CAPÍTULO XIII

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—Espero, querida—dijo el señor Stark a su esposa; mientras desayunaban a la mañana siguiente—que hayas preparado una buena comida, porque tengo motivos para pensar que hoy se sumará uno más a nuestra mesa.

—¿A quién te refieres, querido? No tengo noticia de que venga nadie, a no ser que a Pepper Potts se le ocurra visitarnos, y me parece que mis comidas son lo bastante buenas para ella, no creo que en su casa sean mejores.

—La persona de la que hablo es un caballero, y forastero. —

Los ojos de la señora Stark relucían como chispas,

—¿Un caballero y forastero? Es el señor Barnes, no hay duda, ¿Por qué nunca dices ni palabra de estas cosas, Bruce? ¡Qué odioso eres! Bien, me alegraré mucho de verlo, pero, ¡Dios mío, qué mala suerte! Hoy no se puede conseguir ni un poco de pescado, Scott, cariño, toca la campanilla; tengo que hablar con Hill al instante. —

—No es el señor Barnes—dijo su esposo—se trata de una persona que no he visto en mi vida, estas palabras despertaron el asombro general—y él tuvo el placer de ser interrogado ansiosamente por su mujer y sus cinco hijos a la vez.

Después de divertirse un rato, excitando su curiosidad, les explicó:

—Hace un mes recibí esta carta, y la contesté hace unos quince días, porque pensé que se trataba de un tema muy delicado y necesitaba tiempo para reflexionar, es de mi primo, el señor Stone, el que, cuando yo me muera, puede echaros de esta casa en cuanto le apetezca.

––¡Oh, querido! —se lamentó su esposa—No puedo soportar oír hablar del tema, no menciones a ese hombre tan odioso, es lo peor que te puede pasar en el mundo, que tus bienes no los puedan heredar tus hijos, de haber sido tú, hace mucho tiempo que yo habría hecho algo al respecto.


Bruce y Anthony intentaron explicarle por qué no les pertenecía la herencia.

Lo habían intentado muchas veces, pero era un tema con el que su madre perdía totalmente la razón; y siguió quejándose amargamente de la crueldad que significaba desposeer de la herencia a una familia de cinco hijos, en favor de un hombre que a ninguno le importaba nada,

—Ciertamente, es un asunto muy injusto—dijo el señor Stark—y no hay nada que pueda probar la culpabilidad del señor Stone por heredar Rossbourn, Pero si escuchas su carta, puede que su modo de expresarse te tranquilice un poco.

—No, no la escucharé; y, además, me parece una impertinencia que te escriba, y una hipocresía, no soporto a esos falsos amigos, ¿Por qué no continúa pleiteando contigo como ya lo hizo su padre?

—Porque parece tener algún cargo de conciencia, como vas a oír:

«Hunsford, cerca de Westerham, Kent, 15 de octubre,

» Estimado señor:

»El desacuerdo subsistente entre usted y mi padre, recientemente fallecido, siempre me ha hecho sentir cierta inquietud, y desde que tuve la desgracia de perderlo, he deseado zanjar el asunto, pero durante algún tiempo me retuvieron las dudas, temiendo ser irrespetuoso a su memoria, al ponerme en buenos términos con alguien con el que él siempre estaba en discordia, tan poco tiempo después de su muerte, pero ahora ya he tomado una decisión sobre el tema, por haber sido ordenado en Pascua, ya que he tenido la suerte de ser distinguido con el patronato de la muy honorable lady Cristin de Carter, viuda de sir Lewis de Carter, cuya generosidad y beneficencia me ha elegido a mí para hacerme cargo de la estimada rectoría de su parroquia, donde mi más firme propósito será servir a Su Señoría con gratitud y respeto, y estar siempre dispuesto a celebrar los ritos y ceremonias instituidos por la Iglesia de Inglaterra, por otra parte, como sacerdote, creo que es mi deber promover y establecer la bendición de la paz en todas las familias a las que alcance mi influencia; y basándome en esto espero que mi presente propósito de buena voluntad sea acogido de buen grado, y que la circunstancia de que sea yo el heredero de Rossbourn sea olvidada por su parte y no le lleve a rechazar la rama de olivo que le ofrezco, no puedo sino estar preocupado por perjudicar a sus agradables hijos, y suplico que se me disculpe por ello, también quiero dar fe de mi buena disposición para hacer todas las enmiendas posibles de ahora en adelante, si no se opone a recibirme en su casa, espero tener la satisfacción de visitarle a usted y a su familia, el lunes 18 de noviembre a las cuatro, y puede que abuse de su hospitalidad hasta el sábado siguiente, cosa que puedo hacer sin ningún inconveniente, puesto que lady Cristin de Carter no pondrá objeción y ni siquiera desaprobaría que estuviese ausente fortuitamente el domingo, siempre que hubiese algún otro sacerdote dispuesto para cumplir con las obligaciones de ese día, le envío afectuosos saludos para su esposa e hijos, su amigo que le desea todo bien,

Tiberius Stone,»

—Por lo tanto, a las cuatro es posible que aparezca este caballero conciliador—dijo el señor Stark mientras doblaba la carta—Parece ser un joven educado y atento; no dudo de que su amistad nos será valiosa, especialmente si lady Cristin es tan indulgente como para dejarlo venir a visitarnos.

—Ya ves, parece que tiene sentido eso que dice sobre nuestros hijos, si está dispuesto a enmendarse, no seré yo la que lo desanime.

—Aunque es difícil—observó Bruce—adivinar qué entiende él por esa reparación que cree que nos merecemos, debemos dar crédito a sus deseos,

A Anthony le impresionó mucho aquella extraordinaria deferencia hacia Lady Cristin y aquella sana intención de bautizar, casar y enterrar a sus feligreses siempre que fuese preciso,

—Debe ser un poco raro—dijo—No puedo imaginármelo, su estilo es algo pomposo, ¿Y qué querrá decir con eso de disculparse por ser el heredero de Rossbourn? Supongo que no trataría de evitarlo, si pudiese, Papá, ¿será un hombre astuto?

—No, querida, no lo creo, tengo grandes esperanzas de que sea lo contrario, hay en su carta una mezcla de servilismo y presunción que lo afirma, estoy impaciente por verle.


—En cuanto a la redacción—dijo Gregory—su carta no parece tener defectos, eso de la rama de olivo no es muy original, pero, así y todo, se expresa bien.

A Clint y a Scott, ni la carta ni su autor les interesaban lo más mínimo, era prácticamente imposible que su primo se presentase con casaca escarlata, y hacía ya unas cuantas semanas que no sentían agrado por ningún hombre vestido de otro color, en lo que a la madre respecta, la carta del señor Stone había extinguido su rencor, y estaba preparada para recibirle con tal moderación que dejaría perplejos a su marido y a sus hijo.

El señor Stone llegó puntualmente a la hora anunciada y fue acogido con gran cortesía por toda la familia, el señor Stark habló poco, pero las señoras estaban muy dispuestas a hablar, y el señor Stone no parecía necesitar que le animasen ni ser aficionado al silencio, era un hombre de veinticinco años de edad, alto, de mirada profunda, con un aire grave y estático y modales ceremoniosos, a poco de haberse sentado, felicitó a la señora Stark por tener unos hijos tan hermosos; dijo que había oído hablar mucho de su belleza, pero que la fama se había quedado corta en comparación con la realidad; y añadió que no dudaba que a todas las vería casadas a su debido tiempo, la galantería no fue muy del agrado de todas las oyentes; pero la señora Stark, que no se andaba con cumplidos, contestó en seguida.

—Es usted muy amable y deseo de todo corazón que sea como usted dice, pues de otro modo quedarían las pobres bastante desamparadas, en vista de la extraña manera en que están dispuestas las cosas.

—¿Alude usted, quizá, a la herencia de esta propiedad?

—¡Ah! En efecto, señor, no me negará usted que es una cosa muy penosa para mis hijos, no le culpo; ya sabe que en este mundo estas cosas son sólo cuestión de suerte, nadie tiene noción de qué va a pasar con las propiedades una vez que tienen que ser heredadas.

—Siento mucho el infortunio de sus lindos hijos; pero voy a ser cauto, no quiero adelantarme y parecer precipitado, lo que sí puedo asegurar a estas jóvenes, es que he venido dispuesto a admirarlas, de momento, no diré más, pero quizá, cuando nos conozcamos mejor...

Le interrumpieron para invitarle a pasar al comedor; y las donceles se sonrieron entre sí, no sólo ellos fueron objeto de admiración del señor Stone: examinó y elogió el vestíbulo, el comedor y todo el mobiliario; y las ponderaciones que de todo hacía, habrían llegado al corazón de la señora Stark, si no fuese porque se mortificaba pensando que Stone veía todo aquello como su futura propiedad, también elogió la cena y suplicó se le dijera a cuál de sus hermosas primas correspondía el mérito de haberla preparado, pero aquí, la señora Stark le atajó sin miramiento diciéndole que sus medios le permitían tener una buena cocinera y que sus hijos no tenían nada que hacer en la cocina, el se disculpó por haberla molestado y ella, en tono muy suave, le dijo que no estaba nada ofendida, pero Stone continuó excusándose casi durante un cuarto de hora.

Orgullo y Prejuicio -StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora