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──Así que, al dejar de ser parte de nosotros y por el bien de todos, ordeno que lo olviden y que nunca más se hable de él. Desde este momento el rostro del príncipe será borrado de sus memorias y de las insignias del reino, no quedará nada que nos recuerde su vida entre nosotros.

El hombre se dió la vuelta y se fue del reino, dejando el balcón en silencio. Cuando el pueblo cayó en cuenta de todo, hubo diferencias de opiniones; los hombres festejaban y las mujeres se quejaban o lloraban.

Un hombre notó la cara desanimada del caza recompensas, acercándose a él para animarlo un poco.

──¡Vamos quita esa cara! Por fin las mujeres nos harán caso.

──Como sea, debo irme.

Su confusión era obvia, no podía creer que se había enamorado, mucho menos de un hombre, y jamás le cruzó por la mente la probabilidad de que fuera un príncipe, de más estaba mencionar la maldición.

Parecía mentira y a la vez un sueño muy malo, la cabeza le dolía de solo pensar, las calles no dejaban de moverse y parecía que su vista se nublaba.

Tocó su rostro, no parecía que se fuera a desmayar, por el contrario, estaba muy bien, sin embargo, ¿Por qué se nublaba su vista?

Agua salada recorrió sus mejillas, se sorprendió por eso, y apresurado se limpio las lágrimas que habían salido sin razón aparente. No entendía el porque de sus lágrimas, prácticamente nunca lloraba, si acaso, solo una vez lo llegó a hacer y fue por la mera impotencia que llegó a sentir, entonces, ¿Estaba llorando de impotencia? No parecía, su pecho dolía, y vaya que era bastante el dolor que debía soportar.

Y las calles moviéndose no le ayudaban, pero, le daba igual, tenía la sensación de un corazón vacío y eso le daba más para pensar que su propio paradero; aunque, mientras caminaba, se dió cuenta de que la escolta del príncipe estaba ahí, parpadeó demasiadas veces, notando así que no era una ilusión, en lo absoluto.

Terminó sonriendo con esperanza, era su oportunidad. Decidido tomó las espadas que tenía en la cintura, terminando por sostener dos en sus manos y una en su boca, porque, ese era su estilo de lucha: con eso dió inicio a una pelea.

Era famoso por ganar contra quienes peleaba y, aquellos soldados, no eran la excepción en lo más mínimo.

Con ligereza hacía a sus katanas andar de un lado a otro, eran tan fáciles de manipular para él que girar a las tres en un mismo instante era un golpe básico, pero, letal. Sin embargo, eran tantos hombres con los que se estaba enfrentando que mejor aprovechó la confusión del joven príncipe y lo cargó en segundos, llevándolo lejos de aquella zona.

──Oye, oye, espera marimo.

Escuchar la voz ajena que le hablaba le gustaba, era muy linda de escuchar, pero, aquel apodo le causaba tanta molestia que, sin pensarlo siquiera un poco, soltó un gruñido de molestia bastante notorio.

──¿Qué quieres, cejillas?

──Mi nombre es Sanji ──defendió sin dudar.

──Y el mío es Zoro ──atacó.

──¡Da igual! ──se molestó por la obvia acusación──. No me secuestres, bajame ahora.

──Tú lo has dicho, es un secuestro, así que cállate.

──Maldito marimo mierdoso ──murmuró por lo bajo, pero no peleó, en parte estaba agradecido por ser secuestrado.

El Principe VinsmokeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora