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Le pusieron un atuendo blanco, la cubrieron de joyas y perfumaron su cuerpo, pero todo el proceso fue una lucha feroz. La muchacha era una extranjera en esa tierra. Fue allí por vacaciones, nunca pensó en terminar siendo secuestrada por una secta que pensaba entregarla como ofrenda al dios que adoraban.

De nada valieron las súplicas, con violencia terminó  siendo atada y arrojada al interior de una tumba de piedra sin más luz que la de una lámpara de aceite, que ardía sobre un camastro cubierto de polvo. Un hombre calvo, viejo, con túnica y que ella reconoció como el tipo que daba las órdenes al grupo, le habló en su idioma.

-Él no habla con los vivos- le dijo y después se llevó el dedo a los labios señalandole guardara silencio.

La chica lo miró con ojos suplicantes por última vez, pero no conmovió a aquel hombre ni al par de sujetos que cerraron la cripta, arrastrando un pesado bloque de piedra.

Un silencio profundo cayó sobre la pobre mujer, cuyo rojo cabello hacia duro contraste con su atuendo y con su piel. Procuraron no hacerle ninguna marca. Era su exótico aspecto lo que la hizo blanco de ese ritual. Por lo poco que la muchacha pudo entender, estaban pidiendo al dios del inframundo no levantará el alma del jefe del grupo y para ello ofrecían a ese ser una mujer para su diversión. O algo así. No estaba segura. Lo que si era una certeza era que ya fuera a manos del supuesto dios o en la soledad de esa cripta, ella moriría. Sus tobillos estaban atados, lo mismo sus muñecas. La mordarsa en su boca la estaba lastimando. Le costó bastante trabajo quitársela y respirar un poco mejor, pero para entonces la llama de la lámpara se estaba extinguiendo y con ella el poco oxígeno que había en el lugar. La mujer comenzó a perder la conciencia.

Poco antes de que sus ojos se cerrarán, la muchacha vio una sombra contra la pared con jeroglíficos. Unos minutos después fue arrebatada de la oscuridad por una poderosa mano que la tomo por el cabello y la dejó de rodillas sobre el suelo cubierto de arena. Su visión era borrosa, pero distinguió un rostro canino  delante suyo. Paulatinamente sus ojos le enseñaron la figura de una insólita criatura con cabeza de chacal, de piel negra como el carbón. Era alto. Unos dos metros, pero estaba hincado frente a ella así que podía apreciarlo bien y reconocer en él al dios Anubis.

Aquella criatura la tomó por el cuello y acercó su rostro para verla a los ojos. Tenía unas pupilas como dos pozos sin fondo. Pareció oler el aire entorno a ella, un momento, para después pasar su lengua sobre la boca de la mujer. Ella pudo oler un aliento como a perro que comió carne descompuesta. Anubis uso sus garras para cortar sus ataduras. Lo hizo con brusquedad y pareciendo sonreír de una forma socarrona. La pobre chica corrió hacia la entrada, pero fue un acto estúpido, el lugar estaba completamente sellado. Nadie la sacaría de allí, ni la iba a auxiliar. El tintineo de sus joyas sufrió una violenta sacudida, cuando el dios le aplastó la cabeza contra la  piedra arrancandole un quejido.

-Por favor...no me hagas daño- suplicó la chica, con voz cortada, pero no obtuvo respuesta.

Ese ser, fuera lo que fuera, le acarició las nalgas como si estuviera comprobando la consistencia de una fruta, después tiró de sus ropas y la dejó desnuda. La muchacha dió un grito áspero y golpeó la loza de roca con frustración. No tenía salvación alguna. El tipo calvo le dijo que él no hablaba con los vivos y hasta ese momento no le había dicho palabra alguna, lo que era una buena señal. Sino quería que eso cambiara, lo mejor era evitar protestar, pero le era difícil soportar que esas manos la estuvieran tocando tan libremente. Los largos dedos del dios terminaban en garras y esas le estaban lastimando la piel de sus glúteos. Súbitamente la volvieron a tomar por el cabello y la empujaron contra una piedra en forma de mesa en medio del lugar. Lo siguiente que sintió fue el largo, grueso y duro miembro de Anubis entrando por entre sus nalgas. Lo hizo despacio, pero dolió demasiado. La pobre chica gritó e intento arrastrarse sobre la piedra para escapar sin conseguirlo. La pesada mano del dios cayó sobre su espalda aplastándola con rudeza. La entrada y salida de ese pene comenzó y cada movimiento era motivo de dolor para la mujer, que suplicó parara, pero ese ser no escuchó. Continúo así por largos minutos hasta que ella sintió se desmayaba producto de la falta de oxígeno en aquel lugar. Entonces Anubis se alejó de ella dejándola jadeante sobre aquella loza.

-No por favor- rogó cuando fue levantada de nuevo, pero acabo de rodillas ante la deidad.

Él no hablaba, pero la orden fue directa de alguna forma. Tenía que lamer ese pene hasta que se le indicara lo contrario. La muchacha estaba dolorida y maltrecha, pero obedeció. Comenzó a pasar su lengua por aquel miembro, a besar el extremo y súbitamente él lo embutió en su boca. Apenas si podía respirar con eso ahí, pero no se detuvo porque tenía miedo de lo que esa criatura podía hacerle, sin embargo, tras unos minutos no fue capas de seguir y se apartó cayendo a gatas a un costado. Él la empujó y la volteó boca arriba para comenzar a olfatear su cuerpo, a lamerlo y a apretarlo entre sus garras sin ningún cuidado. Casi le arrancó un pecho de una mordida y le introdujo la lengua tan adentro en la vagina, que la hizo venirse contra todo lo que ella quería. Anubis jugo con ella por horas. Para cuándo comenzó a oír su voz la mujer estaba exhausta y cubierta de semen, tumbada boca arriba en el suelo con él sobre ella.

Al dios le gustaba su cuerpo tibio, perfumado y capaz de sentir dolor. En su larga vida rara vez rechazo un soborno de un alma muerta, pero los seres vivos eran algo que rara vez tenía entre sus manos. Eso entendió la mujer de las declaraciones que le oía decir en la lejanía, como si hablara a través de un largo túnel de piedra y lo que llegaba a sus oídos era un eco. Él se levantó mientras ella luchaba por respirar. Tenía la sensación de que el tiempo se había extendido de una forma sobrenatural en ese espacio. Con dificultad se sentó y medio cubrió su cuerpo como intentando contenerse. Su larga cabellera roja abrazo su cuerpo como un manto mientras él dios caminaba entorno a ella. Súbitamente preguntó con una voz aterciopelada y profunda:

-¿Cuál es el precio a pagar por tí?

La mujer lo miró con las pupilas dilatadas. Ella no lo recordaba, pero fue puesta bajo hipnosis para que contestará esa pregunta. La voz clara de Anubis activo el sortilegio, pero la mujer perdió el sentido en ese momento. Su cabeza se azoto contra el suelo y lo último que vio antes de cerrar los ojos, fue al dios reclinandose sobre ella.

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