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En una época donde incluso las flores mataban, el ensueño del amor se convertía en un privilegio mortal.

Sanzu limpió las suturas con delicadeza, dejando pequeños toques sobre los puntos negruzcos. Veía su cuerpo erizado y sabía que tenía frío, se disculpó por lo bajo.

—Gracias, Chifuyu —Rindou sonrió con debilidad, el cuerpo aplastado contra el colchón de una forma en que sólo la gravedad podía retenerlo. Le hormigueaban las extremidades, tenía la voz ronca —. Gracias...

Chifuyu se sostenía del amable brazo de Seishu, que no dejaba de alternar la mirada silenciosamente de uno a otro. Sabía que las posibilidades que Rindou había tenido de sobrevivir habían sido nulas. Literalmente.

De nada hubiera servido sacarle las balas y curarle cuando había perdido tantísima sangre por el camino.

El aviador le había salvado la vida a costa del mareo constante que sufría en aquel instante. Lucía pálido y necesitaría comer raciones de más si quería recuperarse.

—No es nada —habló Chifuyu, aún en ropas que no eran suyas, descalzo —. Aquí las cosas son así, ¿no? Os ayudáis los unos a los otros.

Sanzu cubrió el torso desnudo de su novio con la sábana, viendo su piel erizada por el clima.

—Porque somos una familia —susurró, mirándole con un ápice de nostalgia —. Ahora tú también estás con nosotros, Fuyu. Si necesitas cualquier cosa... —dejó la posibilidad abierta a petición con una sonrisa y le habló al rubio —. ¿Y la ropa?

—Está secando, la he lavado hace un rato —indicó Seishu, tocando la espalda del otro —. Había un montón de cosas, no sé si tengo algo limpio en el armario.

Hizo un gesto despreocupado y se quitó su propio suéter grisáceo que le quedaba grande.

Cubrió las suturas con gasas, aquí y allá, en el hombro, cerca del pecho, en el muslo desnudo. El aire frío le lamió la piel desnuda y le ofreció la prenda a Rindou.

Chifuyu se quedó observando su torso. Las vértebras de su columna se marcaban contra su cuerpo como desagradables bultos de hueso, junto a los omóplatos. Por el otro lado, en el abdomen, un escorpión tatuado se paseaba libremente a la altura de su cintura, apoyando las patas al borde de los pantalones de mezclilla.

Lo peor eran las cicatrices. Más que cualquier herida de bala pudiera dejar en alguien, más de las que cualquier mente cuerda podría llegar a soportar.

Cruzaban la espalda del chico con punzadas y quemaduras de cigarro, arrastrándose por el color lechoso de su piel mestiza, surcos que se sentían al tacto, que tenían relieve. El cabello rubio caía en cascada por sus hombros, algo desaliñado.

Ayudaba a Rindou a ponerse el suéter, que puede que originalmente hubiera sido suyo.

—Mucho mejor así, ¿verdad? —sonreía, acariciando el rostro de su pareja, tan feliz —. Necesitas entrar en calor.

Estaba siendo observado con detenimiento, era consciente.

Se giró y sólo entonces el aviador se ruborizó por haber violado el lienzo de su vergüenza. Aún así, no le molestó, sabía lo jodidamente asqueroso que era.

Le mostró graciosamente la lengua.

—Ve a descansar, vamos —lo instó Seishu, queriendo dejar a la pareja algo de intimidad —. En un rato te llevaré el desayuno. Recuerda que no debes moverte para nada más que lo necesario.

—Te debo una muy grande —interrumpió Rindou, cuando el rubio ya lo empujaba afuera —. Gracias.

Y Chifuyu se dejó arrastrar de vuelta a la cama, adolorido.

Raven days || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora