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Felipe manejó en silencio hasta que Azul le pidió que pusiera música

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Felipe manejó en silencio hasta que Azul le pidió que pusiera música. Él conectó su celular al parlante del auto y le preguntó qué quería oír.

—Pon música de Elvis o Los Beatles, así nos trasportamos a la época —dijo ella con decisión.

Felipe sonrió y asintió.

—¿Dónde te llevo?

—Mi casa es a cinco cuadras del puerto, pero puedes dejarme donde pueda tomar un bus hacia allá.

—No, te llevaré —dijo él y marcó en su GPS la dirección que ella le indicó.

Mientras Hey Jude sonaba en los altavoces del vehículo y Azul tarareaba la canción, Felipe no pudo dejar de pensar en los giros que había dado su vida en los últimos tiempos. Cuando llegaron a la casa, Azul abrió la puerta del auto, se bajó de él, y justo cuando estaba por cerrarla, abrió la boca y luego la cerró.

—¿Qué sucede? —preguntó Felipe con curiosidad y diversión.

—Me preguntaba si deseas pasar a tomar algo, podríamos trazar un plan para los siguientes días y... ordenar la búsqueda —añadió.

Felipe levantó las cejas con sorpresa. ¿Qué debía hacer?

—Si no quieres, no hay problema. Entiendo que tus trajes y tus corbatas no combinan con el estilo de mi barrio —bromeó.

—¿Qué dices? —inquirió él—. ¿Qué o quién crees que soy? —añadió.

—Un nieto al que no le importó su abuela por más de tres años, pero que ahora regresa y ha decidido ayudarla en la búsqueda de su gran amor. La verdad es que aún me estoy debatiendo entre si te odio o te acepto —añadió y frunció los labios como si sopesara las ideas.

Felipe sonrió.

—¿Si paso para que organicemos el plan estaría más cerca del odio o de la aceptación? —inquirió con diversión. Esa chica despertaba algo de él que aún no sabía identificar, pero le agradaba.

—No lo sé, no puedo prometer nada —admitió ella con sinceridad.

—Está bien, deja que estacione y te alcanzo.

—Bueno, es la tercera casa, la de color violeta —añadió como si no estuvieran en frente a la misma.

Felipe negó con la cabeza, eran casas similares, pequeñas y de una sola planta, era un barrio de pescadores. La casa de Azul era como ella, se destacaba del resto incluso aunque se vieran parecidas, quizás era ese tono violeta chillón o el montón de flores del jardín, quizás el enorme y desvencijado ancla que descansaba casi frente a la entrada o la veleta de metal que giraba en el techo y emitía un chillido parecido al de las películas de terror. Lo cierto era que aquella casa sacada de un libro de cuentos para niños combinaba a la perfección con su estrafalaria dueña.

Quiero bailarme la vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora