Era de noche. Las piernas me pesaban, pero yo solo tenía un objetivo en mente.
Ya lo venía siguiendo desde hace varias cuadras. Me gustaba.
Me gustaba su porte y sus facciones. La manera en que parecía tan perfecto y sencillo. No era necesario unos ojos del mar, ni unos labios de seda. Era él y su simple esencia lo que me había atrapado desde hace varias semanas.
Siempre pasaba frente a nuestra casa escuchando música y tarareando.
Creo que una vez me vio, o solo miraba la casa tan desecha que tenía. No lo sé, pero en el momento, la sensación de que al fin me hubiera visto sin hacer una mala reacción, me enganchó. Ojalá las cosas hubiesen sido distintas. Ojalá todo hubiera sido diferente.
Giró en una esquina. Mis pasos lo siguieron.
Mi mano ya pesaba, y sentía perfectamente el líquido caliente resbalar de las costuras. Mi mente quería nublarse y mis ojos dolían al punto de querer salirse de sus cuencas. No quería hacerlo. Realmente no quería, pero una parte de mí, más fuerte y ruidosa mandaba al caño todas las veces que me sentaba frente a la ventana para verlo pasar.
Se detuvo al momento de que una luz azulada pintó su rostro. Algo veía en su teléfono.
Era ahora o nunca.
Di unos pasos más. Alcé el hacha y con toda la fuerza que me podía permitir en ese momento, la dejé caer sobre su cuello.
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La cabeza me dolía. Por poco y no la cuento en esta ocasión.
Estaba aliviado y horrorizado al mismo tiempo. Pero también cansado, muy cansado.
Ya había limpiado toda la podredumbre de mi piel contaminando el agua de la tina... aunque no es como si anteriormente hubiera estado muy limpia. Era fría y pequeños ríos se colaban entre las costuras enviando corrientes heladas a mis terminaciones nerviosas... Debo ajustarlas de nuevo.
Veía mis antiguas partes flotando alrededor de mi cuerpo. Mi anterior brazo, que esta vez había durado un poco más que la última ocasión, se encontraba frente a mí. Lo tomé y medí mi nueva mano con la vieja. Era un increíble contraste.
Esta nueva era de azúcar morena, la anterior era tan blanca como una hoja de papel y un poco más delicada. La nueva poseía un poco más de callosidad, quizá había terminado una jornada laboral, aun así, era suave y cálida... aún lo era. Entrelacé los dedos, imaginando, quizá, algo imposible.
Tomé un sorbo de vino mientras dejaba las partes flotando.
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Debería acostumbrarme al proceso, pero cada vez se volvía más y más difícil.
La aguja entraba en mi muslo y salía. Una y otra vez.
''Entra y ajusta. Gira y aprieta''.
Anudé y me aseguré de que no se moviera más de lo necesario. No perdería ese miembro pronto.
Me vi en el espejo, la piel se había amoldado bien a mi rostro. Bastante bien.
Casi hasta podría parecer que...
Vi la unión en mi cuello. El recordatorio clásico de que nada de lo que estaba viendo era mío. Ni la piel, ni las piernas, ni los brazos...
Inhalé profundo y volví con mi trabajo.
Agarré la aguja. Tomé la piel sobrante del cuello y la acomodé como quien hace una vastilla al pantalón, y vuelta a empezar.
Entra y ajusta. Gira y aprieta.
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Estaba cansado, pero ya casi terminaba. Después de esto ya podría dormir tranquilo.
Vi la hora: 3:45am.
El doctor no llegaría hasta más tarde y no podía esperar a que me ayudara.
Ya en mi habitación, tomé las vendas. Eran algo viejas, pero cumplían bien su función. Mantenían todo unido y seco, lo suficiente antes de que necesite un cambio urgente de tela.
Poco a poco la tela iba cubriendo mi nuevo cuerpo.
Al terminar contemplé mis manos. Esas se quedarían así, igual que mi rostro. El cuello y resto del cuerpo estaba bastante cubierto. No había manchas ni humedad que antes no estuvieran ahí, así que me di por satisfecho.
Exhalé. El único sonido que se escuchó en toda la casa y el primero que salió de mi garganta en varias horas.
Me senté en la cama. Al fin había terminado.
Me recosté viendo el techo, luego la ventana.
Cerré los ojos recordando su voz en un último mensaje grabado.
''...te veo pronto''.
Me volví a sentar.
Frente a mí, el espejo me mostró al chico que solía ver en las mañanas y tardes caminar. Su porte de caballero experimentado en un frasco demasiado joven para cualquiera. Su cabello oscuro, que ahora podía notar, caía grácilmente sobre sus pestañas, abundantes y largas. Unas mejillas suaves que terminaban por dar forma a su cara. Joven e inocente.
Era una expresión dulce, gentil y amable. Una expresión que ahora era mía, como todo lo que él poseía. Pero no tenía la misma luz ni sinceridad. En su lugar solo mostraba un cansancio y hastío enorme. No había vida en ella.
Una mirada, que, así como todas mis anteriores refacciones, estaba podrida. Muerta.
Como debería estar yo... desde hace muchos, muchos años atrás.
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Cuentos que no quiero perder
AléatoireSerie de cuentos que he escrito y me gustan los suficiente como para querer compartirlos con los demás. Aquí encontrarás de todo un poco. Habrá romance, suspenso, terror, reflexión, y demás. Gracias por darles una oportunidad y de ser parte de ti po...