Capítulo Cinco

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―Así que me voy a reunir aquí con la Doctora Ava para tratar de resolver todo este asunto. ―Tomé un trago de mi daiquiri―. Que desastre.

Era la noche siguiente; mi hermana Waverly y yo estábamos tomando unos tragos en mi club nocturno, el Scratch. Este al fin estaba empezando a dar sus frutos, lo que, créeme, requirió bastante esfuerzo. Los Clubes Nocturnos de vampiros eran horribles... ingestión de sangre, asesinatos predatorios, música disco. Tuve que matar, literalmente, para que la clientela se comportara. Al menos ahora me quedaba algo de dinero al final de cada mes... no lo necesitaba, pero a toda chica le gusta tener un ingreso independiente ganado por sí misma. Waverly asintió comprensivamente, era una gran fuente de compasión, su hermosa boca estaba fruncida mientras consideraba mi problema. Olía, como siempre, a galletas azucaradas. Como perfume usaba extracto de vainilla. Era una idea con la que yo tenía ganas de experimentar. No vainilla, pero alguna otra cosa de la alacena. ¿Cáscara de limón? ¿Pimentón? Waverly era mi media hermana por parte de padre. Su madre era el diablo. Si, quiero decir literalmente. Una larga historia. Era un pastelito de apariencia dulce con un mortífero gancho izquierdo y un temperamento asesino. La bestia solo asomaba más o menos de cada cien; pero cuando lo hacía, sus enemigos morían.

―¿Pasará por aquí esta noche?

―Si. ―Consulté mi reloj―. En cualquier momento. ¿Y qué demonios se supone que le voy a decir?

Mientras mis ojos vagaban por el bar, me di cuenta de que todos los vampiros que se encontraban allí con nosotras parecían tensos. Como si me importara. Tenía problemas mayores, y si los vampiros venían al Club de la Reina porque estaban muy asustados como para no hacerlo, era un condenado buen cambio. Por supuesto, podría ser que tuvieran miedo de Waverly... un par de meses atrás había matado a unos cuantos. En este mismo club nocturno... que digo, justo en este preciso lugar. Era bastante buena en ello. Supongo que eso sonaba frío, y no era mi intención que fuera así. Intentaba tratar a los vampiros como a todo el mundo. Realmente lo intentaba. Pero ellos no me dejaban. Era sólo que... ¿por qué tantos de ellos tenían que ser unos miserables asesinos despiadados? Como en el caso que nos ocupaba: James. Al principio ni siquiera recordaba haber matado a Ava. Ser asesinada ya era bastante malo, pero además que tu asesino se mostrara tan despreocupado y desconsiderado al respecto.

―Estoy segura que pensarás en algo ―dijo Waverly, lo cual fue amable, aunque totalmente inútil―. ¿Quieres que me vaya?

―Bueno, es sólo que son, uh, asuntos privados de Ava. Sólo quería explicarte por qué, a pesar de haber hecho planes, no podíamos salir juntas esta noche.

―Está bien ―dijo al instante―. Entonces iré a la misa de noche. - Terminé mi trago.

―¿Otra vez a la iglesia? Gracias a Dios. ―Su asistencia se había interrumpido desde que la había conocido, y estaba empezando a pensar que yo era realmente una mala influencia para ella. Aunque, como había apuntado Imra, Waverly podía tener hábitos mucho peores que saltarse ocasionalmente la misa de las nueve. Consumir cocaína fue el ejemplo que usó. Waverly pareció dolida.

―Sólo falté unas pocas veces.

―Claro, claro. Cariño, yo no estoy en posición de juzgarte. ―No podía recordar la última vez que había acudido a los servicios religiosos aunque nada en mi vampirismo me impide hacerlo ahora. Las cruces, el agua bendita, los árboles de navidad... Nada de eso puede lastimarme― Sólo estaba. Ya sabes. Comentándolo.

―Bueno, mejor me voy antes de que llegue tu amiga. ―Se levantó, se inclinó y me besó cariñosamente en la mejilla―. Quedamos para otro día, ¿vale?

―Puedes apostar a que si. Saluda a tus padres de mi parte.

―Lo haré. Saluda a mi... a los tuyos, también.

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