GALA SOLO SE MERECE A QUIEN LA SEPA CUIDAR

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—¿Cómo? ¿Desde cuándo tienes novio? ¡No me has contado nada!
—reproché divertido.

—Ja, ja, ja. ¡No es nada oficial! —Gala se reía al otro lado del teléfono—. Nos conocimos por redes sociales. Claro que acabaría por contártelo —aseguró.

La Navidad era efectivamente la época de los nuevos comienzos. Y Gala al parecer se lo había tomado en serio. Todos los que ya habíamos adquirido un hueco en su vida, de algún modo, necesitábamos verla de aquella forma. Era algo a lo que estaba acostumbrada. Siempre había requerido del cariño de alguien que la hiciera reír a cada instante. Era su peculiar forma de decirnos que quería y necesitaba mantenernos cerca. Estaba ilusionada. Ninguna pantalla de ninguno de los teléfonos del mundo podría siquiera tratar de ocultarlo. Era el espacio donde mejor sabía desenvolverse. Donde más cómoda se encontraba. En el apego. Pocos hubieran sido los capaces de evitar el amor en terreno de alguien tan dispuesto a amar.

—¡Pues esta misma tarde quiero conocerle! A las cinco en la puerta de mi casa —le dije mientras colgaba el teléfono.

Efectivamente allí estaba, justo a la hora a la que habíamos quedado. Y no iba sola, de hecho. Le acompañaba un chico de mediana estatura, cabello castaño y piel blanquecina. Ambos caminaban de forma acelerada. Parecía como si se estuvieran retando el uno al otro. Él caminaba tímidamente a su lado. Seguía, a escasos centímetros de ella, los pasos de mi amiga. Iban de la mano, lo que me hizo intuir que se trataba del chico del que hablaba por teléfono.

—¡Hola, chicos! —grité eufórico—. Hola, mi nombre es Sergio —me presenté—. Tú debes de ser... —En ese momento recordé que Gala ni siquiera había tenido tiempo de decirme su nombre.

—Silva —interrumpió él—. Puedes llamarme Silva, es mi apellido. —Silva reía divertido mientras Gala, a su lado, se mostraba indiferente—. Encantado.

Mi mano se deslizó entre el tacto suave de la suya.

—Genial —mencioné.

—¿Dónde vamos? —Gala hizo un guiño al invierno abrochando la cremallera de su chaqueta.

—Donde queráis. —Fue Silva el que nos confirió, de forma sutil, el beneficio de la elección.

—Bueno, vamos a tomar algo —dije yo—. Te vamos a enseñar nuestro precioso pueblo, Silva —añadí.

El lugar elegido estaba situado a pie de playa. Queríamos, de alguna forma, que Silva conociera nuestro pueblo por todo lo alto. Estaba repleto de gente. La realidad es que siempre estaba lleno. Era donde la gente acudía cuando buscaba un lugar tranquilo. Era el fetiche sexual de todo amante del reposo. Era seguramente la primera opción de todo grupo de amigos cuando había que decidir entre varias. Y muy probablemente la única cuando, por el contrario, faltaban opciones. Según Silva, el lugar le había parecido de lo más atrayente, aunque su timidez no le permitía articular más de cuatro palabras seguidas. No era la primera vez que Gala y él quedaban, pero tampoco lo habían hecho muy a menudo. Había una punzada de química entre ambos. Aun cuando parecían no estar mirándose, lograban encontrarse con el roce de sus manos.

Fue en el momento en el que vimos que una mesa quedaba libre, cuando nos dispusimos a ocuparla.

—Bueno, Silva, ¿y tú qué?, ¿trabajas?

—Eh, sí, claro. Trabajo para Protección Civil —respondió en un tono educado.

Por los gestos de Gala, intuí que aún no habían alcanzado ese tema de conversación. Parecí haberme adelantado en su tarea de conocerse algo más. Gala estudiaba de soslayo la forma en la que Silva encaraba mi pregunta. No obstante, decidí poner punto y aparte a lo que podría haber derivado en un mar de respuestas inesperadas.

—Ah, qué bien.

Silva era reservado. Evitaba en más de una ocasión cruzar la mirada con cualquier otra persona que no fuera Gala. Ella era, cuando menos, su más acertado punto de inflexión. En ese momento, su brazo derecho. Su talón de Aquiles. Era el baúl donde poder refugiarse cada vez que temiera ser descubierto por cualquier otra persona. Silva tenía un mundo interior bajo llaves. Unos ojos bonitos, y el pelo desaliñado. Cuando ambos, mi amiga y él, conseguían conectar miradas, algo me decía que todo iba sobre ruedas. Parece que lo habían estado planeando durante toda la vida. Como una coreografía grupal. La comisura de sus labios se estiraba a la par, como si de una actuación de natación sincronizada se tratara. Respiraban confianza, y es precisamente parte de lo que seguramente les hacía querer seguir formando parte de aquello, sin nombre, tan puro, que habían conseguido crear. Era un baño en aguas del lago mejor guardado de Canadá. Algo de lo que solo ellos podían disfrutar, mientras tuvieran el placer de poder compartirlo.

Estaba anocheciendo. La cada vez menos centelleante claridad del sol iba dando paso al color áureo de una luna completamente llena. Cada vez había menos gente. Menos personas dispuestas a batallar con el frío a orillas del Mediterráneo. Noviembre tenía la fuerza y el entusiasmo de un glaciar recién formado.

—¿Cómo te vuelves, Silva? Es tarde, ¿duermes en casa de Gala?
—pregunté.

—Ya le he dicho que no hay problema. Total, vivo sola. —Gala bebía de su mojito—. Pero no quiere.

—No... —Silva pareció arrepentirse al instante de lo que estuvo a punto de decir.

—Quizá le da vergüenza. Aún es pronto —intenté echarle un cable.

—Que no hay problema, digo. —Silva estaba visiblemente nervioso—. Pero no puedo, ella lo sabe. Tengo que trabajar mañana —sentenció con algo más que varias dudas.

Gala entre paños de seda. Rodeada de cosas bonitas. Arrepentida de nada. Viajando en el sitio. Sentada en el decimoséptimo piso de un rascacielos en Nueva York. Ganando apuestas. Perdiendo el miedo. Nadando entre delfines blancos. Cruzando en moto el puente de San Francisco. Haciéndolo de nuevo. Abrazando a su padre cada día. Temiendo no poder volver a hacerlo. Pensar en todo lo que no tendría, si, por el contrario, ni siquiera hubiera tenido la oportunidad de llegar a quererlo.

Es precisamente el valor que le demos a las cosas lo que nos hará no pedir mucho más de lo que ya tenemos. Lo aprendí de Gala. Y hoy tengo el placer de volver a repetirlo. 

UN VIAJE PARA SIEMPREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora