Capitulo 3-3

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 La voz de Montague se elevó mientras pasaba la copa al siguiente acólito. Después, su amigo desapareció entre las sombras. Lady Whitmore era la tercera de la fila, y claramente estaba ansiosa por empezar, y Harry sabía que iba a tener que decidirse. Jane Whitmore era bellísima y estaba disponible, y él nunca se había acostado con ella. Era tonto por dudarlo.

Mientras lady Whitmore se movía, él advirtió la presencia de un monje muy alto que estaba junto a ella, y frunció el ceño. ¿Acaso ya había elegido quién iba a ser su compañero durante la hora siguiente, o durante los tres días que tenían por delante?

Entonces, vio que el monje llevaba un lazo blanco atado al brazo. Así pues, sólo era un observador. Él no tenía problemas con el hecho de ser observado, porque hacía mucho tiempo que aquello había dejado de ser una novedad en aquellas reuniones; si Jane Whitmore había acudido acompañada de un testigo, entonces él miraría hacia otro lado.

Sin embargo, y para su sorpresa, lady Whitmore y el monje se separaron, y él pensó que debía de haberse confundido. Harry estaba muy seguro de que formaban una pareja, pero Jane había desaparecido en la oscuridad, y Harry se preguntó si habría ido con Montague. No habría alegría en aquella unión para ninguno de los dos, pero eso no era problema suyo.

Lo que más le interesaba, de repente, era aquel monje.

—¿Por qué titubeas, muchacho? —le preguntó Damian, que se había acercado a él sigilosamente.

Llevaba el hábito de monje abierto, exhibiendo un pecho fornido cubierto de vello entrecano. Damian tenía predilección por los grupos, mientras que Harry prefería una sola mujer en cada ocasión. Sonrió.

—Mi deseada se ha ido con otro. Tengo que elegir de nuevo.

—¿Y no puedes unirte a ellos?

—No. Creo que buscaré en otra parte —dijo, sin apartar los ojos del nuevo monje.

Por su forma de caminar, Harry tuvo la sensación de que era bastante joven. Avanzaba hacia los jardines, que estaban decorados con unas estatuas muy explícitas. Harry notó que el monje se ponía rígido, como si nunca hubiera visto lo que hacían las figuras talladas, y…

Sonrió lentamente.

—Creo que ya he encontrado a mi musa.

Damian siguió su mirada.

—Has cambiado de hábitos, mon cousin. Antes no te atraía tu propio sexo.

—Es una mujer —respondió él.

La figura seguía adentrándose en el Jardín de las Delicias. No había gritado ni se había desmayado; tal vez él la hubiera subestimado. Debía de tener más experiencia de lo que pensaba Harry.

—Ah. ¿Y la has elegido a ella? Que disfrutes. Si no te sirve, ven con nosotros.

Harry sonrió vagamente. Comenzó a seguirla, moviéndose con sigilo entre las sombras para no alarmarla. Quería que se sobresaltara al ver lo que iba a ser el golpe de gracia, la estatua pornográfica de El Rapto de las Sabinas. El romano estaba en mitad del acto de seducir a su nueva novia a lomos de su caballo.

Al llegar a la estatua, el monje se quedó helado. Harry supo que estaba mirando el enorme miembro del soldado romano, y notó su consternación en la postura de los hombros. Se echó a reír suavemente. Pobre corderita.

Ella siguió caminando por los jardines, que estaban suavemente iluminados con antorchas, y alejándose de la multitud. El Ejército Celestial se había dividido, en parejas, en grupos, y de vez en cuando algunas voces la llamaban y la invitaban a que se quitara el lazo blanco y se uniera a ellos, o a mirar o a tomar parte. Sin embargo, ella negaba con la cabeza y continuaba su camino.

Ella no había probado el vino comunal, y no había nada que pudiera calmar su intranquilidad. ¿La habría aconsejado bien Jane? ¿Sabía que no debía pasar por la Puerta de Venus? Cuando uno de los participantes atravesaba aquella puerta, se convertía en blanco legítimo de cualquiera, a menos que otro ya lo hubiera reclamado para sí.

¿Y qué demonios estaba haciendo allí, de todos modos? No había ningún motivo para que una soltera virginal, de buena cuna y mojigata acudiera a observar una orgía. Tampoco podía imaginar el motivo por el que Jane Whitmore la había llevado consigo.

Caminó detrás de la joven aventurera, ignorando igual que ella todas las invitaciones que recibía por el camino. Estaba acercándose inexorablemente a la Puerta de Venus, y seguramente no tenía ni idea de lo que significaba atravesarla.

________ se detuvo junto a otra estatua, la de una jovencita bien dispuesta a usar la boca con un ser que parecía un troll. Harry intentó evaluar su reacción, pero se dio cuenta de que se estaba acercando demasiado a ella. Tanto, que vio cómo se le aflojaba la cinta blanca del brazo. Tanto, que se dio cuenta de que ella quería estar a cientos de kilómetros de allí.

¿En qué estaría pensando Jane para haberla llevado allí? Se sentía molesto. Su prima no debería haberla abandonado de aquella manera entre libertinos como él.

—¡Styles! —gritó alguien—. Ven con nosotros.

Él dijo que no con una seña, pero era demasiado tarde.

Ella se dio la vuelta al oír aquel nombre, y se quedó helada. ¿Qué esperaba?, se preguntó Harry con irritación. Ella debía de saber que él iba a estar allí. ¿A qué otro lugar iba a ir un hombre joven si los Monjes Locos se congregaban?

Casi pudo oír su exhalación de pánico, un pánico que la empujó a cometer un error fatal. Atravesó el seto sin podar de la Puerta de Venus hacia el punto sin retorno. La señorita ________ Spenser ya no podía volver atrás. Las ramas la rodearon y se engancharon en ella, y cuando desapareció al otro lado, la cinta blanca quedó atrás, enredada en las ramas.

Cuando él llegó a la puerta, ya no había ni rastro de ________. Recogió el lazo y se lo entrelazó en los dedos.

Después atravesó la puerta tras ella, sonriendo.

»◘Reckless Love◘«║Harry Styles║Where stories live. Discover now