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Chifuyu volvió.

Claro que lo hizo, mierda. Volvió y entró por la puerta sin decir absolutamente nada, descubriendo a Kokonoi guiando a Shinichiro en unos ejercicios en el salón, y a Kazutora haciendo la cena en la cocina. Sanzu se había asomado desde la cocina para mirarle, dándole un enorme mordisco a una manzana y masticando ruidosamente. El chico estuvo a punto de atragantarse al verle y se puso a hacer señas, tosiendo.

Tres pares de ojos y medio lo miraron con curiosidad. Esos iris de azul apagado, los bajos de los pantalones manchados de tierra y las botas que se habían quedado en el recibidor manchadas de barro también. Tenía la ropa húmeda por la fina nieve que había empezado a caer fuera, y los labios cortados de frío.

Chifuyu miraba al suelo con impotencia, a sabiendas de que, aún teniendo la posibilidad de volver a Tokio, los había elegido por encima de todo. Por encima del país había elegido a Kazutora, que se quedó quieto, a su frente, con un delantal rosado, sin saber qué decir.

—Oh, Fuyu... —Sanzu se precipitó a abrazarlo, apretando su cuerpo con toda la fuerza que tenía, sintiéndolo reír de alegría. Las emociones del rubio siempre eran tan burbujeantes.

Estrechó a Sanzu, acariciando su espalda delicadamente. Podía notar la sombra de sus vértebras al otro lado de la ropa, las esquinas huesudas de sus omóplatos y sus finos hombros. Se sentía tan frágil, siempre sonriendo con felicidad a pesar de tener recuerdos horribles.

Pero, lo apartó con lentitud, débil ante esos iris de miel que lo observaban en silencio. Kokonoi había llevado a Shinichiro al salón y Sanzu captó al instante lo que necesitaba, por lo que regresó a la cocina con prisa, aunque luego asomó la cabeza para curiosear y, probablemente, contárselo a Rindou más tarde, cuando regresara con los hermanos.

Se acercó a Kazutora, inexpresivo. Lo tomó del rostro y se rindió a la estúpida guerra en un beso. El rebelde envolvió su cintura, apretándolo contra su cuerpo desesperadamente, al borde de las lágrimas. La presión fría de su boca, un pulgar abriéndole los labios para profundizar en una promesa que nadie pronunció en voz alta.

Chifuyu tembló, sucumbió y luchó hasta darse cuenta de que lo que verdaderamente quería era estar junto a él hasta que toda esa mierda terminara. Si los rusos esto, si los rusos aquello, si la guerra o las jodidas armas. Era capaz de venderlo todo por esos chicos de tatuajes y corazones ardientes.

Su juramento a la bandera flaqueó al tomar a Kazutora de la mano y guiarlo al dormitorio, apretando el agarre como si tuviera miedo de perderlo.

La puerta se cerró con un golpe y Kokonoi alzó las cejas, consternado. Sentado en el sofá, Shinichiro sonreía con ternura. Habían estado haciendo algunos ejercicios físicos, no de mucha intensidad. Mover los brazos en círculos, caminar lento y más rápido, estirar algunas partes del cuerpo.

—Oye, ¿qué haces? —Kokonoi arrugó la nariz al ver a Sanzu corretear hacia el pasillo, todo para ir a pegar la oreja contra la puerta —. ¿Qué...?

Shh —lo chistó el rubio, concentrado. Tenía las manos pegajosas de comer —. Necesito saber lo que ocurre...

El médico puso los ojos en blanco y se acercó para agarrarlo de uno de los tirantes que subían por su camisa, desde el pantalón.

—No seas idiota, vamos —tiró de él, intentando apartarlo de la puerta.

—No —protestó, con un cierto tono infantil —. Déjame en paz.

—¿Es que no es obvio? —habló Shinichiro, alzando una ceja —. Necesitan intimidad.

Sanzu se volvió hacia ellos, como si le hubieran insultado diciendo que estaba loco. Se tocó la sien con un dedo, dándose un par de veces, indicando que era de lógica.

Raven days || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora