– ¿Estás lista? – preguntó Jihyo mirando a Chaeyoung que se encontraba sentada de espaldas a ella.
– No quiero irme, Jihyo – murmuró.
– Chae, ya hablamos de esto... – suspiró y entonces la menor se volteó, revelando su rostro empapado en lágrimas – No me hagas esto, por favor.
– He pasado casi toda mi vida aquí – dijo con la voz rota – Conozco este lugar como a la palma de mi mano, a cada enfermero, a cada paciente, a cada persona que se nos fue – otra lágrima cayó de sus ojos – Nayeon ha sido como mi madre, tú has sido como mi hermana, Mina... Mina me ha enseñado lo que es amar, ella le devolvió vida a mi corazón, ¿por qué me lo tienen que arrebatar?
– E-Es por tu bien – la mayor se acercó, apretando los labios para mantenerse fuerte – Chae, nosotras queremos lo mejor para ti... Hemos luchado por años para que estés bien y allá lo estarás.
– ¿A qué costo? – esa pregunta, aquella pregunta que Jihyo no supo responder – ¿De qué me sirve mejorarme del corazón y mi mente estará jodida? Dime, volveré a estar sola.
– No estarás sola – le aseguró tomando su mano – Cuando te mejores, podrás salir y venir a visitarnos, nosotras...
– Ustedes estarán aquí – la interrumpió – Pero, ¿me vas a asegurar que Mina seguirá entre nosotras? No, no puedes y me aterra pensar que ella puede morir en cualquier momento.
– Chae...
– Jihyo... – la voz de la menor volvió a quebrarse – Me aterra pensar que Mina puede morir y yo no estaré a su lado... No quiero.
– No pienses en eso – le pidió – Haremos todo lo posible para que eso no pase.
– Jihyo, si Mina muere mi vida se acaba – sentenció con los ojos inyectados de lágrimas.
– Permiso – Nayeon hizo acto de presencia.
Chaeyoung miró hacia la puerta y su corazón dio un vuelco al ver la cabellera de Mina, la chica de lunares bonitos y pulmones débiles se encontraba tratando de ocultarse detrás de Nayeon. Tal como la primera vez que se conocieron.
– Anda, cariño, no seas tímida – comentó Chaeyoung riendo tristemente, recitando las mismas palabras que usó Nayeon.
Mina se dejó al descubierto, pero esta vez fue todo diferente. La japonesa tenía la mirada agachada y sus hombros temblaban levemente. Estaba llorando.
– Las dejaremos solas para que se despidan – dijo Nayeon tomando la mano de Jihyo para salir de la habitación.
Chaeyoung se puso de pie y caminó hasta Mina, le tomó el rostro y la obligó a mirarla.
– Mina... – susurró al ver aquellos ojos que algún día vio brillar, completamente opacos y llenos de lágrimas.
– P-Por más que no quisiera dejarte ir – habló con dificultad – Debo hacerlo.
– No quiero irme...
– Debes – cerró los ojos ante la caricia de la mano de la coreana – ¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche?
– Dije que...
– Dijiste que no importaban las circunstancias en las que nos encontráramos, que no importaba si una de las dos moría aquí, que la otra iba a vivir y seguir brillando con la luz de la otra – recordó y tomó una bocanada de aire – Y tú tienes la oportunidad ahora, así que debes ir y cumplir con tu promesa.
– ¿Y si no la cumplo? ¿Y si...?
– La vida no se trata de quizás – la interrumpió – Se trata de luchar por un lugar en este mundo, si no logras cumplir con tu promesa, yo intentaré cumplirla y si ambas fallamos, habrán un lugar en donde nos volveremos a encontrar.
– Chaeyoung, ya es tiempo – Nayeon irrumpió en la habitación – Debemos irnos.
– Vive y sé feliz, Chaeyoung – murmuró Mina – Pero no me olvides.
– Jamás – prometió y dejó un beso en sus labios – Hasta pronto – se separó de la japonesa y caminó junto a Nayeon hacia la puerta.
– Chaeyoung... – la llamó y la menor se volteó para ver a su más grande amor con lágrimas en los ojos – Gracias.
– ¿Por qué?
– Por enseñarme lo que es el amor – respondió con una sonrisa – Te amo para toda la vida.
Y aquello fue lo último que Chaeyoung escuchó de Mina antes de abandonar la habitación y posteriormente el hospital.
Te amo para toda la vida.