LOCO

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Carta póstuma de Isabel White en contra del Gobernador "Loco"

La primera vez que vi a "Loco" fue en la clase de economía de la Universidad, ese día lo recuerdo con claridad, levantó la mano, la oteó de un lado a otro, después de que el maestro preguntó si alguno conocía el libro "Sobre la riqueza de las naciones", Loco tenía el cabello largo, los rizos oscuros sin peinar le llegaban hasta los hombros, la barba sin recortar le cubrían la mitad del rostro, tenía puesta una camiseta azul marino, contestó a la pregunta del maestro, me gustó su voz grave, me pareció que junto con sus gestos bien marcados era un hombre con porte que tenía autoridad en su timbre de voz, todo ese rato lo miré casi sin parpadear, él era diferente a mis dos hermanos, ellos rubios de mejillas sonrosadas, carilampiños, acostumbrados a mandar por derecho, siempre recelosos de todo, ávidos de la aprobación de los demás, sin darme cuenta aún después de su intervención en clase lo seguí con la mirada el resto del día.

Nací en uno de los estados industriales del norte del país en la ciudad de San Pedro, mis padres se establecieron en la ciudad poco después que mi padre invirtió en cinco fábricas de acero que costeó en conjunto con el apoyo de inversores nacionales, en lo que fue un ambicioso proyecto del Gobierno de la República para atraer inversión extranjera para fundar el parque industrial más grande del Hemisferio, el resultado fue un éxito, la ciudad se convirtió en la más rica de todo el continente y mis padres mucho más ricos de lo que ya eran.

Mi padre era inglés Mr. Rudyard White dueño de metalurgias White, una poderosa compañía importadora y exportadora de acero en Inglaterra y el resto del mundo, mi padre incluso decía que las grandes obras alrededor del mundo estaban construidas con el acero de la familia.

Mi madre era española doña Isabel de Torres, heredera de grandes extensiones de tierra vinícolas en la costa del mediterráneo, emparentada en cuarto grado con los duques de Aragón, además que era heredera multimillonaria de las empresas textiles "De Torres".

La historia de amor entre ellos no fue la clásica historia de amor que se leen en los libros, ni siquiera fue como en los culebrones de la televisión, mis padres tuvieron un matrimonio arreglado por mis abuelos de ambos lados.

Es cierto lo de ellos fue una unión pactada, sellada por los intereses del capital, pero mis padres al paso del tiempo y la convivencia, se lograron tener cariño, el carácter áspero de mi padre, encajo perfecto con el carácter festivo de ella, compaginaron bien, lo importante según mis abuelos era cuidar el dinero, lo demás solo son imaginaciones de la mente, estoy convencida que el único sentimiento real que había en su corazón, era el amor por el dinero.

Yo era idéntica a mi madre, con el mismo cabello oscuro, la misma estatura, la nariz pequeña, la cara ligeramente ovalada, hasta el mismo tono oliváceo de su piel, pero heredé los ojos azules de mi padre, mis hermanos eran tan rubios como él.

Desde los 6 años entré al internado de las Carmelitas Descalzas, un colegio católico exclusivo para la élite económica y política del país, mi madre se impuso esa vez a pesar de las protestas de mi padre que era presbiteriano le disgustaba la idea que una hija suya estudiará en uno de esas escuelas tan contrarias a su propia fe, al fin mi madre lo convenció con el argumento que en un país donde el 95 por ciento de la población era católica, nosotros sus hijos, los que nacíamos aquí debíamos practicar la misma Fe que los demás, la verdad era que mi madre no pensaba cambiar sus creencias por nadie, menos por la Protestante que consideraba una perversión de la auténtica religión Católica, Apostólica y Romana.

Estudié con las carmelitas descalzas la primaria, la secundaria y la preparatoria, cumplí 18 al día siguiente que terminé en el internado, era la edad en la que casi por mandato social, a la mayoría de las muchachas de sociedad de San Pedro sus padres arreglaban el matrimonio, al que todas ellas quisieran o no, tenían que sujetarse al marido que sus padres eligieron para el resto de su vida, cargar la cruz de una unión que no eligieron hasta el día de su muerte, a cambio, eso sí, se preservaba el capital familiar intacto y se extendían las relaciones sociales en ese primer círculos de súper ricos.

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