17

824 118 501
                                    

Rindou Haitani sabía demasiado. Y, sobre todo, sabía más de Sanzu que de cualquier otro.

—Escuché que hablabas con Ran —dijo, dejando que lo arropara en la cama.

Su pareja alzó una ceja con curiosidad. Apenas unos minutos antes, los cinco habían estado jugando a las cartas en el salón, hasta aceptar que era muy tarde y que lo mejor sería descansar. Incluso Kokonoi, que se había pasado todo el rato resoplando y de mal humor, había acabado desplomado en el sillón.

Había sido entonces cuando Sanzu había aprovechado para llevar a su pareja a la cama como parte de su rutina.

Lo había desvestido entre besos cariñosos, lo había dejado en ropa interior, aunque solían dormir desnudos, y lo había ayudado a meterse en la cama. Acariciaba su torso al descubierto, calmando los dolores musculares que siempre le atacaban y que se habían quedado como residuo de las heridas de bala.

—No era nada importante —Sanzu sonrió con debilidad, subiendo el tacto por mandíbula para tocarle la mejilla —. Sólo hablábamos de Senju.

De alguna forma, nadie se había dado cuenta de aquel sutil detalle de su pequeña y desastrosa familia: Sanzu nunca hablaba de su hermana, ni de su familia. Eran Ran o Kazutora quienes insistían en buscarla, fallando siempre en sus intentos. Eran los demás y no él.

Rindou sabía todo lo que el resto no. Y, a veces, aquello era una tortura.

—No tienes por qué seguir fingiendo —le recordó con amabilidad, tomando la mano con la que le acariciaba los labios y sosteniéndola —. No te van a juzgar, vamos.

—Lo sé, pero es vergonzoso. Es mejor dejarlo así.

—No es tu culpa que os criaran así —insistió, a sabiendas de lo mucho que podía flagelarse por aquello —. Es normal que sientas apatía hacia alguien que ni siquiera conoces.

La más incómoda verdad de todas, era que Sanzu Akashi y Senju Akashi sólo compartían apellido. Nada más. No sabían cuál era el color favorito del otro, no sabían de sus gustos, aspiraciones y sueños. Nunca habían intercambiado muchas palabras.

Rindou sabía de su historia.

Sabía que habían obligado a Sanzu y a su hermano mayor a trabajar en la granja día y noche, y a ella a hacer tareas domésticas. Senju siempre había estado en la cocina, mirando por la ventana cómo los hermanos mayores a los que apenas conocía sembraban el trigo, o escoltaban ovejas de un lugar a otro.

Ella se había dedicado a seguir a su madre y a la disciplina que imponía. Lavaba los platos, enceraba los suelos, limpiaba los muebles, lavaba la ropa en el lavadero del río. La habían educado para que fuera una buena mujer. Y a ellos, dos hombres fuertes.

Los únicos momentos en los que los Akashi habían estado juntos, habían sido las comidas y las cenas. Sin embargo, incluso ahí nunca hablaron demasiado. Sus padres pedían silencio y no sacaban tema de conversación. Eran una familia que sólo se reconocía como tal por el vínculo de sangre.

Y Sanzu se sentía tan miserable.

Se sintió tan jodidamente abrumado cuando su vida y la de los Haitani tropezaron en la guerra. Se dio cuenta de lo que era ser un hermano, de lo que era tener una familia y de toda la felicidad que a él le había faltado.

Sanzu dejó de buscar a Senju el día en que se perdió a sí mismo. Al principio se había preocupado, luego lo aceptó. Habían sido arrojados a caminos distintos desde pequeños, y no volverían a cruzarse.

A Takeomi se lo habían llevado un día. Un par de soldados entraron y se lo llevaron sin mediar palabra. A él lo agarraron por la calle y lo destrozaron. A ella no la volvió a ver.

Raven days || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora