La mujer abrió los ojos sintiendo un sabor extraño en la boca. Se asemejaba a algo que jamás había probado: un puñado de flores podridas. Durante varios segundos permaneció quieta, tendida en ese suelo cubierto de arena y viendo hacia una cortina de luz a unos metros más allá. Súbitamente todas sus memorias de los últimos días llegaron a su mente obligándola a levantarse, pues temió que esa criatura siguiera ahí. Se equivocó. Estaba sola.La cripta había cambiado un poco. Bastante en realidad solo que ella no recordaba demasiados detalles de ese espacio como si lo hacía de esas espantosas horas en poder del dios. Una mezcla de asco y rabia se apoderó de ella mientras se abrazaba para contenerse. Estaba limpia. La hablan vestido con un atuendo algo escaso de color gris y que parecían vendas. Las que cubrían sus piernas y antebrazos parecían florar un poco, como si se estuvieran desprendiendo. Las joyas que le habían puesto esos hombres le fueron cambiadas por unas mucho más elaboradas. Tenía puesto dos brazaletes y un collar con el símbolo ankh grabado en el. Su largo cabello rojo parecía haber sido perfumado, pues brillaba y desprendia un fuerte, pero agradable, olor a flores. Claro que nada de eso mitigaba el dolor que sentía. Pasaron varios minutos antes de que secará sus lágrimas, se pusiera de pie y se echara a correr hacia esa cortina de luz que parecía una salida de ese horrible lugar. Atravesó aquel velo encontrándose ante un desiertos nublado con arenas oscuras. Pero no presto atención al paisaje. Corrió tan rápido como pudo hasta que algo tiro de ella. Cayó de espaldas contra las arenas descubriendo tenía un grillete en el tobillo izquierdo y atado a el un delgada cadena que estaba sujeta al interior de la cripta. En vano tiro de ella e intentó quitársela. Acabo llorando de frustración. Gritando de rabia hasta que escucho unos pasos en la arena a su espalda. Con temor volteo encontrándose otra vez con esa criatura, que en esa ocasión llevaba un báculo de oro en cuyo extremo superior estaba en ankh. La mujer intentó huir. Todo lo que Anubis tuvo que hacer para detenerla, fue pisar la cadena que se arrastraba por la arena. La mujer cayó de bruces sobre el desierto.
-Dime ¿cuál es el precio que debo por pagar por tí?- inquirió él levantando a la muchacha el el aire.
La mujer había oído antes esa pregunta, pero no pudo contestar. En ese momento si lo hizo con una voz ajena a si misma y flotando a la altura del rostro del aquel ser.
-Batha... tú sacerdote está muriendo. Retira de él tu demanda oh señor de la necrópolis- fue lo que ella dijo producto de la hipnosis de la salió apenas acabo de hablar.
-Una mujer viva para mi placer a cambio de no traer a Batha a mi reino- reflexiono el dios y su voz se oyó muy lejana para la mujer- ¿Tan poco vale él o tanto vales tú?
Los ojos oscuros del dios se clavaron en los de ella que no era capaz de parpadear. Odiaba a ese ser. Fuera un dios o no lo detestaba profundamente. De haber podido, de tan solo haber podido le hubiera cortado la garganta.
Súbitamente la mujer acabó tirada en la arena. No podía huir. Él pisaba la cuerda que ella tenía atada al tobillo. Anubis se hincó frente a la muchacha evocando la atrevida jornada que paso con ella. Tuvo nuevas ideas y sujetando ambas manos de la mujer con una sola de las suyas, la hizo volver a aquella cripta.
-Tú no eres como las demás- le dijo mientras la obligaba a caminar- Cleopatra es de todas mis concubinas la mejor, pero está muerta y no siente como tú lo haces. Los muertos pierden los sentidos. Todo lo que queda es un residuo de sensaciones exaltado por la mente, pero no es igual. La carne viva es la única capaz de sentir dolor y placer en todo su esplendor.
La muchacha lo oía en la distancia mientras caminaba forzada a su costado. Sabía que sucedía al llegar a ese lugar, como sabía no podría huir de él. Al fin cuando estubo tumbada en el tapete, se resigno a su suerte. Esa criatura no tenía ni una pizca de cuidado con ella, pero era evidente que nunca se preocuparía demasiado por eso. Al fin para esa criatura era solo un objeto.
Cuando la tuvo de rodillas en el piso, Anubis puso sus manos sobre las blancas nalgas de la chica y las separó un poco para lamer allí un rato antes de penetrarla. Aquella lengua era suave y larga. Como la de un perro ordinario y abarcaba bastante. Pronto estuvo cubierta de tanta saliva que escurrió un poco por su pierna. Entonces ella pensó él le metería ese largo y negro miembro por el culo, pero en lugar de eso sintió algo frío dentro de ella. Lo que fuera vibraba.
-Cleopatra era una mujer muy creativa- le dijo Anubis tendiendose a su costado mientras le sujetaba las manos por encima de su cabeza- Un día tomó una calabaza alargada y metió en ella un montón de abejas para conseguir placer sin necesidad de un hombre. Yo he hecho de su invento algo más sofisticado- le dijo al enseñarle un tubo de metal dorado en su mano libre.
La mujer sintió terror al saber tenía un tuvo con abejas en su culo y palidecío cuando él la giro boca arriba para después poner ese segundo tubo entre sus piernas y dejarlo allí. Aquello era un rudimentario vibrador y tenía dos. Uno en cada orificio. Anubis se sonrió ladino al ver como la expresión de la mujer iba cambiando y después de un rato le descubrió los pechos para jugar un poco con ellos. Ponía una de sus garras en los pezones de la chica y luego empujaba un poco. Aquello le arrancaba pequeñas y calurosos alaridos a su juguete que sacudía las piernas intentando sacarse los vibradores sin conseguirlo. No quería disfrutar de la situación, pero no podía evitarlo. Se mordía los labios para no gemir. El dios contemplaba aquello con gusto y acabó empujando el tubo entre las piernas de la chica más en su interior. Ella se resistió a gemir. Con avidez, Anubis empezó a lamer los pechos de la mujer que tras unos minutos terminó por soltar todos los alaridos ardientes que estubo aguantando. Sentía mucha vergüenza de disfrutar la situación, en especial cuando se vino con espasmos, pero acabó por disfrutar el proceso. Tal vez era víctima de un hechizo o algo. Prefería pensar que era así.
-Abre las piernas, Ofrenda- le dijo Anubis y ella obedeció con cierto pudor. Acabó con dos tubos de oro entre las piernas y a gatas lamiendo el erecto miembro de Anubis. Mas cuando estaba por venirse una figura semejante al dios apareció en la puerta- Anput- exclamó el dios.
-Así que aquí estabas- exclamó una mujer.