Capítulo Ocho

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Volvieron un par de horas antes del amanecer, justo cuando Imra entraba con una gran bolsa llena de madejas de hilo.

-Yo las llevo abajo -se ofreció Clarke.

-No pasa nada, ya lo hago yo. - Arrancó la bolsa de las manos de Imra, casi derribandola.

-Insisto. Por otro lado, tengo que ganarme el sustento.

-Si, como quieras -gruñó Imra, frotándose el codo-. Espero que tropieces en las escaleras y te mates.

-Gracias.

Lo divertido fue, que tenía tanta prisa por bajar al sótano y ver a Lexa, que casi tropezó. Para nada: Ella no estaba allí. Miró por todas partes, escuchando con tanta atención como pudo, frustrada porque su sentido del olfato era inútil. Era un sótano grande... se extendía por toda la longitud de la casa y tenía muchas habitacioncitas, rincones y grietas... y registrarlo llevaría mucho tiempo. Finalmente, se rindió, dejó la bolsa de madejas en una de las mesas, y subió con paso pesado a su cuarto.

Para encontrar a Lexa encorvada sobre su escritorio, con los dedos de los pies en el mismo borde, perfectamente equilibrada como un buitre, con los brazos alrededor de las rodillas, y la mirada fija en el umbral de la puerta.

-Aquí -dijo cómodamente mientras ella cerraba la puerta e intentaba no mojar los pantalones de la sorpresa. -¡Te he estado buscando por todas partes, chica! ¿Si averiguan que has salido de tu pequeña celda del sótano, no se pondrán como locas, verdad?

-Verdad -dijo Lexa y saltó del escritorio hacía ella. Se agachó, golpeó la puerta y se deslizó hasta la alfombra.

-¡Ja! -cacareó, quitándose el abrigo y danzando alrededor de su forma derrumbada-. No soy de esa clase de chicas. Voy a machacarte.- Lexa saltó sobre sus pies con un solo movimiento grácil y saltó de nuevo sobre ella. Chillando de risa, se dejó derribar sobre la cama. - Oh, que demonios -dijo, rodeándola con los brazos-. Soy esa clase de chica.

Lexa le acarició el cuello con la nariz y, aunque lo esperaba, todavía se sorprendió cuando la mordió. Estaba tan sorprendida como aterrada. Antes siempre había sentido desprecio por la presa, las víctimas. Pero permitirse ser tomada, dejarla tomar lo que quisiera de ella... era excitante de una forma completamente diferente. Antes ella siempre había sido el lobo; ahora era el conejo, y eso estaba muy bien. Enterró los dedos entre su largo cabello, maravillándose de su tacto, su textura sedosa, y Lexa la acercó más. Sus dientes eran afilados, pero sus brazos eran gentiles, casi cuidadosos.

-Espera -dijo, pero Lexa la ignoró y siguió bebiendo. -Vale -dijo- pero tengo un número limitado de bragas, así que no... ¡mierda! -Oyó el desgarrón de la tela y, por despecho (y si, vale, algo de lujuria... de acuerdo, mucha lujuria) le desgarró la blusa azul exactamente del mismo modo-. Si tienes algún dinero -le informó, retorciéndose bajo ella para que pudieran seguir jugando-, vas a comprarme ropa nueva.

Extendió la mano hacía abajo y se introdujo bajo sus pantalones de pijama, la palpó aún sobre la ropa interior sintiendo toda la humedad en sus bragas, lo que fue endemoniadamente sexy. Lexa canturreó contra su cuello, y su apretón cambió de gentil a urgente, se puso de pie rápidamente y en menos de un minuto ya estaba sobre ella completamente desnuda y entonces se empujó contra ella, avanzando y envolviéndose sus piernas alrededor de la cintura para ayudarse, para que se ayudara a sí misma.

Gimieron al unísono cuando sintieron la humedad entre ellas y el contacto de sus partes íntimas, y demonios que hacía que hubiera valido la pena el estúpido viaje.

Lexa se arqueó sobre ella, su sangre le corría por la barbilla, y le tiró de la cabeza hacía abajo, lamiéndola, y Clarke se encontro con ella empujón por empujón. Alexandra besó la marca del mordisco, y le oyó mascullar, "Bonita".

-Hola otra vez -jadeó en respuesta, su orgasmo estaba muy cerca, sorprendentemente cerca, y entonces se aferró a Lexa tan fuerte que oyó algo romperse y comprendió para su horror que le había dislocado el hombro. Entonces comprendió que Lexa no lo había notado, o no le importaba, porque sus empujones habían acelerado y sus manos le estaban haciendo daño, magullándola, y a ella no le importaba mucho tampoco. Se arquearon juntas y se estremecieron al mismo tiempo, y eso fue todo. Después de un minuto en el cual tomó aliento y Lexa se colocó el hombro sin mucho más que un cambio de expresión, gimió.

-Siento mucho eso.

-¿Por qué?

-No pretendía hacerte daño. Tanto daño, quiero decir.

-¿Y? - La miró, y Lexa le devolvió la mirada, dos criaturas de la noche que podían verse perfectamente bien en la oscuridad. Sonrió.

-Chica, eres simplemente la mujer perfecta, ¿verdad?

-Sí.

-¡Y tan modesta!

-No

-¿Quieres hacerlo de nuevo?

-Sí - Sonrió.

-Apuesto a que si. Escucha, Kara dice que la seguiste a casa... la salvaste un par de veces. No es que importe mucho, solo es curiosidad...

-Mentira.

-Vale, vale. Si importa. ¿La amas?

-Sí.

Ahí estaba. Eso era. La Mujer perfecta estaba enamorada de alguien más. Por supuesto.

Y la reina, por supuesto.

Y ella... estaba jodida.

Un Demonio NecesitadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora