CAPÍTULO 15: BAJANDO LA GUARDIA.

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Canción: If I could fly – One Direction.

Eda

Abrí mis ojos lentamente. Los sentía pesados, quisiera quedarme durmiendo todo el día. No podía, Ceren y Melo ya me habían amenazado para que levantara mi trasero de la cama, ya habían pasado dos días del día que todo terminó con Serkan.

Me levanté obligándome a bajar los pies de la cama y caminé al baño, me observé en el espejo una vez que me enfrenté a él y suspiré. Parecía que me había pasado un camión por encima. Me sentía emocional y físicamente agotada. Ya no me quedan más lágrimas para llorar y tampoco tengo la energía para hacerlo.

Estaba respirando y con eso era suficiente.

Además, estaba resfriada, un pequeño recuerdo de la última vez que vi a Serkan en el Bósforo, dónde me quedé llorando no sé cuántas horas. Como si el dolor de haberlo perdido no fuera suficiente.

Serkan. Era en todo lo que podía pensar. Ni Mustafá, que no me había vuelto a molestar, ni las pesadillas, ni mis ataques de ansiedad eran tan fuertes como el pensamiento constante sobre él.

Sacudí mí cabeza. Recordarlo era recordar cómo terminó todo y eso hacía que mi pecho doliera como si lo estuvieran acuchillando.

Abrí la ducha y mientras el agua se templaba me quité aquel pijama que Ceren había escogido de mí armario cuando fue a buscar ropa a mi departamento para evitar que yo lo hiciera. Estaba agradecida, pero no era tan cómodo como las camisetas de Serkan que secretamente había guardado para usarlas cuando no dormíamos juntos.

Me metí debajo de la lluvia dejando que el agua mojara mí cuerpo y mí cabello, relajándome ante el contacto de la calidez contra mi piel.

Recordé que Fifi estaría aquí en cualquier momento. Apenas se había enterado de todo lo que había sucedido con Mustafá, me llamó e insistió en venir a pesar de mis protestas, diciendo que yo era su hermanita y que iba a estar conmigo quisiera o no. No pude negarme, por el contrario, saber que Fifi me consideraba su hermana me hizo llorar durante una hora entera, según Melo, que al parecer lo había cronometrado.

Me apresuré a terminar de ducharme y cambiarme. Me coloqué unos jeans y una camiseta de una banda de rock que no tenía idea de dónde había salido, pero era cómoda y estaba limpia.

Para cuando terminé de peinarme y acomodar mis cosas, el timbre de la casa de Ceren sonó, así que me acerqué a abrir la puerta para encontrarme con Fifi del otro lado. Lo primero que hizo fue abrazarme, sin decir ni una sola palabra. Dejé que me rodeara, haciéndolo yo también y dispuesta a golpearla al mismo tiempo que comenzaba a disculparse por no poder advertir que Mustafá iba a aparecerse en Estambul y volver a joderme la vida.

—Basta, Fifi. —le dije cuando me separé para poder mirarla. — No tienes la culpa, nadie la tiene más que él.

Al parecer mis palabras la convencieron o al menos sirvieron para que no volviera sobre el tema de las disculpas. Ambas tomamos asiento en el sofá y solté un suspiro, pasándome la mano por la frente mientras le contaba todo lo que había sucedido con detalles.

Había llegado a la conclusión de que tenía que hablar y no callarme nada de lo que estaba pasando. Me hacía bien, aunque mis amigas no supieran qué aconsejarme. Ceren sugirió empezar terapia, y aunque acepté la idea, aún estaba necesitando poder asimilar la situación yo sola primero para dar ese paso importante.

Fifi me miró, pero no había pena en sus ojos, lo cual agradecí silenciosamente. Tomó mis manos y las apretó, luego dijo algo que hizo que no pudiera evitar reírme.

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora