, negando con el pelo lleno de champú de fresa.

Sus horas de tranquilidad acababan allí, ¿cierto? Había logrado relajarse bastante mientras terminaba de hacer las galletas y luego las sacaba del horno.

También había curioseado entre un par de discos de música que había encontrado, aunque no los había puesto en el tocadiscos. Se había quedado cerca de diez minutos mirando por la ventana, a la calle donde los soldados pasaban y donde el chasquido de los fusiles era la melodía constante.

Puede que se sintiera un poco más seguro en aquella casa, y tenía ganas de pasar más tiempo con Kazutora.

Sin embargo, al final la seguridad era una falsa y traicionera sensación que le nublaba los pensamientos.

—Pervertido de mierda, si intentas algo, te juro que te mato —amenazó, cuando la puerta del baño se abrió.

Quién estaba bajo el umbral, apuntándole con un revólver no era Kazutora.

El arma no opacaba en absoluto el brillo astuto de unos ojos de amatista profunda, un par de pendientes que se balanceaban en el patíbulo que era su cuerpo esbelto, piel morena y de apariencia joven.

La gorra del Ejército Rojo le quedaba un poco grande, y de ella escapaban mechones ondulados de un sorprendente color claro.

—Las manos en alto, ahora —ordenó el chico, arrugando la nariz con asco.

Todo su mundo se cayó al suelo.

Cuanto más alto se volaba, más profunda sería la tumba. Las alas de acero le cortaron el corazón como si fuera un estúpido y débil papel, sus rodillas comenzaron a temblar sin control y se quedó quieto.

Completamente paralizado

Desnudo y tembloroso, esperó por la toalla que colgaba de la pared, tragando la saliva que rascó su garganta, nudo abajo hasta bajar por su pecho y perderse por el camino a sus entrañas.

—Las manos en alto, mugriento hijo de puta —siseó el tipo con un perfecto japonés, avanzando por la estancia hacia él.

El agua continuaba cayendo por su cuerpo, volviéndole un trozo helado de ansiedad. Se le desbordó la respiración hasta alcanzar un punto de no retorno.

Varias baldosas se resquebrajaron bajo las botas militares.

Ladeó el mentón a un lado, con el tipo al otro lado de la pequeña pared de azulejos rosados, sintiendo su mirada encima. Los ojos reflejando la muerte en pupilas negras que se comieron su rostro como si fuera un aperitivo.

Raven days || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora