Estaba a punto de dormir. Un mensaje del más allá llegó a mi celular, mis manos temblaban, acepté que era causa del frío. Contesté suave y concisamente, mi mente no podía articular los análisis de siempre, había dejado toda la batería humana de mi ser en la universidad. Cuando me di cuenta estaba contándole cuán miserable me sentía, pero en mi mente, en la realidad le estaba diciendo que no me había molestado su partida, cosa que es cierta, además de que si es por un bien, no había problema, nunca he sido egoísta con las personas que me importan. Me hallaba diciéndole que mi vida no había cambiado demasiado, seguía siendo el mismo ser, sólo que con un par de perspectivas de más, algún conocimiento extra y quizás algo más de tranquilidad, que luego se iría rápidamente en los siguientes días.
Dormí plácidamente, eso me dije con el cepillo en la boca, meneándolo con tanta pereza como siempre. No había entendido demasiado aunque sabía lo que había dicho, me recordó a una chica dándome una felación, fue gracioso y triste porque recordé mi último encuentro sexual. Me abrigué lo más que pude, me despedí concretamente de mis padres y me fui a la boca de la bestia: la universidad. Fumaba despacio, mis pasos eran irregulares, deseé haber dormido más temprano, para variar. La cola para el transporte estaba regular, ni grande ni chica, de hecho, me fui más relajado de lo normal, dormí unos cuarenta minutos. En el transcurso del viaje no podía dejar de reproducir su rostro, su cuerpo, su sonrisa, todo lo que ella era en este mundo y en el mío: todo. Intenté no pensar en sus labios llenos de su propia sangre pero no pude, al menos de golpe, llené mi mente de momentos felices, que obviamente, la incluían.
Los túneles vacíos clamaban su nombre junto al mío, el ambiente frío de siempre quería alejarla de mí, junto con mis propias acciones, lográndolo. Hasta no sentir la despiadada soledad cuán demonio real es no solté ni una lágrima, lloré, pero sin lágrimas, implica que tu alma sea cortada fuertemente con una sierra eléctrica, usé dos, usaron tres, me cortaron como papel. Ardían mis ojos, mi corazón más. No me hice preguntas, estaba harto de ellas.
Mis miedos se habían vuelto parte de mi realidad, el extrañar el ser que fui con ella se había vuelto mi pan, ella era mi agua. Me dije a mí mismo que había un futuro esperándome, traté de ser positivo por una vez en mi vida sin usar el sarcasmo, igual sentía la lanza en mi pecho, las manos de hierro de la muerte ahorcándome sin piedad alguna. No había un futuro inmediato para mí, quería el que tenía, pero para ello necesitaba sacarme el millón de cuchillos del cuerpo.
Llegamos, despacio salí y me dirigí a comer. Desayuné aquel sándwich con tanta velocidad que ni lo probé, el café sí. Todo estaba tan rápido, incluyéndome, no podía detener mi caminar y mi singularidad mental, como siempre. Me senté a leer para variar, estas últimas semanas había estado leyendo como anciano en una montaña. Notaba cómo se levantaban los que estaban a mi alrededor, también cómo se sentaban, algunos a acariciarse entre sí, otros únicamente a mencionar estupideces, ambas cosas me molestaban. Pasó un amigo, hablamos por un rato, me distraje, luego él fue a clases y yo me quedé sentado, esta vez sin leer. Pasó una amiga, la miré por unos instantes, no me había cansado de su belleza aún, temía hacerlo. Llevaba un café en sus delgados dedos, su rostro me decía lo mismo que me había dicho el mío en el espejo hacía horas: falta de sueño. A su vuelta me levanté y la saludé por detrás, se asustó un poco y luego sonrío.
Me disparó tan fuerte con aquellos labios y esa sonrisa que por un momento olvidé mi existencia. Hablamos un poco, me pregunto cómo me iba, dije que seguía vivo. Bebí de su café, luego se lo entregué. Sólo podía verla riendo ante mis comentarios estúpidos, también aconsejándome. Nos separamos un poco más adelante con un largo abrazo, me dijo que posiblemente nos veríamos más tarde, a eso de las seis de la tarde, dije que estaba bien. Subiendo las enormes escaleras no dejaba de pensar en ella, mi mente volvió a su sitio cuando entré a clases.
Arroz con atún, ensalada común y corriente, jugo de melón y algo de pan. Mi almuerzo había sido algo tedioso dadas las espinas de mi vulgar atún. Me despedí de unos amigos que se iban, yo me quedaba hasta las seis. De nuevo a leer, a esperar otro balazo de Martha. Entré a clases, de nuevo los mismos rostros. Mencionaban cosas en inglés que yo ya sabía, me salí de clases a caminar mientras escuchaba música. Pensé en Martha de nuevo pero sabía que se había ido, un mensaje me había llegado antes de su parte. Me compré un jugo de durazno, me fumé otro cigarro, luego me bebí el jugo para ocultar un poco el olor, mi profesora odiaba el cigarro, lo sabía porque habíamos hablado fuera de clases, porque me parecía hermosa y porque tenía más confianza en ella, que era unos diez años mayor que yo, que en los de mi edad. Me eché un gel de olor extraño, olía a medicina, a clínica, a todas esas cosas repugnantes.
Más arroz, esta vez con pollo y plátano, jugo de melón de nuevo. Estaba delicioso y hambriento, no me quejé. No había demasiada gente, era viernes, eran las cinco y cuarto. Me encontré a un conocido y hablamos un rato mientras buscaba como un poseso mi encendedor. El transporte salió media hora antes, como siempre, errores humanos, horrores, diría yo. Antes de irme había estado hablando con unas tres personas acerca de los mitos y las leyendas del país, algo fuera de lo común, ya que hoy en día sólo hablamos de porquerías innecesarias. Vía a mi casa todos bromeaban, afortunadamente yo tenía a Marilyn Manson y unos audífonos poderosos a mi disposición. Dormía, despertaba y dormía, hasta que cuando faltaba poco más de dos kilómetros pude despertar completamente. Mi mamá había estado fastidiándome, preguntándome dónde demonios estaba, no lo contesté porque dormía y despertaba, de haber estado despierto probablemente tampoco lo habría hecho, no tenía ánimos sólo de dormir y beberme algo. Salimos como caballos del autobús. El metro estaba más vacío de lo que me había esperado, ya me había mentalizado en actuar como boxeador. Recuerdo las miradas fijas de algunos, pero era normal, no sé qué me veían, ni me importaba, quería llegar.
Subido en otro autobús, volví a apreciar la belleza de la noche, pero me imaginé un sinfín de accidentes automovilísticos, también robos. No sé cómo metí la llave correctamente ni cómo abrí la puerta, mis manos temblaban, de nuevo. Dije en voz semi-alta que había llegado, sólo mi madre me respondió, algunos sermones, le dije que me había quedado sin crédito en el celular, no me dijo nada más, a excepción de que quedaba cena, dije que sólo quería beber algo y dormir. Subí más escaleras, abrí la puerta de mi cuarto con fuerzas extrañas que no me pertenecían, obviamente. Tiré mi bolso, me acosté en mi cama, cómo me dolía la vida. El techo blanco seguía igual, el mismo zancudo, las mismas telarañas...
Me cambié de ropa como pude. Le escribí a Martha, mentalmente, en donde le dije cuánto quería joderme la vida con ella.
ESTÁS LEYENDO
Dualidad Amorosa
RomanceMujer y hombre, pene y vagina, besos de azúcar y besos de carbón, dualidad sexual e intelectual.