Pepa Madrigal

98 12 0
                                    

Querido Bruno:

Aún no soy capaz de pronunciar tu nombre. Aunque continúes en mi cabeza día y noche desde que te fuiste, no puedo hablar ni escuchar de ti.

Y todo esto, ¿por qué?

¿Por los truenos y los rayos de una tormenta en una insignificante boda? No, eso no sería suficiente para olvidar y no ser capaz de perdonar a mi propio hermano. Nunca te odiaría por eso.

Lo que odio es que te hayas ido. Que nunca nos dieras una explicación y que simplemente te alejaras de todo, como si nunca hubieras pertenecido a la familia.

Odio celebrar un cumpleaños que antes era de trillizos con solo dos protagonistas y saber que, tú, estés donde estés, enciendes la última vela.

Odio sentarme frente a tu puerta apagada sabiendo que nunca se abrirá, que nunca nadie saldrá y que nunca más podré abrazarte.

Odio recordar momentos del pasado en los que tú estabas presente sabiendo que todo eso no podrá repetirse jamás.

Odio tantas cosas, tantas que no puedo entender. Pero lo que más odio es esa estúpida voz de mi cabeza que me dice que estás mejor sin nosotros: sin esta familia, sin este pueblo que solo veían tu don y tu forma de ser como un verdadero problema cuando nunca lo fue.

Eso es lo que odio.

Pensar que te marchaste y que ahora sin mí, sin mamá, Julieta, tus sobrinos... estás mucho mejor. De verdad lo odio, tanto que no puedo oír tu nombre, porque aunque parezca que estoy enfadada contigo, no es cierto, el enfado es conmigo.

Sé que te grité aquel día que debía recordar feliz, sé que nunca fui la mejor hermana, sé que tenías motivos para marcharte. Y lo peor de todo esto es que no sé si alguna vez podrás escucharme y perdonarme.

Si supiera dónde estás, Bruno, solo te pediría que volvieras, que volvieras a casa, que volvieras a ser un Madrigal, que volvieras a ser mi hermano.

A BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora