4.

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Anubis también reconoció a ese hombre. Pronunció su nombre con cierto asombro mientras se ponía de pie. Sus pasos eran torpes y se sostenía la cabeza con ambas manos. Le dolía y bastante. Luego de soltar roncos quejidos a raíz de aquel malestar se vio obligado a detener su avance.

La mujer tomó una prenda del piso. Una tela blanca con la que se cubrió su cuerpo en el que aquellos jeroglíficos, que observó antes, se apreciaban con mayor nitidez. Vio a Anubis caer de rodillas al piso mientras recordaba que había pasado con ella realmente. Un tanto asustada dió unos pasos atrás, tirando unos adornos que estaban sobre una mesa de piedra. Aquel incidente hizo que Batha la mirase. Era un hombre joven. De unos treinta y tantos, moreno, alto y cubría su rostro con una máscara que representaba a Anubis. Vestía como un faraón, pero con colores negros y grises, también llevaba una larga estola colgando de sus hombros con figuras jeroglíficas. El sujeto estiró su mano hacia ella de una manera elegante y hasta gentil.

-Ven- le dijo- Ven a mí. Soy yo tu señor. Soy yo quien te ha enviado hasta aquí para cumplir una misión y lo has hecho muy bien.

La muchacha dió otro paso atrás. Anubis se medio puso de pie y Batha le miró con desprecio por debajo de esa máscara. Olvidándose un poco de la mujer caminó hacia el dios y aprovechando este había vuelto a caer sobre una de sus rodillas, le tomó la barbilla para hablarle con escarnio.

-Mirate señor del Inframundo- le dijo- Mírate. Te ves patético. Te ves ridículo. Sin tus poderes no eres nada. Solo un pobre chacal. Un carroñero que se arrastra sobre las arenas buscando huesos que roer para no morir de hambre.

-¿Qué has hecho, hermano?- le preguntó el dios con una voz que era un hilo a punto de cortarse.

-Por eras he tenido que habitar entre los hombres. Por eras he tenido que padecer la enfermedad, el dolor y la muerte mientras tú estás aquí gozando de los privilegios de ser un dios. Estoy cansado de eso. Estoy harto de vivir entre las sombras de los mortales...He venido a reclamar tu reino, hermano.

-Batha...

-¡¿Qué?!- exclamó el hombre y con violencia lo golpeó en la cara arrojándolo al piso para después reír.

-No puedes hacer esto...no puedes tomar la necrópolis. Existen reglas...

-¡Reglas con las que tú y solo tú estuviste de acuerdo! Porque tú eras el dios, el poderoso y yo solo un mortal, pero ya no más. Ella es mi cetro de poder- dijo esto extendiendo el brazo hacia la mujer que fue arrastrada hacia él por una fuerza invisible- Está mujer lleva en su interior el poder del señor del Inframundo, de su esposa y de su hija- le señaló reteniendo a la muchacha por el cuello con su mano izquierda, mientras con la otra le acariciaba el abdomen.

-Pusiste en ella un hechizo- logró artícular Anubis levantandose otra vez.

-Puse en ella más que eso, querido hermano- confesó Batha sonriendo con una oscura malicia- Ahora una vez la lleve a mi lecho el poder de toda tu familia será transferido a mí y tú... bueno, ya sabes lo que pasa cuando un dios muere.

-Siempre te trate bien. Te convertí en el sumo sacerdote de mi culto para que estuvieras cerca- le dijo Anubis haciendo aparecer aquel báculo de oro en su mano para apoyarse en el- Y ahora, por celos, por envidia, me traicionas... Orus te...

-Orus no intervendrá- lo interrumpió Batha mientras olía el cabello de la mujer que no parecía ser capaz de moverse- Y tú no puedes hacer nada.

Anubis miró a su hermano, después vio a su mujer y a su hija tendidas en el suelo. Sus cuerpos tenían unas líneas rojas por toda la piel. Aquello pareció angustiarlo un poco o eso le pareció a la mujer entre los brazos de Batha.

-Es una pena. Mi sobrina y tu esposa no pudieron tolerar el proceso. Supongo que tú tienes la ventaja por ser uno de los grandes, pero eso tampoco te pondrá a salvó. Tu tiempo se termina Anubis. Pronto serás simple arena en el desierto...

-¡No!- gritó el dios cuando los cuerpos de su esposa y su hija se desintegraron.

De aquel polvo salieron dos figuras vaporosas con forma de mujer, que se desvanecieron para liberar una bruma de colores brillantes que floto veloz hacia la mujer que retenía Batha. La blanca piel de la ofrenda se pobló de jeroglíficos y su cuerpo se vistió con un atuendo de oro y tela gris, un tanto menos revelador que el del principio.

-¿No es hermosa?- le preguntó Batha al dios, tomando el rostro de la chica con una de sus manos para robarle un breve beso. La máscara descubría su boca. Cuando aquello terminó el hombre arrojo una fuerte ráfaga contra Anubis que acabó azotado contra la pared- Solo quisiera que vieras lo que seré capaz de hacer cuando todo el poder contenido en este exquisito recipiente, sea mío. La necrópolis tendrá un nuevo señor.

Anubis no pudo responder, pero concentro su atención sobre su báculo y haciendo acopio de sus fuerzas consiguió devolver el ataque al sacerdote. Rápido corrió hacia él, evadiendo a los hombres que los escoltaban. Uso sus garras para cortar las gargantas de los infelices que trataron de detenerlo y alcanzó a su hermano a quien golpeó con todas sus fuerzas para apartarlo de la mujer. Al verla libre la tomó por la cintura y saltó hacia un tornado de arena que hizo aparecer delante de él, para conseguir huir. Uso lo que le quedaba de poder para poder escapar. Cuando cayó al desierto de arenas negras lo hizo sobre la mujer, pero inconsciente.

La muchacha quedó tendida en una duna con el dios encima. Podía moverse, pero estaba tan conmocionada por lo que había sucedido como por lo que recordó, que se quedó ahí sin mover un músculo.

Ella fue una turista incauta que un día fue a un bar en el Cairo. Allí conoció a Batha. El hombre le gustó y se reunió con él un par de veces. Una noche el la llevo a su departamento para tener algo de intimidad, pero terminó secuestrada por él y su grupo de adoradores de Anubis. Permaneció en cautiverio varias semanas, sometida al hambre y el maltrato. Tenían que llevarla a las puertas de la muerte para celebrar el ritual. Cuando eso sucedió se llevó a cabo una ceremonia para hacer de ella un recipiente de almacenamiento que extraería la divinidad de los dioses del inframundo. Ella estaba viva y aquello la haría atractiva para el dios, pero para asegurarse de que Anubis cayera en la trampa le brindaron atributos que solo los dioses podrían percibir atractivos. Ese proceso fue extremadamente  doloroso para la mujer. Tanto que solo recordarlo la hizo llorar todavía con más resentimiento que por haber sido ultrajada por Anubis y su familia.

Rabiosa comenzó a gritar y tuvo la fuerza para poder empujar al dios a un costado. Estaba furiosa. No hacia otra cosa que gritar de ira y llorar de indignación por todo lo que tuvo que pasar. Terminó pateando el cuerpo de Anubis con tanta brutalidad que lo hizo despertar víctima de un gran dolor. Molesto sujeto el pie de la chica y la derribo sobre la arena, exigiéndole que se calmara, pero ella lo ignoro y continúo luchando por agredirlo. El dios no se rindió, pese a que estaba bastante agotado. Intentaba hacerle entender que él hizo todo eso con ella porque estaba bajo una hipnosis. No era del todo conciente de lo que estuvo efectuando en ese estado.

-¡Al igual que tú, fui hechizado!- le gritó al tomarle las mano y ponerselas por encima de la cabeza, medio enterrandolas en las arenas- Ambos fuimos usados- agregó y fijo sus ambarinos ojos en los de ella que le escupió la cara.

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