Capítulo 9

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No comencé a arrepentirme cuando Kiram me buscó a las seis de la mañana armando un escándalo digno de una jauría de monos, tampoco al notar que la casa del señor Flint se encontraba en lo profundo del bosque cruzando el pueblo, incluso no al ser recibidos por gran su manada de perros ladrando como locos, no, realmente me estoy retractando de mi decisión al ver su cobertizo. La cantidad de basura apiñada allí merece su propio episodio de Acumuladores Compulsivos. ¿Es acaso un hábito que se adquiere al volverse mayor? Porque puedo jurar que una de las habitaciones en casa de Analyse se encuentra igual de abarrotada.

—Les agradezco mucho, chicos —Marshall nos sonríe, acariciando perezosamente a uno de los perros a su lado. Yo también sonreiría ante la idea de ver como otros recogen mi cochinero, claramente no se lo digo, pero ganas no me faltan—. He estado postergando esto por mucho tiempo, pero creo que es hora de una despedida con la basura, si no están seguros de qué tirar pregunten con confianza. Los perros no los molestarán.

Kiram escucha las instrucciones atentamente, lo veo tomar las escobas antes de empujarme dentro del cobertizo. Adiós a mi esperanza de llegar a casa para el almuerzo, la carne que Analyse estaba condimentando se veía tan rica...

El resto de la mañana transcurre mientras llenamos bolsas de basura hasta el tope con todo lo inútil que podemos encontrar entre las montañas de cosas, colocando todo lo interesante en un mesón que se desocupó con anterioridad. Pude ver látigos, aros de circo, trajes de licra y cuero para perros, varios juguetes... Comencé a entender un poco del hombre. Este pueblo es el hogar de varios artistas de circo retirados —cosa que yo no entiendo pero tampoco tengo ganas de preguntar— y aparentemente Marshall Flint fue un entrenador de perros en su juventud.

—¿Escuchas eso? —Kiram rompe el silencio desde el lado contrario del cobertizo, intento concentrarme en mi entorno, sintiendo como el pánico empieza a llenar mi mente. ¿Y si es una rata? ¿O un perro rabioso?

Pero lo cierto es que solo percibo el sonido de un ave, quizás un águila. Me recuerda al fondo que colocan en las escenas de desiertos de caricaturas. Y aunque lo encuentro conocido, no sé de qué bicho con plumas proviene.

—¿Qué cosa? ¿El pájaro? —termino preguntando casi con irritación, porque me asusté para nada.

—No es solo un pájaro —me imita sarcásticamente—. ¡Es un halcón! ¿Acaso no sabes lo geniales que son?

—No —sonrío de oreja a oreja, completamente satisfecha al ver que me enseña el dedo medio en un gesto nada amistoso.

Eso fue más que suficiente para poder correr hacia el rincón opuesto otra vez, no, no, si tú crees que yo estoy evitando a Kiram te equivocas, simplemente que no me apetece respirar el mismo aire que él por los próximos mil años. El momento de ayer fue demasiado incómodo para poder verle con normalidad, pero no fue lo peor, eso vino después; cuando Minerva Parrish me codeó con una sonrisa pícara en su rostro, antes de susurrarme que era una buena conquista. Nunca le pedí tanto a la tierra que me tragara y escupiera en Moscú. Aunque claramente eso no ocurrió y tuve que soportar la caminata de vuelta a casa con un Kiram distraído, callado y que no paraba de verme. Para mí suerte, en la mañana todo el incidente pareció haber sido olvidado, al menos de su parte.

Luego de un rato más entre cajas y recuerdos inútiles siento mi estómago rugir con furia. Vale, tengo hambre y no traje almuerzo porque no imaginé que haríamos tanto. Para mi suerte, no pasa mucho antes de que una campana resuene por todo el lugar de una forma casi milagrosa. La jauría afuera parece volverse loca, puedo percibir patas corriendo a través de la nieve, rasguñando aquí y allá entre ladridos excitados. El anciano con complejo de acumulación se asoma por la puerta.

—Es hora del almuerzo, muchachos —nos sonríe, ignorando dos canes enormes que luchan para montársele encima—. Los espero en el porche.

Nos dirigimos al patio delantero, donde todos los perros comen enérgicamente, los platos distribuidos por el lugar de forma estratégica para evitar peleas, tomo mi ración de lo que parece ser estofado y, aunque Kiram coge asiento junto al anciano en el centro de los perros, yo termino en un tronco lo más alejada posible de ellos. Debo aclararles, no es que odie a los animales, simplemente les tengo un respeto cauteloso, sobre todo los perros, digo, ¿alguna vez han conocido a un chihuahua? Esos bichos lucen pequeños y adorables, hasta que quieres tomarlo entre brazos y terminas con 3 puntos de sutura en la barbilla por un mordisco, sí, no hablaré sobre eso.

La última fronteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora