Capítulo 7: Las damas son humanas

65 12 1
                                    

Ogawa busca la ropa ideal a la ocasión. Orihime deja el libro a un lado del escritorio y se pone en pie, estirándose perezosamente, algo inaceptable en una dama pero está segura que hacerlo en la privacidad de su dormitorio no hace daño.

Se mira en el espejo y nota lo sonrojada y emocionada que esta por volver a pasar tiempo con Ichigo y se regaña mentalmente, se comporta como una chiquilla inocente, igual a esa vez con doce años que su mayor amor era el hijo del panadero; no le importó que fuese quince años mayor, ya se imaginaba con él el altar, la casa y los cuatro hijos, cinco perros y tres gatos que tendrían en su campo. Ya no es esa chiquilla, es una adulta maldita sea, una mujer adulta y divorciada que ya sabe todo del amor, del engaño y que la realidad no hará que su autor favorito se fije en ella; no, es el heredero al ducado Kurosaki, la familia más importante después de los Shiba, no va a poner en su radar a la sencilla hija de un barón de clase baja sino a una joven hermosa que venga de familia distinguida con harta sangre noble y con mucho dinero en el banco. Y virgen.

Y si llegase a saber que es una estéril, definitivamente Orihime estaría en el último lugar de la lista "solteras ideales para un heredero Duque"... al final de casi dos mil participantes.

Sin embargo, que la realidad sea cruel no justifica que pueda fantasear un poco... solo un poquito.

—Estoy siendo ridícula. — Susurra en un suspiro. — Concéntrate Orihime o volverás a sufrir un golpe.

—Lady Orihime. — Con una sonrisa Ogawa llega con un conjunto de prendas. — ¿Empiezo?

—Sí, claro Ogawa.

La doncella deja las prendas colgando en un sencillo perchero con ruedas de madera y espera a que Orihime se siente en el sillón frente al tocador para peinarla. Toma todo su pelo, exceptuando un mechón que cuelga en cada hombro y el flequillo, y le hace una trenza que forma una corona en la nuca, ideal por el intenso calor que hace.

La hija del barón se pone en pie y dócil deja que Ogawa le quite el camisón de dormir y lo reemplace por una blusa blanca peculiar, la capa superior es escotada en la espalda con perlas celestes en el contorno, empieza por debajo de los hombros y pecho, con las mangas holgadas y totalmente transparente, enseñando la capa inferior que parece una tela cuya función es taparle la zona frontal, de cuello alto, con bordes dorados y que se mantiene fijo al cuerpo por un fino lazo que Ogawa amarra detrás del cuello. Abajo lleva una falda que le llega arriba de las caderas, color azul clarito que apenas se podía notar, como también el estampado de las cayenas blancas y hojas verdes, cae con elegancia casi tocando el suelo que no se puede ver los zapatos de tacón blanco estando de pie como estatua.

—Gracias Ogawa, estoy hermosa gracias a ti.

—Para nada señorita, usted ya es hermosa por sí misma. — Dice mientras le pone un poco de perfume.

Su Lady se sonroja y le pide buena suerte al mismo tiempo que camina a la puerta. Una vez desaparece, la sonrisa de Ogawa ya no está y solo hay preocupación en su rostro. Cae sentada en el sillón que antes ocupó Orihime y junta sus manos en un rezo.

—Señor, soy feliz de verla contenta pero por favor, no la castigue más. No quiero que su admiración hacia su excelencia le juegue en contra... — Cierra los ojos, recordando aquellos días deprimentes que su señorita se la pasaba llorando en cama. — No va a soportar que le rompan el corazón otra vez...

------------------------------------------------------------------------------------

Orihime entra al salón de las comidas y directamente va a unas escaleras que la llevarían a los balcones para comer al aire libre. Había unas mesas igual de bonitas que en el primer piso y unos sofá y sillones que solo ve hombres usarlas mientras fuman y beben, ya sea un café o alcohol.

La DivorciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora