Capítulo 6.

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Ya habían pasado tres semanas desde la horrorosidad que hice con Simon. Tres semanas en que no hablábamos. Tres semanas en la que me di cuenta de algo importante: lo extrañaba, ya me había acostumbrado tanto a él, a sus chistes sin gracia, a sus irritaciones cuando me comportaba egocéntrico. Ahora que releo los chats, me doy cuenta de algo que siempre estuvo a la vista pero nunca noté: yo le gustaba, él me coqueteaba... Y yo le correspondía, siempre le correspondía, no puedo culparlo por haberse hecho ilusiones, no puedo culparlo por haberse ido así, no puedo culparlo por dejarme en claro incluso sin palabras que yo era una mierda de persona, y no puedo culparlo por... Por éste dolor que generalmente mi ego se negaría a sentir, pero ya no puedo resistirme más a los estragos que ha dejado el chico.

Eran las cuatro de la mañana y ahí me encontraba yo, en mi cama con la luz del celular iluminando mi rostro somnoliento. Estaba reyelendo por milésima vez los chats, y cada vez me sentía más y más culpable; mi mente también rememoraba las noches que pasamos juntos, sus besos distribuidos por mi piel, su piel tibia uniéndose a la mía, envolviendo el ambiente de la habitación con gemidos incesantes.

Había tomado una decisión, me levantaría e iría a buscarle, le diría toda la verdad, es decir, la verdad con lo que respecta a mis sentimientos hacia él.

Decidí apagar el celular y tratar de dormir un poco, al menos ya tenía algo claro por hacer, en la mañana solucionaría todo; en el peor de los casos él me diría que mejor lo dejara en paz y... Bueno, que hay más personas en el mundo.
De seguro no es el único chico guapo que me podría hacer reír a cada rato con cualquier gesto o comentario, no es el único con el que podría durar hasta la madrugada hablando por chat, no es el único con el que podría ser tierno y hot al mismo tiempo...

Vale, no vale de nada tratar de convencerme a mí mismo que hay más personas como él. No hay nadie más. Nadie.

***

Me desperté a las seis de la mañana con dolor de cabeza, salí de mi cuarto y la luz matutina me recibió diciéndome que desde ya, mi día empezaba mal, fui al baño del pasillo -el de mi cuarto estaba siendo arreglado por un desagüe- y lo primero que noté en el espejo fueron mis notables ojeras, no había dormido bien en los últimos días, todas las noches era la misma rutina. Me di una ducha rápida y salí hacia la cocina, dónde estaba Elizabeth preparando unos huevos rancheros, el olor de tocineta inundó mis fosas nasales y en cuanto la castaña se percató de mi presencia me ofreció una sonrisa que devolví con fingido entusiasmo.

-No tienes que fingir sonrisas -me dijo cambiando su sonrisa de una entusiasta a una comprensiva- ¿Has pensado lo que te dije anoche?

-Cada segundo de la noche -confirmé-. ¿Crees que le gusten los chocolates?

-No parece ser el tipo de chico al que le gusten que busquen su reconciliación con chocolates.

-¿Qué sabes tú de eso?

-Puede que nada, pero escúchame. Llévale donas y un café.

-¿Donas? Definitivamente serías una mala consejera de parejas. Eso es lo más anti-romántico que he escuchado en mi vida.

-Jódete, pero que conste que te he dicho.

-Vale, genio -me acerqué y le dí un gran abrazo-, gracias por intentar ayudar.

-Sí, sí -se deshizo rápidamente de mi agarre-. Ahora lárgate a buscar a tu chico.

Rompecorazones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora