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El hospedaje que Felipe había reservado en Colina era una hermosa posada rural, tenía incluso una pequeña granja donde los mismos huéspedes podían participar en las actividades diarias

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El hospedaje que Felipe había reservado en Colina era una hermosa posada rural, tenía incluso una pequeña granja donde los mismos huéspedes podían participar en las actividades diarias.

—¡Yo quiero ordeñar una vaca! —dijo Azul con entusiasmo cuando el conserje les comentó de las actividades.

—Puede anotarse aquí para hacerlo mañana a primera hora —dijo él y le pasó un papel.

Azul puso allí su nombre y el de Felipe, sin preguntarle, y luego les dieron las llaves de las habitaciones. Estaban una al lado de la otra y, en ese momento, no había muchos huéspedes porque no era temporada de vacaciones.

—Deja tus cosas y salimos enseguida, ¿sí? —dijo Felipe al abrir la puerta de su cuarto—. Cuánto antes comencemos, mejor.

Azul asintió y media hora después iban camino a la granja de don Oscar, que como la mujer les había dicho, todo el mundo conocía.

Al llegar allí se enteraron de que la granja era manejada por Bruno, el hijo del dueño, pero el señor Oscar todavía andaba por allí, así que cuando le contaron a Bruno el motivo de su visita, él les dijo donde podían encontrar a su padre.

Don Oscar estaba en la caballeriza, su pasión eran los caballos e iba a revisarlos y a conversar con ellos cada mañana. Allí lo encontraron, recostado en una reposera mientras observaba a los caballos alrededor.

—¿Hola? ¿Es usted el señor Oscar? —preguntó Azul.

El hombre asintió y les preguntó quiénes eran. Felipe le contó la historia de siempre y el hombre escuchó con atención.

—Antonio vivió aquí por muchos años, vino cuando su hija se fue a estudiar al extranjero, trabajaba conmigo aquí, le gustaban mucho los caballos y solíamos cabalgar por el campo por horas. Era un gran amigo —comentó—, luego comenzó a enfermar... achaques de la edad... —añadió—. Hace un tiempo, Marcela vino por él y se lo llevó a la capital para que lo vieran algunos médicos. Lo único que sé es que la muchacha iba a llevarlo al Hospital Central, porque allí tenía conocidos. La verdad es que no volví a hablar con él y ella tampoco se puso en contacto.

—Comprendo... —dijo Azul con desilusión, de nuevo la historia se les escapaba de las manos—. Le agradecemos mucho por este dato.

—No, no es nada, espero que lo encuentren pronto... y si lo hacen, díganle que por aquí lo recordamos con cariño.

—Lo haremos —dijo Felipe.

Cuando acabaron de conversar, don Oscar ordenó a sus peones que les dieran algunos obsequios, así que salieron de allí con leche y queso fresco.

—Al final esto fue rápido —dijo Azul.

—Te noto desilusionada —susurró Felipe y la miró con ternura.

—Es que siempre estamos por llegar a algo y luego no llegamos a nada...

—¿No eras la positiva de la pareja? —inquirió y Azul lo observó, le gustaba como sonaba la palabra pareja en sus labios, pero sabía que solo se refería a la dupla de investigación.

Quiero bailarme la vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora