Quimeras

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Los cascos retumbaban con la misma fuerza del mazo contra el concreto. Podía sentir las vibraciones en las plantas de mis pies con la misma fidelidad que escuchaba sus resoplidos frustrados. Si tenía buen olfato, parecía no funcionarle en este momento.

El sudor me resbalaba como lágrimas de pánico. Mi mano tapaba con la fuerza del acero mi boca para que ningún sonido saliera. Si por alguna razón yo llegase siquiera a respirar con más ruido, él me encontrará y entonces... entonces...

Aparté las imágenes de mi cabeza. No debía recordarlo ahora. Debía mantenerme lo más invisible posible para que no me encontrara. Agradecía internamente que mi cuerpo no podía delatarme porque mi columna estaba siendo golpeada cual xilófono a causa de los temblores que sufría mi cuerpo.

Respira. Lento. Inhala, exhala... Siente el frío de la habitación...

Trataba de tranquilizarme, pero sinceramente era más complicado de lo que podría imaginar. Pero nada comparado con salir con vida de ese lugar.

La luz blanca encima de mí parpadeaba como un foco de navidad averiado y colgaba de unos delgadísimos cables. No solía dedicar muchas oraciones, pero en ese momento no podía evitar pedirle a Dios, a cualquier santo, Jesús o Buda que me permitieran huir de ahí y que esa luz no cayera, no mientras todavía estuviera cerca.

Cuando las vibraciones de mis pies disminuyeron y los resoplidos pasaron a ser murmullos para después desaparecer, decidí golpear internamente mi cerebro para que despertara.

Debía salir de ahí ahora que tenía la oportunidad, por más que quisiera quedarme quieta o por más que una voz en mi mente buscaba hacerse un héroe. Yo no podía ir a revisar todos los cuartos esperando encontrar vida dentro.

#1.- Estaba al lado de las escaleras del segundo piso y él parecía haber desaparecido muy adentro entre éste y la tercera planta.

#2.- Todos eran ya una causa perdida. Todos los que me importaban pasaban a ser un mero recuerdo de mis momentos felices, y ahora un trauma eterno para el resto de mi vida.

Regresar sería un suicidio vano. Además, lo había prometido, había prometido no volver a ponerme en riesgo... y lo había jurado en su lecho de muerte.

Bajé las escaleras inspirando para deshacer el hierro de mi garganta. Con una mano tapaba mi boca y con la otra me agarraba firmemente del tubo de las escaleras para no irme. Me despedí de la seguridad de la luz blanca para internarme en la oscuridad del primer piso.

Con cada paso mordía mi lengua por instinto. Mi pierna calaba hasta el punto de enviar dolorosas estocadas a mi sistema nervioso. Podía sentir la pegajosa tela abrazando mi herida a causa de la sangre. Se supone que había improvisado una venda con tela rasgada de una blusa de alguien, pero ahora parecía insuficiente.

El mareo no ayudaba en nada a controlar mi pánico, si acaso lo único que hacía era incrementar el peso en mi estómago y convertía mi sudor en fríos hilos de hielo. Cinco escalones más me separaban del primer piso.

Podía soportarlo, después de todo lo que había pasado. Los días sin comer, los constantes abusos y gritos en casa, las torturas físicas en la escuela, las lesiones en clases de piano y las pequeñas heridas que solía producirme para verificar que seguía viva, habían sido como un extraño entrenamiento hasta el momento.

Había podido superar toda una noche de eventos extraños. Desde la pérdida de Mina, la Pastor Alemán que mi tía me había regalado hace varios años, hasta la transformación de Rino en medio de la sala.

Una punzada me regresó a la entrada del ascensor del primer piso. Un suspiro salió de mis labios mientras mi mano libre apretó ligeramente mi muslo. La tela que abrazaba la herida expulsó suficiente sangre como para que mi mano ahora se sintiese resbalosa.

Cuentos que no quiero perderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora