Tres picotazos, dos enfrentamientos con la escoba y veinte minutos después tengo a la maldita ave en mis manos. Me siento colérica porque furiosa es poco, ¿qué mierda le pasa a ese imbécil?
—Esto no se va a quedar así, ¿verdad, Claudio? —pregunto al animal entre mis manos, le puse nombre porque decirle «el gallo» comenzaba a ser aburrido, el bicho me mira un rato después de escucharme, antes de intentar dar otro picotazo—. Eh, cuidadito, uno más y te hago sopa.
Aunque puedan verme como una loca, el gallo parece entender, porque no vuelve a intentar picarme, no es que yo fuese capaz de matarlo, pero eso Claudio no lo sabe. Con una preocupación menos, pienso en qué puedo hacer, y la respuesta se presenta en mi mente como un anuncio de letras neón volviéndose más y más grandes cada vez que lo imagino, termino ahogando mi risa porque no quiero levantar sospechas en el idiota. Lo veo, Kiram está bastante ocupado colocando otra cerca de alambre encima de las que ya tiene el gallinero, cavando lo suficiente para que el zorro se topase con una pared metálica si lo intenta, palabras de él, no mías. Decido esperar un rato más, en el que Claudio y yo hacemos las pases de una forma magnífica, es más, en cuanto le cuento su próxima tarea el bicho casi parece entusiasmarse, enserio, una mirada a su rostro y tú dirías, pero mira qué feliz el gallito.
Vale, ya, pero el ave me entretuvo lo suficiente hasta ver a Kiram guardando sus herramientas, tomo rumbo al gallinero.
—¿Terminaste? —pregunto dulcemente, acercándome a la puerta del gallinero.
Él mira con sospecha de Claudio a mí, una y otra vez.
—Sí... Veo que la pasaste bien, ¿a qué no es de lo más adorable? —sonríe, colocándose contra la reja que nos separa, y tengo que confesar que mi estómago dio un vuelco, porque puede ser un imbécil, pero es un imbécil hermoso—. No has tardado nada en domarlo, sabía que podía confiar en ti.
Me acerco lentamente a la cerca metálica, dejando mi rostro a escasos centímetros del suyo, solo separados por una pulgada y la verja. Veo como traga saliva, , su manzana de adán moviéndose odiosamente atrayendo mi mirada, me siento algo embobada ahora, mi boca de pronto se siente demasiado seca, por un momento olvido el plan de mierda que he ideado con el gallo como cómplice, por un segundo solo quiero acercarme más y eliminar cualquier distancia entre nosotros, Kiram parece leer mis pensamientos porque abre la puerta metálica con rapidez sin importarle el escape de las gallinas, y cuando siento que puedo lanzarme directo a sus brazos, Claudio, como buen cómplice que es, me pica un dedo, eso me hace salir de cualquier ensoñación causada por un tipo endemoniadamente guapo. Sonrío, notando que eso lo desconcierta, justo cuando estira sus manos en busca de mis caderas el bicho alado hace un sonido de cacareo ahogado, llamando su atención.
—Creo que he decidido que deberías conocer más a nuestro amigo alado —La sonrisa en su rostro se borra e intenta cerrar la puerta, pero es muy tarde. Tiro a Claudio dentro del gallinero, mientras soy yo quien cierra con un golpe la verja, decido usar una rama como seguro extra por precaución—. Esta es mi parte favorita.
—Diana... ¡Maldición! Abre —grita mientras Claudio se lanza una y otra vez contra él, no tiene a donde correr, por lo que coloca sus fuertes brazos frente a su rostro, lo que agradezco, sería una pena si... Aunque es ese tipo de hombre a quienes les van las cicatrices.
—No, discúlpate por haberme tirado esa cosa primero —le exijo, él me mira como si me hubiese vuelto loca, antes de carcajearse, Claudio aprovecha para ir contra él una vez más.
—Vale, vale, disculpa por haberte tirado un pollito —dice entre risas, lo que logra enfurecerme más... Antes de contagiarme de su risa.
—Eso no es un pollito, sigue así y pasarás la noche con Claudio.
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La última frontera
RomanceDiana se muda al pueblo más remoto que pudo encontrar en Alaska persiguiendo su felicidad. Rogue Town tiene solo 60 habitantes y un estilo de vida más extraño de lo que jamás pudo imaginar. Pero ella está decidida a dejar atrás su pasado, no cometer...