Capítulo 4

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Desconocida añoranza

Danna caminaba por un largo pasillo, poco iluminado. Las luces de esas pocas lámparas eran de color azul. Tanto el suelo como las paredes eran de piedra y de vez en cuando una que otra gota de agua se escuchaba en la lejanía caer sobre grandes charcos. Hacía frío.

El oráculo caminaba con parsimonia, miraba hacia el frente, pero parecía no mirar nada. Una especie de tristeza se dibujaba en su mirada pero nada la inmutaba. En varias ocasione caían lágrimas de sus ojos, pero Danna parecía una máquina, era como si no se permitiera sentir dolor o tristeza. Para todos los que la miraban, era extraño que no emitiera emoción alguna, y mucho más extraño aún, que fuera controlada por un brazalete.

No era cualquier brazalete. Eluard había ideado el plan desde mucho antes. Hacía tiempo que quería tenerla bajo su poder. Tener un oráculo era algo muy ventajoso. Al menos era lo que el mago pensaba. El poder de Danna es muy grande y no podía ser controlado con tanta facilidad, de modo que ideó un artefacto especial para ella, un artefacto que pudiera usar para controlarla por completo y que nadie pudiera penetrar en su mente de ninguna forma ni de ningún lugar. De modo que Danna estaba completamente incomunicada mentalmente. No tenía dominio de su cuerpo y tal vez sólo podía ver lo que hacía sin poder detenerse. Es realmente una tortura.

Pero Danna ha llorado en varias ocasiones. Muchos la han visto y esos muchos se preguntan cómo puede una máquina llorar. Pero lo que Eluard o cualquiera de esas personas, incluso la misma Danna no sabían era que el inconsciente del oráculo parecía despertar. Tal vez el brazalete estaba fallando o Eluard se sentía tan seguro de ella que no siguió presionando. Y es que Danna no había dado muestras de rebeldía durante doce años, los doce años que transcurrieron tras la desaparición de su hijo. Tal vez por eso llora siempre, al menos es lo que muchos intuyen. Y esos tantos, incluyendo a Eluard, se preguntan qué fue de la criatura. Cuando Eluard fue a verla después de haber dado a luz, la enfermera que la cuidaba había muerto y Danna estaba sentada en la cama sin siquiera moverse, esperando órdenes como una máquina.

Su inconsciente lloraba constantemente y, aunque Eluard prefirió no prestar atención, ese llanto estaba comenzando a anular el poder del brazalete, algo que ni la misma Danna había notado, pero ¿Cómo saberlo? Sólo podría hacerlo un oráculo y la única que estaba ligada a ella se encuentra muy lejos ahora. Aunque en un tiempo logró sentir el nacimiento del bebé, Danna, su inconsciente, perdió la voluntad de vivir. Tal vez, si un día se libera del brazalete, decida matarse.

El oráculo recorrió todo el pasillo y se situó frente a una inmensa puerta de hierro, también poco iluminada. Danna estuvo mirando la puerta durante unos minutos. Era como si observara más que la puerta frente a ella, como si mirara a través de ella. Tocó y luego abrió sin esperar una respuesta.

La sala era circular y estaba muy bien iluminada, a diferencia del pasillo que acababa de recorrer. Tenía dos ventanales con las cortinas rojas abiertas, llovía a cantaron y el frío se colaba por las ventanas. De vez en cuando, la estancia era iluminada por los inmensos rayos de la tormenta eléctrica. Justo frente a la entrada había un gran sillón frente a una chimenea que, en ese momento, estaba encendida. Desde donde se encontraba el oráculo, se podía ver la coronilla de una persona en el sillón, lo que significa que estaban sentado frente a la chimenea. Danna cerró la puerta y se dirigió al sillón, luego lo rodeó y se ancó frente al hombre que se encontraba sentado en este.

- Otra nave nodriza fue destruida, señor. – Danna bajó la mirada.

- ¿Cómo? – Preguntó el hombre.

- Baliand Aldar burló nuestros sistemas de seguridad.

- Vaya, Baliand de nuevo. – Hubo una pausa. - ¿Y el capitán?

- Está preocupado por su reacción, señor. Le teme.

- Qué bien. – Hubo otra pausa. - ¿y tú? – Danna no respondió. Eluard se dejó ver por la luz de las llamas y acarició el rostro de la muchacha. – Puedo ver en tus ojos que aún lo extrañas. Aunque no sepas de lo que te habló. No puedo controlar tu corazón. Lo extrañas aunque no seas consciente de ello. – Hubo un corto silencio. – Me has fallado de nuevo. – Danna bajó la cabeza.

- Perdón. No sucederá de nuevo.

- De todos modos serás castigada. – Danna volvió a mirarlo. No había emoción en su rostro ni en sus ojos, salvo esa tristeza y melancolía que la caracterizaba desde varias años hasta la actualidad. – esta noche te quiero en mi habitación. Jugaremos. – Repentinamente la agarró por el cuello y comenzó a apretarlo. La muchacha no se resistió, todo lo contrario, dejó que la ahorcara. Su rostro comenzaba a enrojecer y la muchacha no podía respirar y aún así no se movió. Después Eluard la soltó y Danna calló al suelo y comenzó a toser. – ponte la mejor ropa, esta noche serás mi mascota. – Danna se levantó y siguió hincada ante él. – Ya lárgate. – Danna lo reverenció y salió de la estancia dejando al mago solo. – Aborand Aldar. – Susurró. – Tus palabras fueron ciertas. Siempre dije que eras un hombre a quien se debía temer. No hadas con rodeos, vas siempre de frente. Como tú mismo lo dijiste, te convertiste en mi sombra. – Tomó una copa que estaba en la mesa junto al sillón. – Pero te venceré. De eso no tengo duda. Morirás bajo mi mano.

Guerreros de las Dimensiones: EvoluciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora