SKYPE

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Fueron varios los días que necesité para poder hacer frente al último mensaje que Héctor me había escrito. Formaba parte del arduo proceso asumir que la historia era completamente diferente a como yo mismo la había imaginado. Tenía ganas de responder y a la vez de tirar el móvil por la ventana. No sabía qué hacer cuando no estaba en mis manos. Se me hacía difícil encontrar una solución. Ojalá haber tenido un manual de instrucciones entre mis manos en aquel momento. Finalmente lancé el móvil sobre la cama y encendí el ordenador en busca de, al menos, conseguir despejar un poco la mente. La respuesta lógicamente no estaría escondida dentro de cualquier archivo del ordenador. Pero desde luego que continuar estático en medio de la habitación con la mirada perdida y el móvil entre las manos hubiera sido la menos acertada.

Busqué en los contactos de Skype. Estaban sincronizados con los de la agenda del móvil. Le echaba de menos. Echaba también de menos la época que había vivido junto a él. Había superado, desde entonces, muchas de las cosas que me habían hecho, al fin y al cabo, querer salir de España. Había superado parte de mi pasado. Volaba mucho más alto que cualquiera de los problemas que anteriormente me perseguían. Pero él seguía de algún modo en mi mente. En calidad de lo mucho que me había facilitado las cosas cuando menos recursos tenía para poder superarlas. No tenía por qué esconderlo. Echaba de menos su presencia. Sus palabras. La voz interior que probablemente le decía que debía permanecer a mi lado. Cuando conseguí encontrar su contacto en la aplicación de videollamadas, pulsé el botón sin pensarlo dos veces.

—¡Hola, Jaime! —dije sonriendo a la pantalla.

—Hola, Sergio —respondió algo seco.

—¿Sigues enfadado conmigo? —pregunté algo asustado, temiendo la respuesta que podía llegar a dar.

—¿Por qué das por hecho que lo estaba? Estoy algo agobiado con todos los exámenes y los trabajos. Tal vez por eso me notes algo raro. Con respecto a tu pregunta, nunca llegué a enfadarme contigo. De alguna forma pude entender la situación por la que estabas pasando. Antepuse tu sufrimiento al mío porque entendí que era prioritario. No me puedo enfadar cuando la decisión ni siquiera estaba en tus manos. Te tocó vivirlo así, y quizás fui yo el que no supo estar a la altura para apoyarte en todo lo necesario.

Mi relación con Jaime fue algo más que un pequeño encontronazo. La casualidad que nos unió se había alargado en el tiempo. Supimos hacer de todo aquello una especie de ventaja. Él había conocido a una persona atractiva, sincera y con la que poder entablar, quizá, algo más que una bonita amistad, según me habían contado sus mayores confidentes. Yo, por mi parte, había conocido a una persona desinteresada y risueña, a la que podía, sin ningún miedo, entregar cada reliquia sin correr el riesgo de llegar a perderla. Jaime era, en ese preciso momento, una bonita postal a punto de llegar a casa. Una clase de risoterapia y un picnic frente al mar. Era todo eso junto. Quería decirle tantas cosas que no sabía cómo empezar. Que la huida de la que tanto hablábamos, había sido todo un éxito. Que había formado parte del camino que llevaba recorrido. Que nunca antes había tenido tantas ganas de empezar de cero. Que gracias por aparecer de nuevo, aunque en aquella ocasión fuese en la pantalla de mi ordenador. Por recordarme que no estaba solo. Por volvérmelo a decir. Que sentía haber crecido como persona y que, en parte, esperaba poder demostrarlo.

—¿Qué tal tu estancia en Inglaterra? Me has tenido un poco olvidado... —dijo simulando estar cabreado.

—Vuelvo la semana que viene a España. Siento no haberlo dicho. He estado muy liado con todos los preparativos, y no sé, tampoco quería decirlo muy alto por si al final decidía quedarme aquí. —Héctor, de alguna forma, se había hecho un hueco en aquella conversación, siendo parte de lo que habría provocado que decidiera finalmente no volver a España.

UN VIAJE PARA SIEMPREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora