El pasado no se mira, se recuerda

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El pasado no se mira, se recuerda

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El pasado no se mira, se recuerda. 

¿En qué momento dejó que pasara?, ¿en qué instante su mente fue tan débil como para permitirle que estuviese ahí?, "la odias" le repetía su mente mientras hacía lo posible por mantenerlo estático, inamovible, con los brazos colgando de su cuerpo y la mirada vacía; "pero al igual que ella, deseas olvidar", le recrimina la memoria y se deja llevar por el sentimiento, la estruja con la misma fuerza y cierra los ojos, se impregna del recuerdo. Han pasado más de treinta años y lo único que recordaba de ella eran sus ojos violetas, aquellos ojos fríos que lo miraban con despreciable cariño pero que al mismo tiempo eran imparciales, sinceros y hermosos.

La estupefacción se hace presente en los rostros que miran sin hablar, que permanecen callados por la sorpresa y por qué aquel acontecimiento era lo que menos esperaban; quizá se hubiesen sentido más tranquilos si dentro de aquellas paredes se hubiese desatado una acalorada discusión, así, Shijima podría recriminarle a Mystoria su poco tacto y Kardia se hubiese desquitado con aquel hombre. Pero los "hubiera", en esta y en todas las historias, no existen. De ambos enemigos ahora reconciliados no queda mucho que decir.

En aquel abrazo apretado del que ninguno quería separarse, surgían invisibles, fragmentos de un pasado poco recordado y nada amable, la remembranza ensanchada en los gélidos ojos de Lacroix le hacen de nuevo, irremediablemente, presa del deseo incumplido y la resignación de haber perdido lo que nunca fue suyo con la ligera diferencia de que ahora, tal vez, ella ya no es una amenaza. Y en Le-Roux, se anida una extraña sensación, las memorias apenas llegan a su mente como un amargo sueño y la encarcelan, una vez más, en un arrepentimiento indeseado que no llega y que la hace querer irse de la mano de su amado.

Se han separado lento, demasiado lento, como si quisieran corroborar que aquello no era un onírico mundo distopico del que despertarían cada uno en su cama, con los ojos desorbitados y el sudor bañando sus cuerpos. Suerte o desgracia, o quizá ambas cosas a la vez, todo era real, sus perfumes entremezclados en sus ropas, las miradas asustadas y las sorprendidas, las almas llenas de melancolía y la voz en sus cabezas que no paran de exasperarse y tratan sin éxito de buscar en los rincones del recuerdo el odio de antaño. Parece que de ello no queda más que un simple mal sabor de boca, pero Mystoria Lacroix aún no está convencido de querer hablarle.

—Antes de que me corras de tu casa, tengo algo que decirte, algo que debiste conocer hace mucho tiempo — la bella francesa, al separarse de él, tomó su brazo impidiendo que huyera, como si le rogara en silencio que la escuchara.

Pero aquella mirada de glacial antártico se desviaba hacia otro lado y evadía, con toda la intención, aquel par de pupilas moradas que le rogaban un contacto, apenas un roce, apenas un ápice de clemencia para ella, para el olvido anhelado que amenazaba con dejar todo tal y como estaba hasta ese momento. Y Shijima le miraba con la misma suplica pero él no supo distinguir en aquellos ojos azules la petición de su diosa, de su amada, de aquella que – desafiando todo – juró por él amor eterno y que yendo contracorriente, puso a salvo al fruto de sus entrañas. El amante griego espera, con la poca paciencia que tiene, que todo salga bien.

Sour Drop of Eternal LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora