Último aliento

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"¿El me cuidara?" Pensó Ginger al ver al emperador en su trono, en el rostro de la pequeña se expresaba esperanza y con una sonrisa intentaba llamar la atención de su majestad, pero él no la miraba. Y como el aire la pequeña pasó desapercibida pero por alguna razón la dejaron alojarse en el castillo. 

Ginger en su habitación rendida de no poder llamar la atención de su majestad hacia todo lo posible para no causar problemas con un acto lamentable; encerrarse en su habitación y sin agua ni comida con las cortinas tapadas y con una cama temdida y adornos que se cubrían de polvo al pasar el tiempo, ella estaba sentada en el frío piso arrinconada en una esquina oscura. 

- que patética. 

Dijo una voz de la nada pero Ginger al estar en trance solo escuchaba la voz sin preguntar quién es y sin saber de dónde provenía esa voz, ella se tapo los oídos con sus delgadas manos pensando que solo era una alucinación. 

- ¿te estás muriendo y no te importa? Ves, eres patética. 

Seguía diciendo esa voz cálida y gentil, sin remordimiento y alegre pues a pesar de eso esa voz solo le recordaba lo inútil que es sin falta alguna, "¿cómo sería la voz de mi padre si me amara?" pero Ginger antes de crear a este sonido que la acompaña desde que tenía dos años pero asta su propia mente la defrauda. 

- cariño... ¿Acaso pensabas que su majestad te ama? Tonta. 

Otras voz, esta vez era femenina y con la misma característica que la otra, cálida y gentil que de alguna manera el modo el tono de esa voz representa amor pero sus palabras representa odio. 

La niña siempre se ha sentido sola, con un vacío en su corazón y heridas que ya no sanan, fiebres que no bajan ydolor que no se alivia porque su propio cuerpo se ha separado de su alma, sin embargo esa alma quería vivir y seguía aferrándose a ese cuerpo dañado. 

Ginger seguía escuchando voces que la maldicen, que se burlan de ella y se ríen de su vida, alucinaciones como un techo que la aplasta, el aire que la asfixia y puertas sin escapatorias, una tortura que su propia mente de ofrecía. 

- ¿quién es esta niña? 

- da igual quién sea, bótala. 

Dijeron las cirvientas que venía a limpiar la habitación y tal como sonaron sus palabras las cirvientas la agarraron del cabello y la arrastraron hacia el patio para abandonarla otra vez, pero al igual que las persona y su mente, el clima tampoco la quiere por lo cual empezó a llover en cuanto le cerraron la puerta en la cara. 

Ella soportando la fuerte lluvia con su elevada fiebre lloraba junto con las nubes mientras bagaba en el lodo del patio y de alguna manera camino hacia el jardin del paliacio, decidió resguardarse de la lluvia en una pequeña plaza del jardín y por las heridas abiertas que aún sangraban bajaban por su cuerpo y terminaban por sus pies y con su último aliento deseo por fin la muerte la muerte... 


Pobre DesgraciaWhere stories live. Discover now