Capítulo 34. Dáselo

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Unos pocos días más transcurrieron. Unos lo notaban más, otros lo notaban menos, pero el tiempo jamás dejaba de fluir. Vil comenzaba a impacientarse, no porque el plan no estuviese surtiendo efecto, sino porque todo estaba yendo demasiado despacio, y hacía ya dos o tres días que Lilia no aparecía por allí. Si lo que había oído decir a Silver y Sebek aquella mañana era cierto, Lilia no podía permitirse que la reina sospechase de él lo más mínimo y había dejado de ir por eso mismo.

Vil lo entendía, en especial si de veras la vida de Silver podía estar en juego, pero se estaba desesperando ahí dentro con Malleus como su único contacto con el mundo exterior. En una de sus visitas más recientes, había intentado convencerle de que enviase a alguien a limpiar y servirle las comidas, pero Malleus se había limitado a chasquear los dedos y todo el cuarto se había limpiado automáticamente y un plato de comida había aparecido sobre la mesa. El omega tuvo que contener sus ganas de pegarle un puñetazo.

Cada vez lidiaba peor con Malleus, en parte porque el pequeño estaba más inquieto cada día que pasaba y, con ello, el malestar de Vil empeoraba. Era consciente de que debía mantener sus emociones a raya para no perder el control y explotar, pero no era algo sencillo de conseguir cuando apenas lograba pegar ojo, estaba encerrado sin posibilidades de salir siquiera a dar un paseo, y la única persona con la que hablaba a diario era el maldito Malleus Draconia. Había llegado un punto en que solo quería salir de ese horrible lugar y volver a su casa, y no tenía paciencia para seguir esperando.

Aquel día, Malleus fue a visitarle por la mañana. Tenía un rostro sonriente que denotaba satisfacción, pero Vil no se sentía de humor como para preguntarle a qué se debía el cambio de humor teniendo en cuenta que el día anterior habían terminado a gritos para no variar.

Cuando llegó junto a la mecedora, en la cual el rubio se encontraba sentado, con las piernas subidas al asiento y cubiertas con una manta, el alfa le pasó un mechón detrás de su oreja y acarició su rostro con el pulgar. Vil le dedicó una mirada hastiada y trató de apartar la cabeza, no le gustaba el tacto de sus guantes de cuero contra su piel. Sin embargo, Malleus agarró con fuerza su mentón y no le permitió liberarse.

Ninguno de los dos había dicho nada todavía, y Vil no tenía la menor idea de qué estaba sucediendo en esos momentos, pero no le gustaba.

Entonces, Malleus sacó una elegante cajita del bolsillo de su pantalón y, con un ágil movimiento de sus dedos, la abrió, dejando ver un sencillo broche para el pelo en su interior. Era de plata, con un intrincado diseño que se asemejaba a las espinas de las rosas. Tenía también tres piedrecitas preciosas de un intenso color verde en forma de flor.

Verde, de nuevo.

Sin molestarse en pedir permiso, Malleus colocó el broche en el cabello de Vil, justo por encima de su oreja. Luego, por fin, le soltó y retrocedió un par de pasos como si fuese un artista intentando admirar la obra que acababa de crear.

-¿Te gusta? -preguntó Malleus, su tono indicaba que no se le pasaba por la cabeza que pudiera no gustarle.

-¿He hecho acaso algo para merecer un regalo? Que yo sepa, no es mi cumpleaños.

-Es de caballeros hacer regalos durante el cortejo.

-¿En serio llamas cortejo a lo que ha pasado la última semana y media? -bufó Vil-. Es verde.

-Lo sé.

-Odio el color verde -explicó el omega, encogiéndose de hombros-. El único verde que tolero es el de los ojos de mi marido, es un verde mucho más bonito que el de las gemas de esta baratija. También tiene unos ojos más bonitos que los tuyos, por si nunca te lo había mencionado antes.

Eres mi Alfa y mi Omega [LeoVil || Twisted Wonderland]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora