CAPÍTULO DOCE.

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Me alejo de Alexander y con las manos temblando, camino por tan ya conocido pasillo de luces violetas.

Detengo mis pasos frente la puerta con aquel poster de aquella muchacha de mirada intimidante y la observó fijamente, para armarme de valor.

Si me preguntas, realmente no sé que es lo que estoy haciendo, simplemente siento que estoy actuado por mera impulsividad en dónde son mis emociones quienes me controlan realmente, es como si la última pizca de razón que había en mi sistema, se hubiera esfumado de repente.

Trago saliva y elevo mi mano izquierda dispuesta a tocar, pero, no soy capaz, algo en mi interior me pide a gritos que me vaya y me olvide todo, que siga con mi vida y que deje las cosas en manos de la justicia.

Pero...

En un país como éste, la justicia no es algo que obtengas todos los días, a menos que tengas la plata suficiente como para que todos se muevan por ti.

El crimen y la impunidad es justicia, pero solo para los victimarios.

Porque las víctimas siguen siendo lo mismo, víctimas, de sus victimarios y del sistema.

Y mi terquedad no me deja simplemente dejarlo pasar así como si nada, no me lo perdonaría.

Puede que Leandro a mis ojos no fuese monedita de oro, pero simplemente no puedo dejar que las cosas se queden así. Así que toco la puerta con fuerza, recordándome constantemente que todo esto lo hago por Leandro, por su memoria.

Un demandante "siga", me es devuelto de detrás de la puerta, luego de varios segundos, giro el pomo de la puerta e ingreso a la espaciosa habitación, que en estos momentos se me hace estrecha y sumamente desordenada.

A pasos lentos e inseguros, me planto frente al hombre, en espera de que deje sus cosas y se digne a mirarme.

El luce una camisa de botones manga larga color negro, su cabello mezclado entre negro y gris esta perfectamente peinado de lado y una cadena plateada cuelga alrededor de su cuello con una cruz de colgante, su fuerte loción lo rodeaba a él y a todo el espacio, haciendo que me sintiera mareada un poco.

Me siento en silencio y lo observo escribir con apuro números que parecen garabatos y letras que parecen jeroglíficos, carraspeo llamando su atención y lentamente suelta el bolígrafo negro de punta dorada, mientras suelta un largo y pesado suspiro.

— ¿Para qué soy bueno? — cuestiona y se levanta de su asiento.

Mis oscuros ojos lo siguen, observando con atención sus ágiles y despreocupados movimientos.

— Venía a pedirle otra oportunidad, para seguir trabajando aquí — lo escucho soltar una especie de risa mezclada con bufido y eso me hace elevar una ceja — ¿Conté un chiste acaso?

Él guarda silencio y se vuelve a sentar frente a mí, sosteniendo una taza que humea.

— ¿Querías? — pregunta al verme mirando su bebida caliente, pero niego — Tampoco te iba a dar.

— Entonces — dudo, ignorando su comentario y actitud infantil —, ¿Puedo volver?

— ¿Por qué debería dejarte volver? — la sorna en su voz, me hace estremecer — Solo viniste un día y poof, de la nada desapareciste.

— Surgió una situation, de la cual usted sabe y no me quiso colaborar...

Le sonrío y él bebe de su taza.

— Lo había olvidado — relame sus labios, como si disfrutara más lo que está sucediendo, que su propia bebida — ¿Que me asegura que no estás aquí por otra cosa, que no sea trabajo?

Mentiroso.© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora