CAPÍTULO 16: VOLVER A EMPEZAR.

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Canción: Dancing with your ghost - Sasha Sloan

Omnisciente

Eda aterrizó en Mardin a las diez de la noche de ese mismo día. Salió del aeropuerto tras hacer el check-out y recoger su equipaje y se encontró con Mehmet en la entrada.

—Bienvenida, Eda hanım. —saludó él y ella correspondió el saludo con un asentimiento de cabeza.

Agradeció cuando le abrió la puerta trasera del auto y se acomodó esperando que el trayecto comenzara.

Se había rehusado completamente a quedarse en la casa de Mustafá, por lo que se quedaría en la casa de invierno que era de su madre. Aquella casa que la envolvía de recuerdos felices con ella y dónde todo el dolor que Mustafá y la muerte de su madre le causaron quedaban fuera.

Cerró los ojos, no podía creer todavía que estuviera por enterrar a su padre. Es como si desconfiara hasta de su propia muerte y es por eso que no dudó en aceptar ir a hacer el reconocimiento de su cuerpo en la Morgue Central de Mardin.

Aquella visita fue corta y quedaba de paso, pero no fue para nada lo que esperaba. Creía que ver el cuerpo sin vida de Mustafá no le provocaría nada más que alivio, pero se dio cuenta lo muy equivocada que estaba cuando tuvo que contener las lágrimas. A pesar de todo, todavía quedaba algún que otro recuerdo feliz de su infancia y con su madre en el mismo plano.

Mustafá no se había perdido una sola obra de la escuela cuando iba a la primaria, le enseñó a andar en bicicleta y hasta le leía cuentos antes de dormir.

Típico de un padre, pensó.

Y es por eso que el dolor de todo el infierno en el que convirtió su vida tras la muerte de Asya fue incluso más grande. Ella necesitaba a aquel que le curó la rodilla cuando se cayó tras haber estado corriendo en el jardín de su casa o aquel que se fijaba si había algo debajo de la cama antes y después del cuento nocturno.

Ella necesitaba a su padre. Y en su lugar encontró un monstruo.

El viaje a la casa de invierno fue tranquilo. Mehmet no habló, él parecía menos afectado que ella a pesar de haber sido más cercano a su padre. Al llegar, el hombre la ayudó con la maleta y se puso a disposición para lo que necesitara.

—Mehmet. —lo llamó, él asintió esperando recibir una orden. — Gracias por acompañarme.

—Se lo debo, Eda hanım. —dijo, Eda frunció el ceño por sus palabras no entendiendo qué le debía, pero estaba cansada y al día siguiente tendría un día largo y agotador.

—Ve a descansar.

Indicó, luego caminó hacia la habitación dónde su madre dormía. Sonrió con nostalgia al ver que todo estaba como lo recordaba, pero limpio, como si alguien se hubiera encargado de mantenerlo a través del tiempo. Se sentó en la cama y se quitó los zapatos, se acostó del lado donde su madre solía hacerlo y abrazó la almohada. Suspiró, dejando escapar las lágrimas que venía acumulando hacía horas y sollozó en silencio, intentando consolarse, volviendo a sentir la ausencia de su madre, la de Mustafá pero, sobre todo, la de Serkan. Necesitaba sus brazos, necesitaba sus palabras y besos que la calmaban y no sólo no las tenía, sino que se encontraba a casi mil quinientos kilómetros de distancia.

A pesar de todos sus esfuerzos por dormirse incluso a pesar de las lágrimas, le fue imposible. Eda se dio cuenta que estaba sola por primera vez en muchos días y aquello la abrumó de repente.

Estar sola implicaba estar a solas con todos esos pensamientos que ella misma había aplazado o intentado descartar de su cabeza, porque no se consideraba lo suficientemente valiente para afrontarlos. Pero debía hacerlo, tenía que hacerlo si quería volver a ser la mujer fuerte en la que se había convertido con el pasar del tiempo. Tenía que hacerlo si quería volver a construir los cimientos de su vida, intentar cosas nuevas y mejores.

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora