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Semanas antes.

Un año exacto había transcurrido desde la épica confrontación con Thanos que había marcado el destino de tantos. Steve Rogers y Natasha Romanoff, conocidos y queridos por muchos como el Capitán América y la Viuda Negra, respectivamente, habían decidido dar un giro radical a sus vidas tras años de lucha y estrecha camaradería. La tensión palpable que siempre había existido entre ellos se había transformado en algo más profundo, en una conexión que trascendía las palabras y los combates.

Optaron por establecerse juntos en las tranquilas afueras de Nueva York, anhelando paz y un atisbo de normalidad en medio del caos que había sido su realidad por tanto tiempo. Sin embargo, su compromiso con la causa de los Vengadores seguía intacto, y de vez en cuando regresaban al nuevo complejo construido por Tony Stark, una muestra tangible de la determinación de aquellos que habían enfrentado la devastación de Thanos y sus acólitos.

Dentro de ese nuevo hogar para los héroes, Steve y Natasha se dedicaban apasionadamente a entrenar a las nuevas generaciones de Vengadores. Compartían sus vastas experiencias y habilidades con aquellos que estaban destinados a seguir sus pasos, infundiendo en ellos la misma determinación y espíritu de sacrificio que los había caracterizado a lo largo de los años.

Pero no todo era entrenamiento y misiones. Natasha mantenía un vínculo estrecho con su hermana menor, Yelena, quien ahora también residía en la base de los Vengadores. La relación entre Yelena y Pietro Maximoff, el gemelo carismático y travieso de Wanda, había florecido en medio de ese ambiente de unidad y resiliencia que caracterizaba al equipo de héroes. Juntos, habían enfrentado desafíos y batallas, pero también habían encontrado momentos de paz y conexión, reforzando los lazos que los unían como familia.

—Nat, cariño, ya llegué.— Steve entró a la casa y dejó su chaqueta en el sofá antes de buscar a Natasha, su rostro iluminado con una sonrisa al verla.

—привет, солдат (hola, soldado). —Nat se acercó a él con una expresión suave en sus ojos, y luego le dio un beso en los labios. Esa mañana, Natasha no había tenido ganas de salir de casa e ir a entrenar, sintiéndose un poco agotada mentalmente por la rutina.

—Hola, pequeña.—Steve la abrazó por la cintura, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo—. No tienes idea de cuánto te extrañé.—Su voz era ronca, cargada de afecto y anhelo, mientras acariciaba suavemente la espalda de Natasha, quien se estremeció levemente ante el contacto.

—¿Cómo te fue hoy, солдат? (soldado)—Natasha preguntó mientras caminaban juntos hacia el segundo piso, donde se encontraba la habitación que compartían. Quería saber cómo había transcurrido el día de Steve, interesada en los detalles de su vida y trabajo.

—Me fue bien, solo que Yelena intentó lanzarle un cuchillo a Peter, de nuevo. Ese chico debería aprender a dejar de hacerle bromas.—Steve soltó una risa suave, recordando el incidente con cierta diversión—. Pero en general, todo estuvo tranquilo. Aunque debo admitir que me hiciste mucha falta.

Al llegar a la habitación, Steve se sentó en el borde de la cama con Nat a horcajadas sobre él, disfrutando de la cercanía y la intimidad que compartían. Sus miradas se encontraron con complicidad, reflejando el amor y la conexión que tenían el uno por el otro.

Natasha observó con curiosidad al rubio, alzando una ceja ligeramente mientras él se acercaba rápidamente a la pelirroja. Sin perder tiempo, sus labios se encontraron en un beso ardiente, iniciando una batalla sensual entre sus lenguas que pronto se volvió más intensa. Las manos del rubio descendieron con firmeza hasta la cintura de Natasha, atrayéndola hacia sí y provocando que un suave suspiro escapara de sus labios entreabiertos.

Cinco por sopresa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora