Delgada rama de vida

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La vi.

Dolía el alma con solo verla un segundo.

Pero una vez que lo hice fue imposible apartar la mirada.

No era un espectáculo digno de admirar a mi parecer. Era patético y casi vergonzoso. Pero sobre todo, era... desesperante y frustrante.

Estaba de pie, a unos pasos dentro del mar de la playa. El agua, en un día tranquilo, podía llegarle a la cintura, pero ese día no era tranquilo.

A pesar de que la noche mostraba un despejado cielo estrellado, y que la temperatura no era desquiciadamente baja o el viento soplaba con fuerza, las olas estaban agitadas y se golpeaban una contra otra en una lucha inexplicable.

Ella, con ese cuerpo pequeño decidió ser una piedra inmovible y resistía los golpes que el mar embravecido le daba sin piedad. Una tras otra, las olas furiosas rompían contra su hombro o su espalda y ella no daba el brazo a torcer. Aunque se abrazaba a sí misma, quizá buscando algo de calor, se mantenía lo más firme posible en ese lugar.

Ella no parecía bienvenida en el mar, pero terca se quedó ahí.

Lo que me parecía tan frustrante era verla soportar todo ese desfile de golpes como si no tuviera otra opción. Ella lloraba, quizá de primera vista uno no lo notaría. No notaría que el agua que humedecía su rostro no era solo del mar, sino sus propias lágrimas que salía a raudales.

El ajetreo sofocaba todos sus chillidos y sollozos. Su voz quedaba ahogada por las olas, pero se notaba en las mejillas enrojecidas, en como le temblaba la barbilla y en como abría la boca como si quisiera gritar. O quizá eso hacía.

Quizá gritaba con todas sus fuerzas. Quizá pedía ayuda para salir de ahí. Quizá llamaba a alguien en especial, alguien que no la escuchará por más que esté gritando.

Su cuerpo se veía tan frágil en medio del mar. Parecía una rama temblorosa, una delgada rama que solo sirve para mantener una diminuta hoja que busca retoñar. Aunque también podría ser esa diminuta hoja que era zarandeada que se resistía a soltarse.

El viento soplaba con más y más fuerza, la temperatura llegó a descender un grado por cada minuto. Pronto, esa playa se volvería una tumba helada.

Podía sentir como en mis huesos, en mis articulaciones, en la palma de mi mano, se esparcía un temblor fantasmal. Como si me preparara para recibir a un visitante indeseado, como si poco a poco el mar también me pudiera alcanzar.

¿Acaso verla hacer semejante locura era contagioso?

La vi, ahora no solo soportando las olas desatadas, sino aguantando el frío y el cansancio. A estas alturas ella no debería tener ninguna fuerza, sus hombros y sus brazos ya no parecían tener la resistencia ni para abrazarse.

--¡Sal de ahí!

Grité por fin. Mi sorpresa fue inmensa cuando me vio. Sus ojos inyectados en sangre se veían hundidos en un rostro malherido, sus labios sangraban con lo que parecía ser marcas de dientes, los pómulos hundidos acentuaban su cansancio. Era una rama, una completa rama delgada, frágil, que se negaba a quebrarse ante la furia desconocida del mar.

Pero no se fue. Ahí se quedó mientras mi cuerpo comenzaba a temblar por el frío y la desesperación. Al igual que el mío.

--¿Por qué? ¿Por qué no te vas? ¿¡Que no ves que te estás consumiendo viva!?

--Pero si me voy... --Su voz alcanzó mis oídos como un susurro de ultratumba. Como un saco de arena vaciándose lenta y constantemente con la capacidad de detener mi corazón con pronunciar una palabra --Todo esto llegará a ti.

Los ojos me dolían con solo abrirlos. La cabeza dolía. La garganta dolía.

Todo dolía.

Mi almohada se sentía húmeda contra mi mejilla. Toqué mis ojos y efectivamente aún tenía algunas lágrimas frescas en ellos y algo de lagañas.

Abrí la boca solo para sentir como mi lengua se despegaba con dificultad del paladar, hasta podría parecer que alguien me la pegó con un fuerte adhesivo. Un sensación de hormigueo invadió al órgano y terminó por esparcirse a mi garganta.

Miré al techo.

Alcé mis brazos hacía él solo para ver las marcas que mis uñas habían hecho la noche anterior. Parecía que me había peleado con un animal salvaje, quizá un gato demasiado enojado. Quizá... no está tan lejos de la realidad.

No había sangre, pero los surcos rojizos y las media lunas de mis uñas estaban ahí. Y al sentarme en la cama y retirarme las cobijas noté que también estaban en mis piernas. Pero no solo eso, habían marcas de dientes en mis dedos y manos que dolían un poco, como si toda la noche los hubiera estado mordisqueando. Podría ser que lo hice incluso dormida.

--No importa, desaparecerán y nadie lo notará.

Me levanté. Inhalé.

Estaba exhausta. Esto siempre me deja exhausta.

Llegué al baño y cuando me vi en el espejo del lavabo sonreí.

Era un desastre con los ojos hinchados. Un desfile cómico-trágico así era mi apariencia. Los labios mordidos, un rasguño apenas perceptible en la quijada y el cuello rosado de tantas veces que lo ''acaricie'' en mi desesperación.

Reí. Me cansé por reírme. Me cansé de sentirme cansada.

''Si me voy, todo esto llegará a ti''

--¿Acaso puede ser peor?

No sé que tengo. No sé porque me pasa esto incluso en los días buenos... más en los días buenos; pero sé que necesito ayuda. Sé que no es normal.

Yo... necesito ayuda.

.

.

.

Pero primero tengo cosas que hacer.

Cuentos que no quiero perderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora