Capítulo 2: La Hoguera.

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El sol volvía a salir por el este de la isla, el cielo se iluminaba como cada mañana y Bea se levantaba observando las olas. Su casa estaba en primera fila, era enorme, lujosa  y otras cualidades de su familia. Todos los días era lo mismo. Se arreglaba el pelo, se aseaba y a la hora de vestirse recordaba todas las cosas buenas que le sucedieron un dia para empezar bien. La primera imagen fue la batalla, si se le puede llamar, que tuvo con Nicolás. Sacudió su cabeza y se vistió finalmente con unos pantalones cortos y una camisa de tirantes con un estampado de flores. Bajó por las escaleras, y se encontró en el gran salón dónde el color que abundaba era el turquesa y el blanco. Sin contemplar mucho la gran pecera, fue directamente a la enorme cocina, dónde estaban su madre y sus dos hermanos. Como siempre, el 'buenos días' de su madre era una sonrisa que alegraba incluso a la persona más amargada. Sus dos hermanos, Aitor y Rubén, estaban devorando la comida que su madre les había puesto en el plato. Ella solo les levanto la mano como saludo sin hacerles mucho caso. Pilló su desayuno y se lo comió al lado de Rubén. Mientras se comía el sandwich observaba a su hermano. Alto, pelo claro y ojos azules como su madre. Tenía 18 años, era tranquilo, ayudaba a Bea con lo que podía, siempre evitaba todo conflicto, y aunque cuando se juntara con Aitor fuera diferente, tenía un grande corazón. Sin embargo, Aitor no era ni alto ni bajo, normal. Tenía los cabellos oscuros, unos ojos profundamente verdes, como la selva que se hallaba en la isla. Todos conocían en la isla a Aitor por sus numerosas trastadas, pero era normal, era pequeño, ¿no? Tenía 19 años y aún parecía un niño. Siempre molestaba a Bea, urgaba entre sus cosas, pero en el fondo la protegía.

Bea sin decir nada, se levantó y dejo el plato en la pila. Salió corriendo de su casa en dirección del centro. Miró el cielo y sonrió. Observando las tiendas del centro, vió carteles de lo que le había provocado la sonrisa. La Hoguera. Todos los años, en verano, se celebraba una fiesta en la playa que consistia en estar todos en una gran hoguera contando todas las hazañas y jugando. Era otra razón por la cuál Bea le gustaba la isla. Una respiración forzada hizo a Bea girarse. Las lágrimas a sus ojos acudieron tan rápidas como el rayo. Estaba presente una mujer de avanzada edad algo bajita, con el pelo canoso y cara arrugada sonriendo enfrente de ella. Bea saltó a abrazarla y ella correspondió.

-Por lo que veo has crecido -dijo sonriendo la anciana.

-Hola Amelie, te echaba mucho de menos -contestó secándose las lágrimas.

-Ya hace años que te no te veo.

-Por fín he vuelto -dijo riendo Bea.

-Aún recuerdo cuando os presente a tus padres y a ti San Jorge -dijo mirando el cielo la anciana.

-Y mi hermano Aitor quería ir a Greenville -dijo riendo ella.

-Hay algo nuevo que contarme? -Insinuó la mujer riendo.

-No Amelie, debo irme ya, ¿te veré esta noche en La Hoguera, no? -preguntó con cierta emoción.

-Estoy mayor ya Bea, entiéndelo, pero aún queda mucho verano, nos vemos mañana, ¿si? -Intentó arreglarlo.

-De acuerdo... -Contestó con decepción.

Amelie marchó hacia la izquierda de la plaza, y Bea hacia la derecha. Marchaba hacia la playa, dónde pasaba el mayor tiempo. Se sentó debajo una palmera y empezó a reflexionar. Amelie le había ayudado siempre con sus problemas, era como su abuela, siempre dándole buenos consejos. Amelie siempre había estado sola, y conocer a Bea le faciltó los días. Sabía que al dia siguiente podía estar con alguien que la escuchara. Sonrió. También reflexionó sobre esa noche. Fiesta, juegos, comida, historias... Un cúmulo de diversión. Rápidamente a su mente vino otra vez la batalla con Nicolás. Ya no se lo creía, una simple batalla le ocupaba su pensamiento. Para olvidarlo cerró los ojos y se tumbó. Al poco tiempo, despertó y el rostro de Nicolás estaba sobre ella sonriendo. Ella le devolvió la sonrisa sin pensarlo. Algo le esaba ocurriendo.

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