Familia

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Ya había caído la noche ese dos de enero y Enzo miraba a través de la ventana como el cielo oscurecido contrastaba con las luces de la ciudad. Estaba sentado en un sillón individual en la habitación de hotel de Lucía, mientras escuchaba el sonido de la ducha susurrando a unos metros.

Se sentía como un tonto que solo se había empeñado en engañarse a sí mismo; incluso a Fátima le había dicho que todo estaría bien cuando le expresó su preocupación, pero la realidad era otra. Desde que se despertó esa mañana ese vacío en su estómago estaba presente, una prematura sensación de nostalgia que llega a aquellos que saben que están a punto de perder algo valioso y una suerte de impotencia cuando parece inevitable.

Todo el día había estado con ella y desde que la recogió esa mañana el vacío no dejaba de crecer, para esas horas de la noche ya comenzaba a doler. Se preguntaba en que momento ella se había vuelto tan importante. ¿Tal vez el fingir que la quería frente a los demás lo había vuelto realidad? ¿O tal vez era por percibir a la soledad acechándolo en los rincones?

Odió sentir como se escapaba cada segundo de esa tarde. Era como estar de nuevo en la playa de la Malvarrosa jugando con la arena, como cuando niño veía fascinado como esta se deslizaba entre sus dedos. Intentaba que cada aroma, cada palabra dicha y cada beso de este último día se quedaran grabados en su mente; pues en ese momento Lucía era como un sueño, igual de efímero. 

—¿En qué tanto piensas? 

Enzo no la había escuchado acercarse, ni supo cuándo se había cerrado la regadera. Estaba descalza, llevaba puesta un pijama verde pastel con estampados de gatitos y se secaba su largo cabello negro con una toalla blanca.

—Nada importante... tontearías. —Contesto él.

—Parecías muy concentrado. —Dijo Lucía al tiempo que se sentaba en la cama a unos pasos de él.

Por un momento al verla a los ojos sintió el impulso de decirle que comenzaba a quererla y que al irse mañana se llevaría con ella todo lo que podrían haber sido. De nuevo se sintió como un tonto, pensando en decirle algo así a alguien que probablemente lo veía como un ligue ocasional.

—¿A dónde iras mañana? —Pregunto él.

—A Sevilla. El tren sale a las 10 de la mañana. — Contesto sin ninguna perturbación en su voz.

Enzo dejo salir el aire de sus pulmones sin poder disimular cierto pesar.

—Tranquilo, estarás bien sin mí. —Dijo ella. —Después de lo que paso en año nuevo no creo que tardes mucho en volver a estar con Fátima.

Él sonrió con ironía y de nuevo el impulso de decir algo imprudente volvió. Se cubrió la cara con las manos y se reacomodo en la silla. Con los ojos cerrados intento reorganizar su mente, sabía que solo tenía una carta para jugar.

—De hecho... —Comenzó Enzo. —Mañana mis hermanas cumplen 14 años e iré a Valencia a visitarlas, Mónica también vendrá, tal vez Raúl. Pensé que sería buena idea pedirte que nos acompañaras. —

—¿A conocer a tus padres? ¿Estás seguro? Una cosa es fingir ser pareja con tus amigos, pero con tu familia...

—No, no me mal intérpretes. Te presentaría como mi amiga esta vez. Quiero que vengas conmigo porque te aprecio y creo que le agradaras mucho a mis hermas, es todo.

Enzo la miro con una sonrisa amable y expectante. Lucía suspiro y volteo a ver hacia afuera de la ventana donde los primeros copos de nieve de una nueva nevada comenzaban a caer del cielo.

—De acuerdo, te acompaño. No tengo nada reservado en Sevilla a fin de cuentas.

Él intentó no parecer demasiado entusiasmado, pero eso era más difícil de disimular. Se sentía aliviado al saber que aún no tenían que despedirse.

Mis Noches ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora