INOCENCIA MACABRA

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Era una noche tranquila, de esas noches estrelladas, bonita y fresca. De esas noches que no imaginas que lo malo puede acechar y te quedas en casa semis-desnudo con una cerveza en mano, tirado en el sofá mirando una serie en Netflix.

A las 10:30 pm, ya un poco cansado de estar en el sofá y haber perdido el interés por la serie que estaba mirando, me puse de pie, dispuesto ir a la cama. La canción de Shape of You comienza a sonar en mi celular, avisándome que tengo una llamada.

Miro el celular confundido a ver el nombre en la pantalla "Amaia".

- ¿Si? Respondo

- Hola Jeyden, ¿Estas en casa?

- ¡Si! ¿Qué se te ofrece, preciosa? Pregunto en tono picarón.

La escucho suspirar como si estuviera avergonzada.

-Disculpa que te moleste a estas horas, pero es que necesito un lugar donde pasar la noche.

No era la primera vez que le echaba la mano a las chicas de la universidad permitiéndole quedarse en mi casa cuando se le hacía tarde, cubriéndoles las espaldas con sus padres inventándome algunas mentiras para que no las castigaran.

Amaia, hasta el momento no había requerido de mi asistencia. Era una chica simpática, pero con un aura extraña y misteriosa. Decían en los pasillos que era hija de un mafioso mexicano, y que quienes se involucraban en su círculo terminaban con un final extraño. Pero, las universidades a veces suelen ser como los barrios de bajo mundo, se inventan historias por simple gusto de fastidiar a los demás.

Amaia me gustaba, desde que la conocí había captado mi atención. Habíamos compartido entre amigos varias veces, pero nunca se nos había presentado la oportunidad de estar solo. Así que no dude en decirle que "Si". Era la oportunidad perfecta de poner en práctica mis cualidades seductoras.

Le envié la ubicación de mi apartamento por WhatsApp. Mientras la esperaba me puse unos shorts y una franela, cepillé mis dientes y recogí un poco el desastre de la sala.

Llego media hora después, con cara avergonzada. Le ofrecí algo de tomar y nos sentamos en el sofá. Me contaba la razón por la cual me llamo. Iba a quedarse en la casa de su mejor amiga, pero esta decidió irse de party con su novio dejándola plantada. Fue mientras charlábamos que me fije en el color almendra y grande de sus ojos. Que hicieron que me encantara aún más ese rostro angelical enmarcado en unos lentes que la hacían ver más inocente.

Nos pusimos a ver una película de terror. Yo siempre usaba esa técnica cuando unas de las chicas se quedaban en casa. Las mujeres suelen ser de naturaleza miedosa. Al final siempre terminan temblando de miedo, encima de uno con un inmenso terror a dormir sola. Y yo, por supuesto, como el caballero que soy, la complazco. Entre consuelo y abrazos, la temperatura sube y "Bum" terminamos follando.

Pero, la reacción de Amaia fue distinta a la de las otras. Disfrutaba cada escena, parecía que en vez de miedo le causaba risa. En ocasiones su angelical rostro cambiaba a un gesto macabro.

Al final quien termino cansado y algo acobardado fui yo. Algo extraño, ver películas de terror era mi hobby, ninguna había logrado espantarme. Pero esta vez, algo había pasado. El ambiente estaba frío, tenso. Sentía como si algo malo había entrado a la casa, que una penumbra oscura acechaba.

Nos quedamos un rato sentado en el sofá en silencio, cada uno sumergido en sus pensamientos.

- ¿Has escuchado la leyenda de la bruja come almas? Me pregunta Amaia.

- ¡No! Respondo confundido

- Hace millones de años en la antigua Roma quemaron en la hoguera una Condesa por practicar la hechicería. Decían que todos los jueves, llegada las tres de la madrugada, visitaba una casa de un joven que viviera solo, clavaba una estaca en su corazón y sin piedad bebía su sangre y se lo comía. Esto la mantenía Joven. Pero una noche tranquila, estrellada, bonita y fresca, su víctima, un sacerdote joven, la maldijo y como consecuencia fue apresada y quemada en la hoguera. Por otra parte, Dicen que, cada 10 años, esta condesa toma posesión del cuerpo de una chica con lentes y apariencia inocente, para seguir devorando almas y así, un día, poder por completo revivir.

La habitación se puso fría y las luces comenzaron a parpadear. Mi cuerpo se quedó helado e inmóvil. Mire el reloj de la pared que marcaba irónicamente la 03:07 am, por la ventana se vislumbraba una noche estrellada, silenciosa y fresca, el calendario indicaba que era jueves. Y, a mi lado, estaba sentada una chica con lentes, apariencia inocente con una gran estaca afilada en sus manos.

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