Anput era la esposa de Anubis. La chica lo sabía porque alguna vez leyó de mitología egipcia, pero si acaso tuvo la esperanza de que ella se ofendiera por lo que estaba pensando, se equivocó. Aquella fémina con cabeza de chacal y cuerpo sinuoso se hincó a su lado para tomarla por su roja cabellera y tirar su cabeza hacia atrás, solo para lamer su cuello de una forma lasciva.-Esta piel blanca es como la leche- comentó con un tono sugerente.
Sin cuidado llevó su mano hacia el entrepierna de la muchacha y retiró de allí los cilindros con abejas, para después ponerla de pie.
-Odio que siempre tomes las ofrendas como tu exclusiva propiedad- le dijo a Anubis.
-Ella es un regalo de Batha a mí persona. Yo soy quien recoge las almas para llevarlas a la necrópolis- respondió él con cierto disgusto.
-Todos lo tuyo es mío, querido- señaló la diosa acariciando la mejilla de la chica- Voy a divertirme un poco con ella. Te la devolveré después.
Anubis se puso de pie con la mano en su oscuro miembro. Tendría que terminar solo el trabajo, pero no puso objeción alguna.
Un remolino de arena envolvió a Anput y a la mujer que unos segundos después se descubrió en un palacio de bloques y columnas de granito. El sitio parecía haber sido construido en un oasis, pero la chica a quien todos se refería como Ofrenda, no pudo ver demasiado del paisaje más allá de las columnas entre las que colgaban delicados velos que bailan en el viento. La diosa la hizo caminar unos pasos hasta una escalinata que descendía a una especie de piscina rodeada de una vegetación corta, pero frondosa.
-Eres tan bella- le dijo Anput- Y sobretodo exótica- agregó abrazándola desde atrás para descansar su cabeza en el hombro de la muchacha.
La chica intento hablar, pero sucedió algo extraño: no pudo hacerlo. Pensándolo un capricho de la diosa se resigno a ello. Sin embargo, cuando Anput le quitó el collar con el símbolo ankh, la muchacha tuvo una visión en que varios hombres la rodeaban formando un círculo entorno a ella. Parecían estar orando. Ella estaba quieta y alguien a su espalda la cubría de una sustancia transparente, perfumada y viscosa que vertia sobre su cabeza desde donde le iba cubriendo el resto del cuerpo. La visión se desvaneció devolviendola a los brazos de la diosa que estaba quitándole esa suerte de taparrabo de delicada tela gris que pendía de sus caderas, gracias a una delicada cadenita de oro. Las manos de Anput subieron por su vientre como dos serpiente que fueron a morder sus pechos. Los dedos de la diosa pellizcaron sus pezones arrancándole una exclamación de dolor.
-¿Fui brusca? Lo siento, preciosa- le susurró la diosa mientras le quitaba las vendas que cubrían sus senos.
Anput la dejó desnuda permitiendo a la chica apreciar en su cuerpo unas delgadisimas líneas en su piel que parecían ser jeroglíficos. No estaba segura y no tuvo tiempo de observar con atención, pues la diosa la hizo caminar al interior del estanque donde quedó sumergida casi hasta casi su entrepierna. El agua estaba fría. Las manos de Anput bajaron por sus muslos hasta el agua y subieron con un poco que le fue derramado sobre los pechos. Poco a poco y muy sensualmente, la diosa fue humedeciendo la piel de la chica mientras lamía sus hombros, su cuello y le susurraba lo hermosa que era además de todo lo que pensaba hacer con ella. Pero la ofrenda no oía muy bien nada de eso. Los dioses parecían siempre estarle hablando desde lejos, sin embargo, lo que realmente impedía que oyera a Anput era un cantico en los anales de su memoria. Algo hicieron con ella antes de entregarla a Anubis, algo que la mantenía en un estado soñoliento que no le impedía sentir lo que sucedía, pero que le restaba reacción.
La diosa bajo una de sus manos hacia el entrepierna de la chica introduciendo dos dedos ahí. Lo hizo de forma un tanto brusca. La chica soltó un quejido agudo y sujetó el brazo de aquella criatura intentando sacar la mano de Anput de ahí. Obviamente no lo logró.