POV SUMMER.
Corre.
Todos tenemos un sexto sentido, aquella extraña pero muy útil capacidad de alertarnos cuando estamos frente a un peligro inminente. Los síntomas más frecuentes son zumbidos en los oídos, taquicardia y un desagradable vacío en la boca del estómago. Justo ahora mi sexto sentido me está gritando que huya del lugar, pero simplemente mi cuerpo no reacciona a los desesperados comandos que le envía mi mente.
Mis piernas se encuentran clavadas en el suelo como si estuvieran recubiertas de hormigón o algún otro agente resistente. Tal es la rigidez, que mis músculos empiezan a doler de lo tensos que se encuentran. Mi garganta de un momento a otro está tan seca que el simple hecho de intentar pasar saliva arde como los mil demonios. Tengo que tomar una inspiración profunda para tratar de controlar el temblor en mis manos. Por otro lado la tensión en el ambiente es tan abrumadora, que da la impresión de que ningún de los presentes respirara.
El único sonido en la estancia es la errática respiración de Dominick que desde que entré no me ha quitado la mirada de encima. Muerdo mi labio con nerviosismo y el movimiento no le pasa por alto ya que de inmediato su mirada se dirige a esa zona.
Sin cortar el contacto visual habla dirigiéndose a nuestros acompañantes. —Todos fuera.—la orden implícita en la oración era más que obvia y podría jurar que los presentes dieron un suspiro de alivio. Miriam quien es la última en salir, no se retira sin antes dedicarle una mirada de advertencia a Dom. Al estar totalmente solos aproveche el momento para detallarlo y la imagen ante mis ojos hace estragos en mi sistema.
Llevaba puesta una camisa blanca que realzaba sus músculos de una manera maravillosa, al mismo tiempo que contrastaba con la tinta negra de sus tatuajes. El atuendo lo completaban unos pantalones negros y unos tenis deportivos. Verlo ahí a tan solo a unos metros de distancia hizo que un mar de emociones me embargara. Melancolia, anhelo, rabia y alegría solo eran algunas de la emociones que se encontraban mezcladas en mi interior. Pero de entre todas ellas la que más predominaba era el alivio. Me sentí aliviada al poder tenerlo frente a mí nuevamente. Casi parecía irreal.
Tenía tantas preguntas por hacerle. Pero todas ellas quedaron atrapadas en mi garganta al notar que yo era la única que estaba feliz por nuestro reencuentro. Su expresión era petrea impidiendo encontrar algún rastro de emoción en ella. Su mandíbula estaba tan apretada que resultaba doloroso observarla, abría y cerraba los puños constantemente haciendo resaltar aún más las venas de sus brazos y el grosor de los mismos. Pero lo más preocupante de todo eran sus ojos. Sus iris eran de un dorado brillante, y sus pupilas estaban tan dilatadas que le daban un aspecto aterrador. La forma en la que me observaba me ponía los vellos de punta.
Instintivamente di un paso atrás. Sabía que algo no estaba bien. Él no estaba bien.
Él hizo una mueca ante la acción y en respuesta dio un paso en mi dirección acortando la distancia entre nosotros. Rápidamente busqué a mi alrededor cualquier cosa que pudiera utilizar para defenderme pero para mí mala suerte no había nada útil. La opción de correr estaba más que descartada ya que el no tardaría un segundo en llegar hasta mí. Considere pedir ayuda pero la posibilidades de que alguien se atrevería a enfrentar a su alfa eran vagas. Al ver que no tenía escapatoria comencé a entrar en pánico, él por su parte no dejaba de mirarme fijamente como si, en el más mínimo descuido saltaría sobre mí para destrozarme.
Es increíble como puedes pasar del cielo al infierno en un minuto, y ese día lo viví en carne propia.
Todo paso en un milésima de segundo. Lo primero que sentí fue el latigazo de dolor en mi espalda al chocar contra la dura superficie de la pared y el estruendo tras ello. El golpe me saco el aire y mi grito de dolor fue agudo y lastimero. Todavía estaba en shock todo fue tan rápido que no lo ví venir. El dolor en mi espalda era agonizante y aumentaba cada vez más tras el paso de los segundos. Sus brazos estaban al lado de mi cabeza aprisionandome, estábamos tan cerca que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo. Mi pecho subía y bajaba gracias a los espasmos que generaban mis sollozos.
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La Mate del Alfa
LobisomemSummer Harrison es una adolescente de 16 años que lleva una vida normal junto a sus padres estrictos y su irritante hermano mayor. Lectora emperdenida, inocente y testaruda esas palabras podrían describirla perfectamente.Pero varios hechos traumátic...