CAPÍTULO DIECISIETE.

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Me aprieto contra la pared, sintiendo mi estómago resolverse del asco.

Aunque trato de detenerlas, las lágrimas se escapan de mis ojos sin ningún tipo de advertencia, me abrazo a mi misma, deseando que nada de lo que vi es verdad y que todo me lo imaginé a causa del cansancio.

— Luna — siendo cuidadoso, es la voz que me llama — oye, mírame — vuelve a decir posando una de sus manos sobre mi hombro, me remuevo de su tacto y huyo sin poder evitarlo, sintiendo mas asco aún.

Mis manos tiemblan de una manera en la que no lo habían hecho nunca. ¿Cuánto tiempo llevaba haciendo esto? ¿Qué mierda le pasaba por la cabeza?

— ¿Alguien quiere explicar que sucede o tengo que pretender ser adivino? — mi padre, habla desde algún lado de la habitación al ver que ninguno dice nada, lo veo mirar la habitación con enojo y apresar sus labios entre sus dientes con rabia — ¿Todo este tiempo tuviste el teléfono, Clara Luna? — enojado, cuestiona.

Me enojo más al oírlo pronunciar mi nombre de tal manera.

Como si fuera yo quien tiene la culpa.

— Señor — Alexander habla, con la irritación y el nerviosismo bailando en su tono — no creo que sea el momento.

— ¿No? — me cuestiona, brusco — ¿Y cuándo va a ser?

Tapo mis oídos para bloquear el ruido de mí al rededor, trato de desviar mis pensamientos a otro tipo de cosas, cosas que me tranquilicen.

Pero es inútil, nada sirve porque ahora lo entiendo todo.

Entiendo el porque algunas personas suelen odiarme sin razón aparente, y no es por mí.

Es por él...

Entiendo porqué algunas personas suelen juzgarme y deciden no querer conocerme.

Todos piensan que soy como él. 

Paso saliva al sentir unas manos pasar sus manos suavemente desde mi coronilla hasta mis mejillas, unas manos cálidas que nunca, desde que tengo memoria había sentido a lo largo de mi vida. Aprieto mis ojos y trato de rehuir del contacto que con desespero trata de apaciguar el dolor que se oye en mis sollozos y el que hay en mi alma.

Aquellas manos limpian mis lágrimas y sacude mis hombros con torpeza, abro mis ojos, para notar que hay seis ojos que me observan.

En unos veo preocupación. Una preocupación que no había sentido de nadie hacia mi, nunca. No en el sentido familiar, porque eso solo lo experimenté una vez, pero en esta ocasión es diferente.

En otros veo pánico. Un pánico casi ensordecedor que casi esconde un montón de temores.

Y en los últimos, veo miedo, un miedo profundo que no había vuelto a ver.

— Estás asustando a tu papá, Clara — mi vista se vuelve borrosa, y el rostro, frente a mí, se distorsiona — ¿Qué pasó?

Niego sin pensarlo y desvío mis ojos. Aclaro mi garganta y me obligo a hablar.

— No me vas a creer— limpio mi rostro, para eliminar todo rastro de lágrimas de mis ojos y mejillas — así que nada, no es nada.

— ¿Cómo puedes saberlo si no me los dices? — cuestiona con la indignación golpeando con fuerza en sus palabras.

— Ma, porque soy tu hija y te conozco — ella se aleja de mí, llevando su cabello para atrás, mientras observa a mi padre y a Alexander, que observan la escena en silencio — Aunque tuviera pruebas, nunca me creerías que es así. — sorbo mi nariz — Incluso sé que si te lo digo yo vas a poner en duda mis palabras.

Mentiroso.© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora