4. Pesca de arrastre

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Una vez que revisé el contrato llamé a Cami para gritar con ella de alegría

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Una vez que revisé el contrato llamé a Cami para gritar con ella de alegría. Hizo que le diera las gracias y le jurara y perjurara que era la mejor amiga del mundo. Ni que decir tiene que lo celebré bebiéndome el resto de alcohol que había quedado de nuestra última pijamada.

Unos días después y con el contrato ya firmado, Máximo me citó en su casa para comenzar la primera de las tareas.

Ojo, porque cuando lo hizo pensé que se trataba de una broma o de que iba a haber un acoso sexual y yo no estaba preparada para eso. ¿En qué momento abandoné a la mitad las clases de autodefensa? Pero veía claro que no iba a suceder nada parecido, esperaba. Que me citara en su casa concernía a la ubicación de las piezas que yo inventariaría, así que me acerqué con mi contrato firmado bajo el brazo.

Para nada habría esperado obtener el empleo así de rápido. Que había hecho un poco el ridículo. Sí. Que por momentos me había sentido algo fuera de lugar. También.

Pero ahora era Desirée Medina, la que inventariaría la obra de toda la carrera de Máximo Labrador y conseguiría ganar algo de dinero, experiencia y tal vez un hueco en el mundo del arte.

Bueno, en el mundo del arte no, pero eso seguro que me iría consiguiendo oportunidades en adelante.

Por lo que evité saltar de alegría y abrazar a Máximo cuando me abrió la puerta.

—Veo que eres puntual —expresó recibiéndome en el umbral.

—Sí, lo soy. Gracias —dije al ver que me daba la bienvenida a su casa.

No pude evitar mirar todo lo que quedaba a mi vista. Estaba claro que aquella parte de Madrid era más rica y eso se notaba en la placidez de sus barrios y en los edificios recargados de mampostería. Oh, fíjate, casi parecía haber estudiado la carrera de historia del arte.

Por dentro, la casa era como me esperaba. Techos altos y muebles de diseño que solo se usaban durante las visitas, tarima flotante, espacios amplios... En resumen, Máximo estaba viviendo dentro de un catálogo de decoración de interiores. Aunque me hubiera parecido en un principio que guardar algo tan delicado e importante como tu obra en tu propia casa era una locura, la zona te daba la seguridad de que no habría inoportunos robos. Y tal así me lo mostró cuando atravesamos varias salas hasta llegar a una a través de la cual se accedía con código.

Lo repito.

Una sala a la que se accedía tecleando un código. Secreto. Intransferible. ¿Acaso estaba en una película de Misión Imposible? No, definitivamente no. Ni Máximo era Tom Cruise, ni yo iba a bajar del techo sujeta a unas cuerdas delgadas para robar un diamante.

—He cambiado momentáneamente el código para que puedas entrar en la sala estanca durante tus horas de trabajo y solo durante ese periodo de tiempo —explicó mientras tecleaba—. Este sistema es muy sensible y puede avisarme de lo que ocurra si alguien introduce el código en horario no establecido, así que seré consciente del tiempo que pasas dentro.

LA MUSA INEFABLE || ONC 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora