Dorothy

424 26 8
                                    

Capítulo 93.

-Seguro que ahora que hemos hecho una superentrada todos harán una. -Quinn les dijo a sus hermanos.

-Parece como si no pudieran pensar por sí mismos -Sutton resopló.

-No podemos negar que también se siente cierta curiosidad por saber qué harán ahora. -Taren se estiró de espaldas haciendo los movimientos necesarios para crear un ángel de nieve... En el suelo de mármol.

-¿Qué pandemias mortales haces? -Sutton se rió.

-Seguro que limpiar el suelo impoluto... Con su cuerpo. -Quinn se burló.

-Estoy aburrido. Así que ocupo mi mente en cosas hasta que piense en algo que hacer.

-Mientras no explotemos nada, me apunto. Pero no haré eso de limpiar el suelo. Es raro y siento vergüenza ajena ahora mismo.

-Exageras, Quinn.

-Oh, mierda. -Sutton susurró.

Estaba mirando a la plataforma elevada y cuando sus hermanos dirigieron la vista allí, también maldijeron. Y es que la presentación siguiente podía convertirse en un enorme dolor de cabeza.

Una joven se acercó al borde de la plataforma. Era alta, voluptuosa, con cabello rubio y ojos que cambiaban de color.

Llevaba puesta una armadura completa que tenía dibujos como una flor, una espada con la hoja ensangrentada, una mariposa, un hombre sin cabeza, la tabla periódica, un búho y una paloma entrelazados, un barco destrozado...

-Mi nombre es Dorothy, no lo acortéis. Me ofenderé y nadie quiere eso, pequeños mortales. -En especial miró a los hombres cuando dijo eso.

-Genial, otra cazadora. -Un chico susurró. El pobre desgraciado fue transformado en un erizo.

-Soy hija de Afrodita y Atenea. Ambas querían saber cómo sería alguien nacido de las dos. Belleza e inteligencia. Y he me aquí.

Las diosas se miraron al principio con recelo y rechazo pero también sentían curiosidad. Querían renegar y quejarse, ¿cómo iban si quiera a pensar algo así? ¡Y con ella! Pero por otro lado...

-Tengo diecinueve años mortales y aunque eso es joven para una diosa, soy bastante capaz. Abogo por el derecho a la mujer y las protejo.

Artemisa apretó los dientes. ¿Qué quería decir con eso?

-Estoy soltera, de momento. Y no por un voto o por petición de nadie. Soy mi propia persona y si quiero mantenerme pura o tener sexo es mi elección y haré lo que quiera cuando quiera. Y no me entregaré a ningún solo con halagos o promesas estúpidas.

-Es intensa. Me gusta. -Reina sonreía.

-Como he dicho, protejo a las mujeres y las ayudo a encontrar otra vida si es lo que desean. No me ofende si quieren estar con hombres o mujeres, si quieren ser amas de casa o mecánicas, si quieren depilarse o no. Son libres e iguales a los varones y que hagan un voto para mantenerse castas y célibes me parece absurdo. No les quitaré el libre albedrío.

La diosa de la caza se levantó muy furiosa. Dorothy la había estado mirando mientras hablaba y no le gustó.

En otras circunstancias Zeus habría estado interesado en la lucha e incluso la habría alentado. Al acabar se habría llevado a alguna de ellas a la cama... Pero Artemisa era su hija y si bien eso no le había importado en el pasado... ni ahora, ella había hecho votos y si no había recompensa sudorosa al final, no merecía la pena.

Así que lanzó un rayo que cayó entre ambas y las obligó a retroceder.

-Continúa tu presentación. Quiero comer E... irme a la cama. -El rey de los cielos ordenó.

Hermes se rió y le guiñó un ojo burlonamente a su tío Poseidón.

El dios del mar susurró "Hades", y su sobrino refunfuñó. No podía ni reírse en paz.

-Soy diosa de la feminidad y la justicia femenina. Preservo y honro el arte de las mujeres ya sea poesía, literatura, escultura, pintura... Hay cosas valiosas y hermosas que las mujeres han creado.

Apolo estuvo de acuerdo en eso. Era como tener a sus nueve musas en una diosa recién creada y eso le indignó un poco aunque no dijo nada. Sería una pérdida de tiempo y sus musas representaban tanto las creaciones de los hombres como de las mujeres.

Dorothy había seguido hablando pero él no se había enterado. Solo de lo último que dijo y no le pareció tan importante.

-...Mi animal sagrado aún no lo he decidido.

Ella después agarró un cojín y lo transformó en un pequeño trono que colocó cerca de Atenea y allí se sentó.

¡Por los dioses! ¡Son nuestros hijos! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora