Culpas compartidas

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Asmita permaneció inmóvil y en silencio. La presencia de Defteros a sus espaldas era amenazante. Tanto como su voz. Pero Asmita era alguien que acostumbraba a dominar a la perfección su temple, y no dejaría que nada perturbara su aparente calma y tranquilidad. Armándose de toda la frialdad de la que fue capaz, de valor y de dignidad, respiró hondo y se volteó, enfrentando la firgura de Defteros.

- Me alegra escuchar tu voz de nuevo, Defteros.

Silencio. Unos largos instantes de un aplastante silencio se cernieron sobre ellos. Únicamente la pesada respiración de Defteros, moldeada por la cáustica atmósfera del volcán, se atrevía a romperlo débilmente. Asmita aguardó un tiempo prudencial antes de volver a hablar.

- He venido a traerte tu armadura.- dijo, descargándose la caja de Pandora del hombro. Ofreciéndola a Defteros.

- Lárgate, Virgo...

La voz de Defteros sonaba grave. Autoritaria. La presencia de Asmita en los que ahora se habían convertido sus dominios le resultaba de lo más molesta. Y presenciarle vestido con su oro le revolvía el estómago, arrancándole esas imágenes de su último encuentro, esos recuerdos que no se permitían abandonarle cada vez que cerraba sus ojos.

- Ahora eres su legítimo defensor. Es contigo con quién debe estar.

- Su legítimo dueño ha muerto, ¿lo recuerdas?.- dijo entre dientes, mirando fíjamente a Asmita.- Buscaros a otro que la merezca. Aquí no hay lugar para ella.

El cosmos de Defteros cada vez estaba más alterado, y así lo mostraba el volcán, que tímidamente empezó a estremecerse.

- No va a haber otro defensor para Géminis...no en esta era. Por favor...acéptala...

- ¡A la mierda con la armadura!- gritó Defteros, cada vez más furioso.- ¡No la quiero aquí conmigo! ¡Nunca me ha pertenecido, y nunca lo va a hacer!- De un arrebato arrancó la caja de las manos de Asmita y sin pensarlo siquiera la lanzó dentro del humeante cráter, observando cómo era engullida por la viva tierra. - Ahora...¡lárgate de una vez! - exclamó, con su rostro apenas a unos pocos centímetros de Asmita.

- Defteros...escúchame, por favor...escúchame y luego me iré.

- ¡No hay nada que escuchar!

El cosmos de Defteros cada vez se enfurecía más, y el volcán bailaba al son de esa sorda música que lo manipulaba a voluntad. La lava empezó a sangrar a través de las cicatrices de esa castigada tierra, a elevarse peligrosamente, casi rozando los pies de Asmita, que permanecía paralizado, sin hacer nada para evitar que el ardiente líquido le empezara a lamer el oro de sus piernas.

- Defteros...comprendo que estés furioso conmigo...pero...

- ¡Cállate! ¡¿Qué me vas a decir?! ¡¿Que lo sientes?! ¡¿Que cumplías con tu deber?! ¡¿Que no tenías otra opción?!

Los pies de Defteros empezaron a avanzar, pisando una tierra que no le quemaba, haciendo retroceder a Asmita, obligándole a internarse en ese mar ardiente que empezaba a alzarse a su alrededor. El calor que subía de la superfície era desgarrador. Unas gotas de sudor empezaron a surcar el pálido rostro de Asmita, y la armadura comenzó a calentarse peligrosamente con la ardiente lava que se deleitaba acariciándola sin misericordia.

- Eres patético...- dijo Defteros, lanzándole una mirada de desprecio, observándole en medio del bullicioso magma sin hacer nada para evitar ser devorado por él.- Mírate...vestido en tu oro...con tu porte asquerosamente sereno...sabiéndote por encima del bien y del mal...poseedor de la verdad absoluta...pero ¿qué verdad?...¿la tuya?...¿la mía?...¿la que te susurra al oído tu dios?

Sueños tras el metalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora