- nobody's home. keisuke baji

xvii. lights are on

(1 de noviembre)

La pelea en la que Baji tendría que pelear contra sus propios compañeros había acabado la noche anterior según la información que Takemichi le había dado.

Él volvió después de la pelea a informarla sobre todo lo que pasaba.

¿Por qué no se lo habían contado antes?
Después de todo ella no había podido pararlo.

Habían quedado en el mismo lugar en el que tuvieron una conversación por primera y última vez.

En ese museo abandonado, que escogió él mismo a su honor.

Ohga caminaba hacia el mismo sitio en el que Baji le había dejado sola una noche atrás.

Continuaba pensando en ello, había pasado tiempo pero no podía sacarse de la cabeza todo lo que había pasado al mismo tiempo.

"Te quiero."

Esa frase que debería haberle dicho seguía rondando por su cabeza.
Él le había dicho ya varias veces que le quería y, por alguna razón, no dejó que ella hiciera lo mismo. Lo necesitaba.

Cruzó el lugar entero, llegando al mismo sitio de siempre, cada paso que daba le hacía estar más angustiada.
No había tenido comunicación con Baji desde que se marchó de allí.

Cuando por fin se encontró frente al banco lo vió.

Baji, sentado ahí. Tranquilo. Se le veía demasiado calmado.
Se sentó junto a él.

Ninguno decía nada, reinaba un silencio lúgubre que causó que Ohga se estremeciera.

Podría decirle "te quiero". Podría gritarlo al aire.

Pero tenía que aceptar la realidad. Su realidad.

Él no iba a escucharla, por mucho que lo dijera, por muy fuerte que lo gritara.

Tenía que aceptarlo. Baji no vendría, el no podía ir a verla allí nunca más.

Takemichi fue la noche anterior a explicar toda la pelea pero se echó a llorar en cuanto mencionó al pelinegro.

Ya sabía lo que había pasado.

Su suicidio alarmó a todos. Nadie esperaba que sucediera de esa manera. Llegó sin vida al hospital, sin tiempo de ser salvado.

Él nunca más iría a su casa. Nunca le recogería del club de arte. Nunca le llevaría más en su motocicleta. No le daría más la mano.

Y se podía quedar allí sentada días, él tampoco iría a buscarla.
Solo se quedó pensando en soltar lo que quiso decir desde un mes atrás.

No podía.

Esperaba que él apareciera por cualquier hueco.

Quería que estuviera allí de nuevo. Besarlo, o explicarle como se sentía.

Volvió a casa, a paso lento, sabiendo que nadie estaría allí tampoco.

Entró, su casa estaba vacía.
Se sentó en su cama.

Las luces estaban encendidas, pero no había nadie en casa.

Le hizo aceptar la completa realidad.
Él estaba muerto.

Entonces, no le había confesado nada.
Y nunca lo iba a hacer.

Quizás todo hubiera sido diferente si ella se hubiera confesado antes.
O si nunca hubiera hecho caso a la carta que le dejó.