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Batha iba y venía a grandes pasos por la sombría estancia. La capa que envolvía su túnica se abría con cada giro que realizaba. Por fin después de unos largos minutos acabo arrojando unos objetos contra la pared.

-¡Ese infeliz!- gritó furioso- Todavía tenía un poco de poder y lo uso para llevarse mi ofrenda.

-Es culpa tuya- le dijo una voz ronca con una tonalidad un poco grosera.

-Mi señor Seth- exclamó Batha girandose hacia una sombra en la pared.

Las lámparas de aceites se agitaron y se apagaron dejando la habitación en la oscuridad.

-Anubis es uno de los grandes. Ocupa uno de los sitiales más cercanos a Ra. No es un ser fácil de derrotar- le dijo el dios cuya presencia era casi invisible, pero se sentía con fuerza- La mujer lleva en su carne prácticamente todo su poder y el de su familia. Es un objeto precioso que tienes que recuperar pronto, Batha.

-Lo sé mi señor. He enviado a mis hombres a todos los rincones de...

-Tus hombres no podrán encontrar a Anubis ni enfrentar a esa mujer ahora que es un avatar- lo interrumpió Seth.

-¿Un avatar?- repitió Batha sin entender.

-Sí, eso dije- exclamó Seth con enojo. El muchacho retrocedió- Eres un estúpido. Te advertí que debías tomar a la mujer tan pronto la tuvieras en tus manos. Su cuerpo es un recipiente que así como puede ser llenado, puede ser vaciado también. Y si ahora está con Anubis...

-Él podría recuperar su poder- exclamó Batha bastante nervioso.

La negra piel del dios chacal hacia un contraste casi mágico con él de la mujer que tuvo que hacer un enorme esfuerzo para tolerar de él una caricia. Acabó por apartarse y retroceder como un animal asustado hasta pegar la espalda con una columna.

-No puedo- dijo y se abrazo asimisma para después sentarse en el suelo.

Si bien ella había disfrutado los encuentros con los dioses, en realidad aquello había sido efecto de la hipnosis. Batha se aseguró de que ella prestará resistencia lo menos posible sin que se convirtiera en una muñeca y para ello le hizo las experiencias placenteras. Pero en ese momento, Ofrenda experimentaba todo de una forma muy diferente. Sin embargo, ella quería devolverle al dios su poder.

-Dame un momento- le dijo para intentar recuperar la compostura.

Anubis se hincó frente a ella descansando su brazo sobre su rodilla. Ofrenda lo miró un momento, luego apartó sus ojos de él. Un instante después el dios se llevó la mano al pecho soltando un agudo quejido.

-¿Estás bien?- le preguntó la mujer y el cayó al suelo tendiendose boca arriba.

-No...estoy muriendo- respondió cerrando los ojos y quedandose tendido ahí- Debes creer que lo merezco. Pues más allá de que estuviera preso de un sortilegio, te trate como a todas las ofrendas que me han enviado a cambio de mis favores. Sin embargo, debes recordar soy un dios y puedo disponer de tí o cualquier mortal como lo desee.

La muchacha lo miraba callada.

-Mujer- la llamó- No quiero morir.

-Ofrenda- le dijo ella- Llámame así.

-Ofrenda...¿No es un poco irónico que un dios suplique a una ofrenda? Mi orgullo y dignidad son nada ahora.

La muchacha lo miró y ciertamente se veía derrotado. Pasaron varios minutos antes de que ella se animara a acercarse. Pero como él intento moverse, la chica se apartó otra vez. Anubis terminó sentado con la espalda apoyada en la cama. Ofrenda avanzó de nuevo. En esa oportunidad más decidida acabando por acabar de rodillas entre las piernas del dios. Cerró los ojos y se repitió su nuevo objetivo. Con cierta timidez puso sus manos sobre el pecho de Anubis. Él estaba helado. Muy helado. Cuando él le puso las manos en la espalda Ofrenda sintió un escalofrío. La apretó sin querer. El dios sintió una fuerte punzada en su abdomen.

-Lo siento- le dijo y ella le dió un beso como en el desierto. Le tocó los labios con los suyos abriendole la boca para tocar su lengua.

Ni él ni ella podían verlo, pero los jeroglíficos en el cuerpo de la muchacha brillaban suavemente.

-Piensas que soy un tonto- le cuestinó Seth a Batha- En hechizo que te di tiene varias restricciones. Una de ellas es que no puede devolver lo que ha robado a quien le fue robado. Pero eso no significa que él no puede obtener por medio de ella. O que cualquiera lo haga.

En la habitación aparecieron unos perros galgos de arena. Una docena de ellos.

-Mis sabuesos te llevarán con la mujer. Cuando la tengas no dudes en tomar los poderes sellados en su carne. Una vez los obtengas mátala- le ordenó Seth- Ella puede extraer y vaciar las escencia divinas. No lo olvides- le advirtió.

-Así será- respondió Batha y las lámparas volvieron a encenderse.

Los perros dejaron el lugar seguidos por algunos de los hombres del sacerdote y por el mismo Batha montado en un caballo negro con herraduras doradas. Tenía que encontrar a la mujer lo más rápido posible o todo su plan se vendría abajo.

En aquel templo el dios y la mujer habían conseguido iniciar aquel acontecimiento medio forzado. Queriendo hacer las cosas menos desagradables para ella, Anubis le permitió sentarse a horcajadas en sus piernas, una vez su pene estuvo dentro de ella. Era Ofrenda quien decidía el ritmo de todo y ella no tenía prisa. Subía y bajaba suavemente mientras se sujetaba de los hombres de ese ser que la miraba sin revelar sus pensamientos. Sentía algo extraño al estar así con ella. Una mezcla de disgusto y nostalgia además de un calor intenso en el abdomen. Los pechos de la mujer se frotaban con sus pectorales en cada ascenso y descanso. Terminó por sujetar uno y acariciarlo con sus agudas uñas antes de darle una lamida. Ella no hizo ningún gesto. Continúo con su ritmo hasta que él volvió a lamer su pecho. Se creo una pausa en que las manos de Anubis terminaron sobre las nalgas de la chica que se apretó contra él descansando su mentón en el hombro del dios, que la subió un poco y la dejó caer con más fuerza. La maniobra se repitió varias veces. Era profundo, pero no violento. Cuando el ritmo se hizo más rápido las uñas de la chica se le enterraron en la piel. No fue precisamente por gusto, así que Anubis retomo el ritmo del principio.

-Esta bien- exclamó ella- Supongo que no hay nada de malo en hacerlo agradable. A fin de cuentas tú y yo nos haremos muy cercanos.

-¿Estás segura?

-Sí- contestó, pero la verdad es que le daba igual.

Ofrenda era muy bonita. Su piel blanca, su cabello anaranjado y su delicada contestara la hacían deseable. Teniendo el consentimiento de la mujer el dios se sintió con la libertad de penetrarla a gusto. De tocarla como quería, pero a los pocos minutos terminó por experimentar tal dolor que se vio obligado a apartarse de ella. La cabeza le dolía tanto que terminó inconsciente tumbado en el suelo. Ofrenda se cubrió con una sábana que tomó de la cama y se aproximo a ver si él estaba bien, pero entonces comenzó a oír un fuerte murmullo en su cabeza. Parecían oraciones de almas en pena.




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