The end ⚠️

65 3 0
                                    

Día 4: Homo/Transphobia (Homo/Transfobia).

—Me gustas, ¿te gusto?

Una primera bruma de confusión en el mayor impidió que procesara bien las palabras que aquel alumno, quien al fin se había armado de valor, le había dicho.

—¿Disculpe? —Volkov mencionó más por costumbre, aunque en verdad esperaba haber escuchado mal.

—¿No era así, Gustabo? —Preguntó Horacio ahora más nervioso que antes, volteando a ver al otro alumno con el que siempre estaba como último recurso de ayuda.

—Acompáñeme. —Pidió sin más dilación el comisario, dirigiéndose ahora a su despacho, sabiendo que el otro le seguía a sus espaldas. La ira reprimida había comenzado a envolver sus entrañas—. Cierre la puerta. —Le ordenó una vez estuvieron dentro.

El menor obedeció, tomándose tal vez unos segundos demás en finalmente cerrar la puerta y acercarse de nuevo a su superior. Mientras tanto, gracias a esa barrera entre ellos y el resto de la comisaría, Volkov pudo sentir cierta libertad en cuanto a los verdaderos pensamientos que tenía sobre ese alumno en específico.

—Necesito que se explique, que no he entendido lo que ha querido decirme. —Una última oportunidad, pensó, cruzando sus brazos contra su pecho.

Horacio frotó sus manos juntas antes de enderezar su postura y volver a hablar. Si de verdad se había atrevido a dar el paso hace unos minutos, tenía que seguir con ello hasta el final.

—Pues eso... Que me gustas, y si te gusto. —Se encontraba confundido, en verdad le había creído a Gustabo cuando le dijo que siendo más directo se podrían solucionar las cosas más fácilmente.

Volkov bajó la mirada mientras una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Sus manos que se únicamente se posaban en sus brazos ahora comenzaron a ejercer presión en ellos.

Al volver a levantar el rostro, Horacio se percató de que la sonrisa en su rostro tenía un tinte irónico, y sus ojos transmitían un desagrado que provocó un estremecimiento en todo su cuerpo. Sus manos a sus costados se volvieron puños en un intento de buscar alivio para el miedo que comenzó a sentir.

Esa mirada no...

—¿Realmente creíste que llegaría a corresponder ese comportamiento tan... aborrecible? —dijo aquello con un especial énfasis en la última palabra.

Horacio se quedó helado, y no supo qué responder, dando oportunidad para que Volkov continuara.

—Me había mantenido al margen en emitir cualquier comentario respecto a ti, especialmente con las estúpidas normas nuevas impuestas por recursos humanos, pero siendo que este ha sido el límite al que has llegado, no me dejas más opción.

Porque todo lo que hacía a Horacio tan singular de los demás agentes, no hacía más que revolver el estómago de Volkov con asco y desprecio.

—El Cuerpo Nacional de Policía debería ser compuesto por verdaderos hombres, no por una burla de ser humano como lo eres tú. Con tu estúpido cabello tintado de colores como lo hacen las mujeres, y manteniéndote al borde de violar las normas de vestimenta... Eso ni hablar de la faldita que se pusieron tú y el otro imbécil cuando eran sólo parquímetros. Desde aquel momento debí saber la clase de anomalía que eras.

Volkov se acercó al alumno, y apartó su brazo derecho de su pecho para señalar acusatoriamente al otro, clavando con fuerza su dedo índice en su sien.

—Da gracias de que en este país son unos jodidos progresistas de mierda, porque te aseguro que si estuviéramos en Rusia, estarías muerto... Y yo sería quien se tomaría el honor porque siquiera insinuaras lo que hiciste.

A pesar del terror que invadía por completo a Horacio con todo lo dicho y la amenaza del otro, se encontró incapaz de apartar su mirada de la ajena, temiendo que el apartar su vista para evitar la intimidación fuera tomado como una ofensa.

—Ahora quiero que salgas de esta oficina y evites a toda costa siquiera cruzarte por mi vista de nuevo, a menos que quieras saber las consecuencias de que un marica como tú se atreva a estar cerca de mí. ¿Has entendido bien o tendré que explicarle de otra forma a tu atrofiado cerebro?

Horacio asintió aún manteniendo su cabeza levemente elevada, lo suficiente para poder ver el rostro del más alto. Los golpes en su sien aún dolían aunque el otro ya había apartado su mano, sentía las lágrimas escociendo el borde de sus ojos, pero se decidió a que no le daría una razón más para herirlo, tragándose toda la ola de sentimientos encontrados que asolaron su corazón.

Y abandonó la oficina, cuestionándose de nuevo todas las decisiones ridículas que había tomado en su estúpida vida.

Angstruary - VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora