Capítulo 5.

22 4 0
                                    

Cerré los ojos lentamente, recordando una y otra vez el primer y último “do” que dio a lo largo de toda la ópera. Creo sinceramente que era el chico más maravilloso que había visto en toda mi vida. Pero tengo que caer de mi nube, ayer de vuelta a casa mi padre por fin, contó su veredicto. Me voy a casar con Eduard Pymandyety.

-¿¡Eduard Pymandyety?! –gritó mi amiga y vecina Fabiola.

-Baja la voz muchacha que te van a oír los vecinos –aunque bueno, yo también estaría así si ella me contara una cosa igual.

-¡Eduard Pymandyety es uno de los hijos de una de las familias más ricas de la ciudad! ¡Los Pymandyety!- no paraba de gritar.

-O bajas la voz o no te cuento más, se supone que esto no te lo tenía que haber contado…

-Vale… -se rio- ¡Pero cuéntame! ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo?- ahora le salió un pequeño grito de ilusión.

-Tranquila, tranquila… Pues a ver, resulta que el otro día hubo una consejo muy importante en la Santa Sede, y todos los responsables de cualquier Administración debían acudir, entonces, como mi padre es el responsable de seguridad del barrio y tras el incidente del vecino que se acercó a la muralla, como su departamento ha actuado tan bien… pues…

-¿¡Qué?!

-¡Qué le han ascendido!

-¿Cómo que le han ascendido?

-¡Qué sí que nos mudamos! ¡Qué nos vamos a un barrio de patricios! –esto lo dije con alegría aunque tampoco estaba segura de sí era lo mejor.

-¡No me lo puedo creer! ¿Y cuándo os vais? –preguntó muy contenta. La verdad es que no me imaginaba esa reacción, aunque siempre ha sido una chica muy receptiva supongo que entenderá la situación y la adapta mejor que cualquiera…

-Dentro de tres días. Aunque siéndote sincera, por una parte estoy muy feliz, pero por otra… tengo miedo. Dios ha querido esto para nosotros, pero… ¿nos tratarán bien? ¿Cómo será la nueva casa? Ay, no se… Tengo miedo Fabiola, tengo miedo…

-Es lógico, pero tú piensa que si Dios ha querido esto para ti ¡estará bien! Todo saldrá bien y además, ¡te vas a casar con un Pymadyety! Los rumores dicen que tienen fama de ser los más dotados de toda la ciudad… Y ya sabes porque lo dicen…- no pude evitar reírme.

-¡Fabiola! –le grité riéndome

-Muchacha, ya sabes lo que dicen, “lo que se rumorea que así sea”, y en este caso… no vendría mal que fuera verdad –nos reímos las dos.

-Debería irme –dijo tras las risas.

-Bueno, supongo que ya nos veremos mañana, o esta tarde…

Le di dos besos y se marchó. Yo tenía que seguir con mí día a día y mi mañana. Ir a misa, dar gracias a Dios por lo que nos ha dado y luego continuar con las tareas de la casa. Ya vería que haría por la tarde.

Volviendo de misa, me tropecé con una roca y una chica que, por cierto, no había visto en la vida, me ayudó.

-Hola, ¿estás bien? – Me dijo con una voz muy dulce – me llamo Mariana, encantada de conocerte.

-Gracias, gracias. –Me sacudí los pantalones.- Yo me llamo María, encantada. No te había visto nunca, ¿eres nueva?

-Más o menos, en tres días me mudo aquí, resulta que una familia se traslada a un barrio de patricios y a nosotros nos han asignado esta nueva casa –lo dijo con cierto tono de ¿enfado podría decir?

-Pues resulta que de esa familia soy yo –lo dije con una risa falsa que yo creo que no se la creyó.

-¡Qué casualidad! -ahora la risa falsa la sacó ella- Bueno pues supongo que vamos al mismo sitio, porque hoy visitamos la casa.

-Pues que bien, si quieres te acompaño –volví a mi sonrisa falsa.

-No, gracias mejor ya voy yo sola que antes me tengo que reunir con mi familia ¡Adiós!

Y la chica de ojos azules y cabello claro que va a vivir en mi casa a partir de ahora se fue como si nada… Tampoco la volveré a ver en mi vida, no es que me importe demasiado así que, seguí andando.

-¡Ya estoy en casa! –grité.

-¿Qué tal la misa? –preguntó mi madre.

-Muy bien, hoy han anunciado mi traslado y me han dedicado un canto muy bonito. Os han echado de menos de la verdad.

-Ya sabes hija, que antes que se enfade tu padre prefiero no ir a misa. Además nuestra falta está justificada estamos muy liados con la mudanza.

-Bueno pero, ¿por lo menos antes de irnos te acercarás a la parroquia a despedirte no?

-Claro hija, eso no se duda… -lo dijo con cierto tono de duda que no me gustó mucho.

-¿Pasa algo madre? –pregunté un poco asustada.

-No, no… simplemente que estoy cansada. Vete hacer la colada, hazme el favor.

-Sí madre- y fui directa y preocupada a realizar la tarea que me había encomendado mi madre.

Paso la mañana muy rápido, supongo que lavar y coser hace que el tiempo pase más rápido y por eso pronto llegó la hora de comer. Nos sentamos, no es una mesa muy grande, suficiente para que quepamos todos. Arroz con cebolla y un poco de conejo es lo que tocaba hoy, en la comida hubo repetidos silencios y miradas de preocupación entre mis padres, no solían mirarse mucho, por eso me extrañó.

-Pero bueno, ¿pasa algo?

-Nada –dijeron al unísono y se miraron.

-Algo pasa y no me lo queréis contar. –Ahora alcé un poco la voz- ¿Es que en esta familia no se van a hablar las cosas?

-¡Vete a tu habitación ahora mismo y que sea la última vez que me alzas la voz! –dijo mi padre muy exaltado.

-Cariño, creo… -le dijo mi madre mientras yo subía las escaleras y ya no quise oír más.

Mi hermano que en ese momento estaba en el baño porque ya no podía más, salió asustado.

 -¿Pero qué pasa? –dirigiéndose a mí.

-Eso pregúntaselo a ellos, –le contesté señalando a las escaleras – porque yo tampoco sé que pasa.

Y me encerré en la habitación durante toda la tarde, indignada y por otra parte confusa. No sabía que estaba pasando.

A mitad de la tarde, oí unas voces que no eran ni la de mi padre y la de mi madre, después escuché perfectamente como mi madre decía:

-¿¡Pero mañana?! ¿¡Tan pronto!?

-Señora no hay nada más que discutir, orden del señor Pymandyety –ahora abrí la puerta sigilosamente y me acerqué a las escaleras para poder oír mejor que hablaban en el piso de abajo- yo solo soy el mensajero.

-Bueno Mara, no te preocupes ya veremos lo que podemos hacer. –ahora se escuchó un “Adiós buenos días” y un portazo. Creo que el “mensajero ya se había ido.

-Pero Brutus, que no se lo hemos contado todavía a la niña y… -no podía aguantar más, así que baje las escaleras mientras decía:

-¿Qué se supone que no me habéis contado?

Dios te salve, María.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora